Ancha es Castilla

ABC 04/12/15
IGNACIO CAMACHO

· El CIS sitúa en las dos Castillas la clave de la campaña. Una docena de provincias entre las cuencas del Duero y el Tajo

VA a ser en las dos Castillas. Aunque el ruido electoral se concentre en las grandes ciudades y en las regiones más pobladas, la clave del resultado final estará en esas trece provincias interiores de tradicional reparto bipartidista, donde se elige más de medio centenar de diputados de los que el CIS atribuye a Ciudadanos una docena. Si el PP, o en menor medida el PSOE, logran inclinar a su favor los cocientes residuales que determinan el último escaño de cada circunscripción mesetaria, tal como ha sucedido desde el comienzo de la democracia, la proyección de las encuestas cambiará de modo determinante. Habida cuenta de que se trata de zonas de baja población y del alto número de indecisos –o de cautelosos– que registran los sondeos, la variabilidad del pronóstico es aún muy alta.

El sistema electoral fue diseñado en plena Transición para favorecer la estabilidad tras la inicial eclosión de partidos originada con la restauración de las libertades. Se utilizó para ello un mecanismo compensatorio que primaba el sufragio rural frente al urbano. Al establecerse un mínimo de dos congresistas por provincia, los umbrales de representación favorecen a las menos habitadas, de tal manera que un escaño en Soria o en Cuenca resulta mucho más «barato» o fácil que en Madrid o en Barcelona: necesita muchos menos votos. Hasta ahora esa regla beneficiaba de forma implacable a los mayoritarios, que en las demarcaciones pequeñas arramplaban con todo. Pero la irrupción de nuevas fuerzas pone a prueba el tradicional prorrateo: si cualquiera de ellas se acerca lo bastante al segundo puesto entrará en la facturación y puede descerrajar el candado de la España profunda, la clave oculta del bipartidismo histórico. De que se produzca o no ese fenómeno de fragmentación pronosticado por el macroestudio del CIS depende que el PP, presentido vencedor del 20-D, se mueva entre los 120-130 diputados, cifra claramente insuficiente para gobernar, o salte la barrera de los 140 a partir de la cual sería difícil cuestionar su derecho preferente a la investidura.

Por tanto la última batalla, sorda pero crucial, de la campaña se va a librar esta vez en territorios habitualmente preteridos en el debate político. No tanto en los populosos y agitados barrios metropolitanos donde ya casi todo parece decidido y la suerte más o menos echada, sino a campo abierto, en el gélido horizonte escarchado e invernal de los municipios diseminados entre las cuencas del Duero y el Tajo. Ahí, en el extenso predio castellanoleonés y manchego, con su intenso sesgo rural y sus votantes de edad avanzada, se puede decidir esta vez el Gobierno de España. Tres décadas y media después de que lo personificara la imaginación narrativa de Delibes, el metafórico Señor Cayo, con su cazurrería de secano y su solitario escepticismo ante el carrusel de la propaganda, quizá vuelva a tener la última palabra.