Jon Juaristi-ABC

  • Llega al ministerio de políticas territoriales un héroe que España no se merece

Iceta, que es como un Indalecio Prieto sin boina cruzado con don Ulises Higueruelo, aquel personaje del TBO dibujado por Benejam, «bajito, gordo y calvo con un lado juguetón que a menudo le trae complicaciones», según la Wikipedia, y que, cito la misma fuente, «no está muy claro en qué trabaja, aunque no pasa privaciones», se ha hecho cargo, es un decir, de la cartera de Política Territorial, o sea, de lo que le permitirá seguir sin pasar privaciones aunque no esté muy claro en qué se trabaja en ese ministerio si es que se trabaja en algo, y ha afirmado en su toma de posesión que ama una España fuerte en su unidad y orgullosa de su diversidad.

Vaya por delante que lo que Iceta ame o deje de amar me importa muy poco o nada, pero creo que, aunque carece de cualquier relevancia lo que Iceta dijo amar, tendría alguna el acto en que lo dijo y sus circunstancias. En general, estas declaraciones públicas de amor patrio suelen ser bastante cursis. Si uno puede ahorrárselas, mejor. Iceta ha hecho la suya porque era sospechoso de todo lo contrario, después de que afirmara que en España hay ocho naciones, lo que es una melonada, aunque se debe decir en su descargo que no es suya, sino del prehistoriador Pedro Bosch Gimpera, consejero de Justicia de la Generalitat catalana durante la guerra civil, que afirmó algo muy parecido ante Azaña, en la lección inaugural del curso universitario 1937-1938 en el paraninfo de la Universidad de Valencia. Bosch Gimpera sostuvo entonces que la unidad de España es algo postizo e impuesto, toda vez que las naciones naturales que encierra son las mismas que existían antes de la llegada de los romanos.

Pensaba sin duda Iceta que tirar de Bosch Gimpera podría venirle bien en su ascenso hacia la presidencia autonómica catalana, pero las cosas se torcieron y he aquí que ha dado con su lado juguetón en Madrid, donde los chistes de naciones no hacen tanta gracia, y por eso ha tenido que cantar una palinodia en su toma de posesión, convirtiéndola en una versión mentecata de la jura de Santa Gadea, y terminando con la emocionante confesión de que a sus dieciocho años defendió la Constitución en el instituto. Un héroe que no nos merecemos, en definitiva.

Lo que pasa es que llega tarde. Fuera de Cataluña y del País Vasco va cundiendo, con más rapidez y profusión que el coronavirus, la idea de que podrá estar muy bien amar a una España fuerte en su unidad o amar a una España orgullosa de su diversidad, pero que, a estas alturas, se trata de amores incompatibles. La España orgullosa de su diversidad ha desembocado en una España debilucha y dividida. Ni siquiera merece la pena hablar del asunto. Es hora de optar y de establecer prioridades, por lo menos hasta que nos entreguen las vacunas comprometidas, que a lo mejor se las dan antes a una España que se muestre fuerte en su unidad que a una España orgullosa de su diversidad.