Jesús Cacho-Vozpópuli

Hacía mucho tiempo que El País no propinaba un crochet en plena mandíbula al bello Sánchez como el que ayer le atizó a media mañana, hora insólita para lucir editorial nuevo. Nada parecido desde que el 11 de junio de 2018, pocos días después del triunfo de la moción de censura, Sol Gallego Díaz se encargara de apuntillar a la cúpula que encabezada por Antonio Caño dirigía el periódico, ello por expreso deseo del propio Sánchez y el visto bueno de Ana Botín, principal mantenedora del grupo Prisa. Desde aquel día, El País se convirtió simple y llanamente en un periódico de partido, o más bien de Gobierno, centrado en la defensa a ultranza de la acción del Ejecutivo social comunista de Pedro & Pablo, con renuncia expresa a cualquier principio de neutralidad o independencia informativa, tarea a la que una redacción ideológicamente más cercana a Podemos que al PSOE se entrega cada día con ardor guerrero.

Y Madrid se convirtió en un torbellino, un mar de idas y venidas escandalizadas vía móvil, porque no es que Sánchez, una vez más, hubiera hecho lo contrario de lo prometido (“le estoy diciendo que con Bildu no vamos a pactar, si quieres lo digo cinco veces o 20, con Bildu no vamos a pactar. Con Bildu, se lo repito, no vamos a pactar”), no es que la vieja militancia socialista se imaginara a las víctimas del PSOE vilmente asesinadas por la banda terrorista ETA, de la que los chicos de Bildu son herederos directos, revolviéndose en sus tumbas, es que derogar íntegramente la reforma laboral de 2012 es un absoluto despropósito que, en las actuales circunstancias, con una crisis de caballo llamando a la puerta y amenazando paro a mansalva, solo puede caber en el magín de un comunismo tan rancio como el de Bildu o el del propio Iglesias, tipos que una sociedad democrática debería mantener a buen recaudo extramuros de las instituciones.

Mucha gente importante se acostó muy tarde el miércoles y durmió con pesadillas. La primera en poner pies en pared fue la vicepresidenta tercera y ministra de Economía, Nadia Calviño, el rostro amable que Sánchez ha colocado en su gabinete para que los troncos de Bruselas muerdan el anzuelo de una ortodoxia económica que nunca se le ha pasado por la cabeza honrar al busto parlante que nos preside. Calviño cuenta con la ventaja de tener poco que perder y mucho que ganar dando portazo a este enjambre de avispas enloquecidas que es hoy el Gobierno y volviendo a Bruselas, una pérdida que difícilmente podría permitirse el presidente en tanto en cuanto todos sus planes de “reconstrucción” (reconstrucción fue lo de Alemania a partir de mayo de 1945) pasan por la caridad de Bruselas, ergo por seguir manteniendo en el limbo a la burocracia de la UE sobre sus verdaderas intenciones.

Pero hubo una protesta más radical incluso que la de Calviño. Todo el mundo ha visto en Antonio Garamendi a un mozo bien plantado encantado de haberse conocido al frente de CEOE, con focos y notoriedad garantizados, un tipo dispuesto a firmar gentilmente cualquier papel que Sánchez tuviera a bien pasarle a firma. Craso error. Garamendi no es más que un simple mandado de las grandes empresas del Ibex 35, particularmente de Santander y Telefónica, Ana Botin y José María Álvarez Pallete, que constantemente hablan con él, le dirigen, le orientan y, en definitiva, le mandan, porque fueron ellos quienes acabaron con aquel Consejo Empresarial de la Competitividad (CEC) del trío Alierta-Botín (Emilio)-Fainé, y quienes están convencidos de que la acción “política” del Ibex debe encauzarse a través de la patronal CEOE.

Pues bien, ayer Garamendi respondió al pacto del “tripartito de la vergüenza” con una inusitada energía, suspendiendo la presencia de la patronal en las mesas de diálogo social y tachando la derogación de “auténtico dislate e irresponsabilidad mayúscula”, que puede tener “consecuencias incalculables” en la confianza de nuestra economía. Con esta réplica, el líder de la patronal ponía rostro a la cara descompuesta que la noche anterior debieron lucir Ana Botín y Álvarez Pallete cuando se enteraron de la voluntad del sanchismo, en alianza con gente tan poco recomendable como la citada, de volver a la legislación laboral previa a 2012, una legislación que entre 1980 y 2011 aseguró una tasa de paro media en España del 16,5%, a pesar del boom inmobiliario, y una tasa de temporalidad, también media, del 30,5%.

El Ibex se ha asustado

Dice Gay Talese en su memorable historia corta sobre Sinatra (Frank Sinatra Has a Cold) que era muy poco recomendable acercarse al cantante cuando estaba resfriado. El miércoles por la noche, Ana Botín no estaba constipada, pero su humor no era mucho mejor que el de Sinatra enfermo, y desde luego no era el adecuado para pedirle un favor. La presidenta de uno de los mayores bancos del Eurogrupo y mujer más influyente del país estaba sencillamente irritada. ¿Cómo había podido Pedro hacerle eso? ¿Cómo podía haber cruzado tan alegremente la línea roja de Bildu sin avisar? Ella sabe que con su apoyo al presidente está corriendo muchos riesgos, la acción en una situación muy delicada y los grandes fondos observándola por el rabillo del ojo, ¿cómo podía Pedro cargarse de un plumazo la reforma laboral y con Bildu de compañero de viaje? Su móvil era un ir y venir. Con Pallete, con Garamendi, con Monzón. Y, naturalmente, con Sánchez.

Suponer que Sánchez no estaba al corriente de la literalidad del acuerdo suscrito con Bildu se compadece mal con lo que sabemos ocurrido en el Congreso durante la sesión para prolongar el estado de alarma, de la misma forma que cuesta creer que todo se haya debido a una trampa tendida a la ingenua Lastra por los malvados podemitas, al punto de haber firmado el documento sin prácticamente haberlo leído. Fue la propia bildutarra Aizpurua la que por la mañana en el Congreso nos sacó de dudas al mostrar su sorpresa por el hecho de que Sánchez diera por supuesta la abstención de EH Bildu: “Entiendo que han aceptado el acuerdo para la derogación íntegra de la reforma laboral” (sic). Blanco y en botella.

La respuesta del macho alfa podemita ayer mañana, desmintiendo la “nota aclaratoria” difundida por el PSOE la noche del miércoles y reafirmándose en que “lo firmado es lo acordado. El acuerdo entre los tres partidos es derogar íntegramente la reforma laboral”, abre al Gobierno de Pedro & Pablo en canal, colocando al Ejecutivo de coalición al borde de la ruptura del pacto de investidura. Sería interesante saber quién escribió ayer el editorial que El País ofreció a su distinguido público pasadas las 11 de la mañana. Difícil imaginar a Monzón en esos menesteres, aunque no es descartable que haya venido redactado de fuera. El texto contiene una amenaza explícita a Sánchez, y no precisamente de Gallego Díaz, sino de quienes sostienen su Gobierno y mantienen también, además de sentarse en su consejo de administración, al grupo Prisa con créditos (a la sociedad y a muchas de las familias fundadoras) y acciones. He aquí un párrafo tremendo: “La única manera en la que podría contener la hemorragia política provocada por el acuerdo sobre la reforma laboral en un contexto impropio y con un socio inadecuado es depurando responsabilidades. De no hacerlo con urgencia, será el propio presidente Sánchez el que se arriesgue a perder toda cobertura…” Más que un consejo, es una orden.

Tan perentoria es la exigencia que seguramente a Sánchez no le valga ya con sacrificar alguna pieza menor, no le valga entregar la cabeza de su fiel Lastra como chivo expiatorio. Quienes en la sombra le vienen apoyando reclaman algo de mucha más enjundia: o se carga al “socio inadecuado” o pierde “toda cobertura”. En el fondo le están instando a romper el Gobierno de coalición con Podemos para sustituirlo por Ciudadanos, con la colaboración puntual del PP en forma de abstención en ocasiones tales como la aprobación de los PGE. Es lo que quieren también en Washington, que ha empezado a mover sus peones en España. Y naturalmente lo quiere doña Ana. Que Pedro siga durmiendo en Moncloa pero con unos compañeros de viaje que les permitan a él y a ella poder dormir por fin tranquilos. Estamos ante algo más que una crisis de Gobierno, y puede que al tahúr de Moncloa no le quede más salida que ver arder Roma cual Nerón, o convocar pronto elecciones generales.