Ignacio Camacho-ABC
- El marketing político trata de convertir una desbandada vergonzante en ejemplar maniobra de rescate
Se ufanan Europa y Estados Unidos de la retirada de Afganistán como si en esa vergonzante operación hubiese algo de lo que jactarse. Una milicia de cabreros con kalashnikov y turbante ha puesto en fuga a una alianza de potencias (?) económicas, tecnológicas y hasta nucleares, obligándolas a salir de cualquier manera dejando instalaciones, documentos y armas en manos de los talibanes. Misión cumplida, proclama orgulloso Sánchez tras cambiar las alpargatas del veraneo por imaginarios galones de comandante. Un desalojo precipitado convertido por el marketing político en ejemplar maniobra de rescate; sólo falta el Jenofonte periodístico que cante la gloria de esta nueva Anábasis. Sí, Churchill también hizo del desastre de Dunkerke una obra maestra de la propaganda, pero fue para insuflar moral de victoria a la trémula sociedad británica y preparar a los ciudadanos y las tropas para la siguiente batalla. Ahora sólo hay humillación y desbandada, millones de afganos abandonados en el infierno de una atroz teocracia, el preludio de una segura hecatombe ante la que Occidente se encogerá de hombros dentro de unas semanas. Estamos presumiendo de un fracaso, ufanándonos de haber salido por patas.
Es el signo de este tiempo. Hace quince días, cuando cayó Kabul, la preocupación de la opinión pública biempensante era el negro futuro de las mujeres y de sus derechos bajo un régimen de brutalidad y sometimiento. El burka y todo eso. Hay que hacer algo, decía el feminismo de guardia en el sopor veraniego, sin especificar que ese ‘algo’ abstracto sólo podía significar un esfuerzo bélico que veinte años atrás fue rechazado con vehemencia y estruendo. Poco ha durado, sin embargo, ese cosquilleo de mala conciencia, aplacado con la extracción de unas cuantas familias salvadas por los pelos de la tragedia. Pronto caerá el silencio sobre las que se quedan; el inminente apagón informativo de los barbudos impedirá asistir al siniestro rodar de cabezas. Biden fue demoledoramente sincero en su alegato exculpatorio: no se puede sostener una guerra si nadie quiere ir a ella. Aunque olvidó añadir que hay modos y modos de perderla y que él ha elegido el de la vergüenza.
Pero siendo grave el desamparo de los afganos, y sobre todo de las afganas, habrá peores consecuencias de esta defección estratégica. El triunfo talibán va a crear en mitad de Asia una plataforma logística del terrorismo islamista, un laboratorio de desestabilización protegido por la tutela china y con el vecino Pakistán como masa crítica añadida. Eso fue lo que trató de impedir, tras el 11-S, el despliegue aliado. Quizá en el próximo atentado nos lamentemos de esta renuncia al liderazgo. Mientras tanto nos engañaremos con la ilusoria ficción de ‘moderar’ a los bárbaros a base de flexibilidad, transigencia y diálogo. El pensamiento débil siempre encuentra excusas para dejar ganar a los malos.