Juan Carlos Girauta-ABC

  • Tanta revolución ha terminado como un cuento de condes y de Adas. Qué chusco desenlace, macho alfa

A Iglesias le conviene Barcelona y a Barcelona le conviene Iglesias. Ese rictus triunfal y artificioso forjado en la guerrilla de tarimas estaba reclamando el escenario donde se cuecen las bravuconadas. Un decorado enorme, un Matrix blando, un mundo paralelo, alicatado, con llave en mano para el jactancioso. El lugar donde coges tus fracasos y, por mor de improbables sortilegios, te creces y desfilas, aclamado. El sitio donde todos los frustrados podrían encontrar la salvación: basta con asumir los mandamientos, ni siquiera prometes obediencia. Que vas a ser servil lo da por hecho su terca y trastornada ‘intelligentsia’. Que vas a comulgar con cada dogma, que vas a compartir sus fijaciones, no como el mesetario cejijunto que allí llaman España, cromo Bimbo.

Lo imagino en lejanos espigones, allá en el Rompeolas que no añoro. Lo veo prolongando madrugadas con las últimas luces de las Ramblas. En lo que fue el Pastís, quizá en el Karma, recreando el fulgor de la utopía. Pero nada es real, solo hay fantasmas de otros seres que fuimos Barcelona. El poso insustancial de una comedia que tomamos por gesta en los setenta, antes de renunciar al jeroglífico, como quien abandona un cine fórum harto de arte y ensayo y laberinto. Es un falso fervor regurgitado de aquel noventa y dos y aquel arquero, es Pasqual Maragall con sus saltitos. ¡Olímpica ciudad! Un espejismo. Pronto el siglo cambió y los contumaces nos negamos a darla por perdida, a ceder la ciudad de los prodigios a una rebaño llegado de comarcas. Pero si no quisimos admitir la extinción del lugar que había sido, fue solo porque nadie está dispuesto a dejarse tragar por el desagüe.

Desde lejos, ya convertido en otro, atrapo en las pantallas las noticias y las dejo marchar sin un lamento. Lo que cuentan nos entristecería si la consternación y la nostalgia no se hubieran podrido con el tiempo. Barcelona pasó, se fue la dicha de las bombillas y los entoldados en las fiestas de barrio y los conciertos, entre tantas banderas improbables que ciertas noches irrumpen en mi sueño. Y están los chiringuitos del Maresme, y en la playa de la Barceloneta continúan sirviéndote paella, y en los atardeceres de Montjuic puede el cielo pintarse de naranja junto al castillo donde yo buscaba la pretérita celda de mi abuelo. Pueden las lomas suaves de los montes despedirse del sol todos los días porque la orografía es insensible a los afectos que nos atraviesan.

Sé demasiado bien que son ensueños adheridos al don de la memoria, como sé que no hay nada, ni una esquina que conserve el calor de lo que fuimos. Así que, bien marchado, Pablo Iglesias, a los tristísimos restos del convite. Le van a agasajar los partisanos que colocó en Sant Jaume. Y ‘La Vanguardia’. Tanta revolución ha terminado como un cuento de condes y de Adas. Qué chusco desenlace, macho alfa. No sé si continúan las palomas ensuciando el Paseo de Colón.