Enric Juliana es, amén de subdirector de La Vanguardia, un pensador original. Su último hit ha consistido en un pío pío para anunciar que el amigo de Putin en España es Vox. Hombre, no, don Enric, amigos de Putin los tiene usted más cerca, pongamos que hablo de Pablo Iglesias, amigo suyo y coautor de un libro escrito por los dos al alimón, ‘Nudo España’. Y Pablo Iglesias, que es un jinete consumado en toda clase contradicciones, sostiene que Putin no es comunista, al tiempo que hace un mes en uno de sus videos lo calificaba repetidamente de soviético: “Un soviético que sacó lecciones del hundimiento de la URSS y se impuso la tarea de la revancha en un sentido histórico”.
Juliana mira a Alemania (y a Portugal) como un modelo para que aprendamos aquí a aislar a la ultraderecha. Quizá no ha medido el tratamiento que se aplica a la izquierda y a la ultraizquierda. Ahí están las elecciones federales de septiembre de 2005, en las que Gerhard Schroeder podría haber formado Gobierno pactando con el socialdemócrata radical Oskar Lafontaine, pero prefirió ceder la cancillería a Angela Merkel. Ahora imagínese, mi señor don Enric, que el canciller Olaf Scholz, socialdemócrata como nuestro Antonio, hubiese pactado el Gobierno federal con el brazo político de la R.A.F. también llamada Baader-Meinhof, 34 asesinatos, 25 veces menos que la banda a la que pertenecía Arnaldo Otegi, socio del Gobierno de progreso que forman Pedro Sánchez y el amigo de Juliana. No podrá, yo no podría. Y compare el constitucionalismo de Vox con el de cualquiera de los socios de Sánchez: Podemos, Bildu, PNV, ERC, JxCat y Compromís.
¿Se imagina mi admirado Juliana que Giuseppe Conte hubiese buscado en 2018 a sus socios de Gobierno entre los deshechos de las Brigadas Rojas (83 asesinatos, la décima parte que ETA) en vez de asociarse con el derechista Matteo Salvini, de la Liga Norte, socio también de Mario Draghi?
Contaba ayer Marisa Cruz que se los 27 Estados miembros de la Unión Europea solo tres aíslan a lo que llaman la ultraderecha: Francia, Bélgica y Alemania, aunque como queda dicho, no tanto como a la ultraizquierda, recuerde Juliana que el Partido Comunista alemán, KPD, fue prohibido en 1956 por el Tribunal Constitucional.
Nuestro hombre establece una cláusula de precaución con la ultraderecha en Alemania por una curiosa razón de cercanía: “la extrema derecha alemana gana peso en los pueblos cercanos a los campos de concentración”. Impresionante. Por esa razón de proximidad, Berlín tiene que ser plaza fuerte de la ultraderecha, tenga en cuenta que el campo de concentración de Schachsenhausen está a apenas 30 kilómetros de la capital alemana.
Quizá sea esta de la proximidad de los campos de concentración la razón por la que el Gobierno de Polonia está en manos de la extrema derecha por la red de campos de concentración y de exterminio que recibió el nombre genérico de Operación Reinhard: Auschwitz, Treblinka, Belzec, Sobibor y Majdanek. Los vecinos deben de añorar el olor a horno de leña que tenían a las puertas de casa. Dirán que ya no quedarán. Vecinos de cuando entonces. Lo habrán heredado. Zapatero le contó a Pedro J. Ramírez que él había heradado el gusto por el melón con sal de aquel abuelo al que fusilaron 24 años antes de que él naciese. Esta pasión tan española por las analogías tontas.