Ampliando el currículum

EL CORREO 30/10/13
FERNANDO SAVATER

· Los alumnos vascos tienen que ser conscientes de la realidad plural en que viven, pero no deben ser sugestionados para creerse parte de un Pueblo mítico y prepolítico

En este otoño de nuestro descontento, sorprenden más las protestas que no se formulan que las que se manifiestan en la calle. No es raro que la gente muestre aquí y allá su disconformidad contra los recortes que se anuncian en materia de educación o de sanidad, pero resulta chocante la mansedumbre con que se asume el proyecto de que se recorte por vía independentista una parte sustancial del país mismo. Es cierto que el 12 de octubre hubo una manifestación en Barcelona contra tal mutilación, pero en el resto de España parece verse el asunto como algo ajeno, que sólo afecta a los catalanes y todo lo más al Gobierno del Estado. No deja de ser pasmoso que los ciudadanos experimenten como una agresión la merma en determinados servicios públicos pero no en cambio la del propio espacio público que abarca su ciudadanía. Por lo visto, parecen creer que pueden seguir siendo lo que son y gozando de las garantías que ahora tienen aunque pierdan una parte de su territorio nacional sin que nadie les permita decidir al respecto, o sea porque otros han decidido que tienen derecho a decidir que ellos no decidan.

¿A qué se debe tan incomprensible apatía, que ni siquiera es resignación porque ignoran hasta que se están resignando a una pérdida? Busquemos en la educación que han recibido, no sólo en la escuela sino también a través de los medios de comunicación y de los discursos de sus políticos. Se les ha convencido de que su ciudadanía no es española, es decir estatal, sino que está fraccionada en su adhesión a la autonomía en que residen o con la que se identifican. De modo que no son efectivamente ciudadanos españoles, incluso aunque ocasionalmente se declaren tales (a favor de algún éxito deportivo, por ejemplo), sino nativos de tal o cual región o localidad. Cada una de las autonomías es como una porción de queso, aislada por su envoltorio en papel de plata, que comparte un cuadrante en la caja que de momento las guarda a todas. Si alguna o algunas quieren emigrar fuera del estuche común, es cosa que a las demás no las concierne ni las merma… Como siempre han creído que hay que pensar como partes, ni sienten ni padecen por la posibilidad de que se deshaga el conjunto. Les falta una educación cívica (que por lo visto ya nunca tendrán, porque las nuevas leyes educativas la excluyen) no para ‘españolizarse’ sino para enterarse de en qué consiste la ciudadanía española que es suya.

De modo que uno aborda con cierto recelo el proyecto educativo que propone la Consejería de Educación del Gobierno vasco. La expresión misma de ‘currículum vasco’ ya suena algo pintoresca: me recuerda la broma de Borges respecto a fórmulas como ‘filosofía argentina’, que según él era tan plausible como hablar de ‘equitación protestante’. El currículum de los estudiantes de la CAV debería prepararles para saber lo universal y convivir en su región, en su Estado, en Europa y en el mundo, sin tachar las etapas que no interesan a la opción más sectaria del nacionalismo. Varios grupos de la oposición han manifestado reservas respecto a un posible ‘adoctrinamiento ideológico’ en las aulas. Confieso que a mí no me asusta tal adoctrinamiento, incluso admito que lo creo imprescindible. Después de todo, proporcionar valores contra la violencia terrorista, de respeto a los que no piensan como uno y de acatamiento de las leyes en que se basa la convivencia civilizada son doctrinales e ideológicos –como sus contrarios– pero imprescindibles en la formación de los neófitos. El adoctrinamiento rechazable es el que se basa en la falsedad y sustituye la descripción de lo que los estudiantes realmente son en la historia y la política por lo que ciertos ideólogos quisieran que llegaran a ser, presentando como un hecho inalienable y actual lo que es el proyecto –todo lo legítimo que se quiera, desde luego– de ciertos partidos. Los alumnos de la CAV tienen que ser conscientes de la realidad cultural y lingüística plural en que viven, pero no deben ser sugestionados para creerse parte de un Pueblo mítico y prepolítico que sólo accidentalmente tiene que ver con los Estados realmente existentes. Mañana serán lo que resulte del devenir histórico del que forman parte, pero para que puedan participar en él con fundamento el primer requisito es que no se les falseen las garantías, derechos y obligaciones de la ciudadanía que hoy efectivamente ejercen.

Un punto a reforzar en el currículum, ya que buscamos la excelencia democrática, es el laicismo: las creencias religiosas son un derecho de cada cual pero no una obligación de nadie y aún menos de la escuela pública de todos. Los quince puntos de la ‘Carta de la laicidad’ que se ha puesto en lugar visible en todas las escuelas de Francia podría servirnos de orientación en esta cuestión. Sobre todo porque no se refiere simplemente a la necesaria neutralidad religiosa que protege a los alumnos contra cualquier proselitismo sino que afirma que «todos los estudiantes tienen garantizado el acceso a una cultura común y compartida». O sea que no se les relativiza ni se les regatea el alcance de su ciudadanía.