Manuel Montero, EL CORREO, 26/3/12
Las elecciones crean incertidumbres. La formación de la Junta queda a expensas del posible pacto PSOE-IU. Enfrente está la eventualidad de un gobierno del PP en situación precaria
El PP ha sido por vez primera el partido más votado en Andalucía, pero no está muy claro que haya ganado las elecciones, que pueda o deba formar gobierno. El PSOE ha pasado al segundo puesto y ha perdido un buen puñado de votos. Sin embargo, los resultados permiten afirmar que Andalucía sigue siendo el bastión socialista: en apuros y en nuevas condiciones, pero con posiciones sólidas, sin parangón en el resto de España. Sin mayoría y de segundo, puede formar gobierno –ya gobernó una legislatura en coalición–. Ha obtenido un resultado más que notable dadas las circunstancias: ni las encuestas ni los especialistas habían pronosticado que resistiese de esta forma.
En sí mismas, las elecciones crean incertidumbres. La formación de la Junta queda a expensas del posible pacto PSOE-IU. Enfrente está la eventualidad de un gobierno del PP en una situación más bien precaria, con dos partidos a su izquierda que en Andalucía están predispuestos a «parar a la derecha», por emplear un término al uso en tiempos electorales. Con estos planteamientos parecen forzados a presentar una alternativa conjunta al PP. Si hubiera gobierno de Arenas, cabría esperar una suerte de hostigamiento parlamentario permanente, una actualización del sonsonete electoral «que viene la derecha».
No ha resultado la apuesta del PP, pese a las apariencias. No ha conseguido votos que no tenía, además de perder votos respecto a las generales. Su presencia en el Gobierno nacional no le ha llevado a mejorar posiciones, bien porque estaba ya en su techo, bien por que no gusta su política de recortes. O quizás por su incapacidad de explicarla. No se ha llevado los votos que pierde el PSOE, que al parecer van a IU. Y ha pecado de euforia estos meses, con su propuesta de «cambio» –«el cambio andaluz»– cuyo contenido no ha concretado en ningún momento. Ni lo ha sugerido. No siempre funciona este marketing electoral que consiste en quédate quieto para no meter la pata y perder votos.
El PP pasa a ser el más votado. El hecho le da para mostrar entusiasmo y satisfacción postelectoral: al menos la noche de las elecciones. Sin embargo su estrategia pasaba por la mayoría absoluta o nada. Sin los 55 parlamentarios, que no tiene, queda sometido a una incertidumbre que no casa con la euforia que había lucido: si vendes la piel del oso antes de cazarlo y luego no lo cazas se te queda un rictus de circunstancias y te caerán unas cuantas pullas de las que resulta difícil recuperarse.
Permite varias lecturas el resultado electoral. Desde el punto de vista de la política nacional, da la impresión de que se ha detenido la hecatombe socialista que se inició el año pasado. Desde las elecciones de mayo, el PSOE vivía una especie de agonía lenta que parecía una caída sin fin. Amenazaba con llevarse por delante al propio partido, tras las pérdidas de ayuntamientos, autonomías, Gobierno. «Hay partido», decían los dirigentes socialistas la noche electoral de Andalucía, para referirse a que la pelota de los votos estaba en el alero. Lo había, pero lo más importante de la noche es que todavía les queda partido (partido político) y que a lo mejor pueden detener ya esa imagen de descomposición.
En Andalucía el PSOE puede salir del Gobierno si IU no entra en el juego, pero en ese caso mantiene posiciones. Lo hace, además, en las condiciones más difíciles inimaginables. El panorama, que en parte se lo habían creado los socialistas, no era para entusiasmar votantes. Han conseguido no derrumbarse en medio de los escándalos de los ERES y de la cocaína. Lo han hecho mientras mantenían una asombrosa paralización política y administrativa, con una nula innovación ideológica y programática. No han renovado sus candidatos y han dado el espectáculo público de las peleas internas para salvar el puesto. Si en estas condiciones el PSOE ha sido capaz de salvar los trastos quiere decirs que sus bases en Andalucía son solidísimas. No de las que se pueden combatir con una campaña silenciosa (sin propuestas claras) como la que ha realizado Arenas, que se quedó a la espera de que el adversario cayese por su propio peso. Y, al final, el PP no ha remontado al nivel que pudiera moverse con plena confianza en Andalucía y con las manos libres en España: que era al final lo que estaba en juego.
Por el otro lado está el rebrote de Izquierda Unidad, que pasa de 6 a 12 parlamentarios. La subida tiene particular importancia, habida cuenta el panorama ideológico andaluz. Si el PSOE ha defraudado a una parte de sus electores, lo ha hecho entre los que le exigen una política más radical (por la izquierda) y no hacia el lado contrario. De esta circunstancia se deducen consecuencias que serán cruciales. En el caso de un gobierno de coalición, habrá una política contra la crisis cuya base no sean los recortes, y desde luego contraria a la que propone (y realiza) el Ejecutivo de Rajoy. En el improbable caso de que saliese un gobierno en minoría del PP, la oposición parlamentaria, radicalizada, llevaría a situaciones imprevisibles.
Quien haya seguido el recuento electoral habrá advertido que los primeros resultados eran muy favorables al PSOE (le daban mayoría absoluta) y que según avanzaba el recuento caía poco a poco. La razón está, dicen, en que primero llega el recuento de los votos de los pueblos, con mesas más pequeñas, y después los datos de las ciudades. Esta rara fragmentación –el voto rural con el PSOE, el urbano con el PP– es una de las circunstancias más chocantes de la política andaluza.
Manuel Montero, EL CORREO, 26/3/12