Jesús Cacho-Vozpópuli
Ana Botín suele sentar a sus visitas en torno a su mesa de trabajo en el Paseo de la Castellana 24, una estructura de cristal rectangular con seis sillas y otros tantos portátiles. Nada que ver con la coreografía de aquellos despachos de la gran banca de antaño, cargados de maderas nobles, pesadas lámparas de pie y pinturas de la escuela tenebrista española. Y profundos sillones de cuero negro. La mesa de trabajo de Ana Botín en Castellana es eso, un lugar de trabajo en la sede de Openbank, un centro diáfano por el que luz e ideas circulan a toda velocidad. Ana se sienta en una de las cabeceras de esa estructura de cristal y distribuye a sus invitados en derredor. Y empieza tímida, precavida, distante. Pero pronto se lanza directa por la quebrada de un negocio maduro como es la banca que casi ha dejado de serlo, y cómo el banco tiene que cambiar para hacer frente a los nuevos intermediarios californianos, monstruos como Google o Amazon, gente que ha hecho de los datos su business y mañana podría empezar, lo hace ya, a competir con la banca tradicional sin la pesada carga de las necesidades de capital que exige el BCE. Y Ana se encrespa dispuesta a luchar contra los nuevos intrusos, competir con ellos en igualdad de condiciones, a cara de perro, poniendo en marcha si hace falta un Santander B, un banco paralelo capaz de funcionar sin el dogal regulatorio del BCE al cuello.
Directa, inteligente, locuaz, demostrando conocer bien el negocio tras años de éxitos y no pocos fracasos, Ana marca radical distancia con su padre y dice haber tenido que luchar duro para ser presidenta. Le duele el espectáculo que en Westminster está teniendo lugar entre una May que trata de llegar a un acuerdo con Bruselas y la propia bancada tory. Le preocupa lo que pueda ocurrir en los Comunes y le horroriza la posibilidad de que Corbyn, al que describe como un extremista descerebrado, pueda ganar unas eventuales elecciones en Gran Bretaña, porque eso significaría un duro golpe para los intereses del Santander en las islas. Sin embargo, ¡oh sorpresa!, Ana Botín parece sentirse muy tranquila ante el inquietante panorama político español, con un Pedro Sánchez que no logra sacar adelante los Presupuestos de 2019. Ana muestra su cercanía al líder del PSOE y no da muestras de intranquilidad ante la posibilidad de que Podemos entre a formar parte de un ejecutivo de coalición. Le preocupa mucho Jeremy Corbyn, pero nada Pablo Iglesias. Ni una sola vez cita al PP o a la derecha. Los nuevos banqueros son así, tan así que presumen de participar en las inquietudes sociales del momento, las ideologías que cual nuevas religiones han conquistado el altar de las charlas familiares a la hora de la cena. El cambio climático. Ana se dispone a iniciar una aventura con un pillo apellidado Calleja para comprobar en Groenlandia los efectos del calentamiento del planeta. Ana defiende, incluso con ardor, las tesis feministas y llega a arengar a sus visitantes sobre la necesidad de que, en su propio interés, todos los hombres hagan hoy suyas las proclamas feministas.
En círculos cercanos a Ciudadanos se da por descontado que fueron los primeros ejecutivos de Santander, Telefónica y Caixabank quienes decretaron la muerte política de Albert Rivera
El pensamiento de Ana Botín en cuestiones políticas y sociales no es una rara avis entre los grandes directivos del Ibex 35, muchos de los cuales dependen de la tarifa regulada. De hecho es precisamente ese posicionamiento ideológico –muy diferente al de los dueños del Club de la Empresa Familiar- lo que explica algunas de las cosas que están ocurriendo en España y que aparentemente no tienen sentido. ¿Se han vuelto ‘rojos’ nuestros grandes empresarios? Fue precisamente Ana y el Santander, con la eficaz escolta de Telefónica y La Caixa, la que acudió en su día al rescate de la quebrada Prisa con el v/b del Gobierno Rajoy, y es Ana, que ha colocado en la presidencia no ejecutiva a su amigo Javier Monzón (presidente también de Openbank, marca digital del Santander), la que hoy sostiene a un grupo que, a través de la SER y El País, se ha convertido en una máquina de manipulación informativa en favor del Gobierno, lejos de cualquier asomo de objetividad. Fue el propio Sánchez quien, tras la moción de censura, propició el golpe de mano que en una mañana cortó la cabeza al ramillete de periodistas que, con Antonio Caño al frente, hacían El País, para convertirlo poco más que en un panfleto al servicio de la izquierda radical, y fue Ana la que, de acuerdo con Sánchez, consintió ese golpe palaciego.
En círculos cercanos a Ciudadanos se da por descontado que fueron los primeros ejecutivos de Santander, Telefónica y Caixabank quienes decretaron la muerte política de Albert Rivera después de que éste se negara a formar un Gobierno de coalición con Sánchez, algo que jamás pidió Sánchez al menos de forma explícita. Eran los añorados 180 diputados por los que suspiraba la mayoría social. Tendrán que contarlo un día los interesados, pero Rivera había llegado a la conclusión de que ni PSOE ni PP se embarcarían nunca en las reformas de fondo que España necesita desde hace décadas y que Cs reclamaba como razón de ser. Para hacer esas reformas era necesario tener la presidencia. “Esa fue la razón por la que Albert rechazó hasta en dos ocasiones la vicepresidencia y varios ministerios que le ofreció Mariano Rajoy”. Lo liquidaron en pleno vuelo. El gatillo lo apretaron matones a sueldo con columna de opinión, plumas de alto copete a las que Rivera había dejado de atender. Se va a enterar. Tampoco atendía las llamadas de Ana urgiendo a la formación de ese Gobierno. Indignada Ana con que no le cogiera el móvil y no le obedeciera como un empleado. Lo mataron los medios en línea directa con los consejos de administración y también su hermetismo, la virtual desaparición de la escena de un Albert enamorado durante el verano del 19 y sin la menor explicación, algo que nunca entendieron sus votantes.
Unas siglas y un tesoro
Sostienen las fuentes que ha sido la intervención de Ana la que ahora ha logrado el milagro de que Inés Arrimadas, heredera de las siglas Cs, haya corrido de la noche a la mañana a echarse en brazos de Sánchez. Que tan espectacular giro haya ocurrido “en menos de 24 horas” solo puede explicarse por intervención divina o a la fuerza ahorcan de una urgencia insuperable. La necesidad de seguir pagando las nóminas y/o esa inquietud lacerante que produce saberte parado en el desierto de un parto mientras el mundo bulle a tu alrededor, unido al presentimiento de que necesitas hacer algo sonado para salir del desván del olvido. Más que un sálvese quien quiera, podría tratarse de un colóquese quien pueda. Quien tiene unas siglas y 10 escaños tiene un tesoro con el que poder negociar ventajosamente. Con Herrera en COPE la bella Inés no quiso negar que fuera a dar su apoyo a una nueva prórroga del estado de alarma, reiterando, muy al contrario, que “si el Gobierno pide una prórroga tendrá que ser de 15 días”. Ayer sábado, Sánchez puso dos tazas, si no quieres caldo, sobre la mesa de Inés al anunciar que pedirá al Congreso una nueva prórroga, que “esperamos que sea la última y en lugar de 15 días será de alrededor de un mes”.
Nos quiere encerrados hasta julio y siempre humillados. En el cepo de su penosa gestión de la crisis, Sánchez dispone de nuestros derechos y libertades con la arbitrariedad del sátrapa acostumbrado a dictaminar sobre vidas y haciendas. Sin el menor complejo. Toda una papeleta para Inés, aunque puede que ERC le ahorre esta vez el sofoco de tener que desnudarse en público. Cuentan que doña Ana y algunos de sus colegas del ‘top ten’ empresarial tienen planes para el Cs de Arrimadas, un partido que poco o nada tiene que ver con el de Rivera. Quieren descabalgar a Podemos del Ejecutivo y colocar en su lugar a Cs, con Inés de vicepresidenta y la abstención continuada, “patriótica” dicen, del PP, lo que permitiría a Sánchez sacar adelante los PGE y agotar la legislatura, conditio sine qua non que el sujeto impone para empezar a hablar. Nada de adelanto electoral. No está claro, sin embargo, que Ana y sus colegas del Ibex sepan realmente lo que piensa este aventurero de la política mimetizado con Iglesias hasta el punto de hacer difícil distinguir quién está hoy más escorado a la izquierda. Entre los restos del viejo PSOE de Felipe González hay quien piensa que, dado el ascendiente de Rodríguez Zapatero, hoy convertido en un mero empleado del régimen venezolano, sobre Sánchez y su banda, y dada la condición de Iglesias como hijo putativo de ZP, pensar en desalojar a Podemos del Gobierno se antoja un imposible metafísico a menos que a alguno de ellos le convenga romper en un momento determinado. Esto es lo que hoy gobierna España.
Sostienen las fuentes que ha sido la intervención de Ana la que ahora ha logrado el milagro de que Inés Arrimadas, heredera de las siglas Cs, haya corrido de la noche a la mañana a echarse en brazos de Sánchez
Difícil camino el de Inés. Apoyar unos PGE de Sánchez podría resultar letal para un Cs obligado a conservar sus 10 diputados como oro en paño. Nadie sabe si el voto a favor de la última prórroga del estado de alarma fue una cuestión de conciencia sanitaria, o encierra algún tipo de pacto a más largo plazo con Sánchez y sus patrocinadores. Ana, una de las mujeres más influyentes de la UE, podría ser una de las pocas que esté al tanto. Difícil saber si entre la puta y la Ramoneta hay un camino alternativo de futuro. El ruido actual en la Asamblea de Madrid hace pensar que ese río agua lleva. Alguien ha contado al oído del vicepresidente Ignacio Aguado que podría ser presidente de la Comunidad con el apoyo de Gabilondo y su tropa, y el muchacho parece navegar en un mar de dudas. Madrid como sueño imposible del sanchismo. A eso se reduce la trompetería en torno a Isabel Díaz Ayuso.
El deterioro de las constantes vitales de ese gran enfermo que es hoy España avanza aceleradamente. Cada día peor que el anterior. Ayer, Nicolás Redondo aseguraba que “este Gobierno no es bueno ni malo, simplemente está políticamente muerto”. Alguien ha escrito que algún día, si la decencia volviera a reinar entre nosotros, sería necesario organizar un Núremberg para juzgar la gestión de la crisis sanitaria llevada a cabo por esta banda desde antes del 8-M. En torno a 40.000 muertos os contemplan. Y otro paralelo en la Audiencia Nacional para desentrañar la madeja en la que muy notorios personajes se están forrando por persona interpuesta con la compra de material sanitario. Ya puestos, no estaría de más un juicio paralelo, al menos de orden moral, sobre la responsabilidad de nuestros banqueros y empresarios en la deriva totalitaria por la que hoy camina España.