EL MUNDO – 04/01/16 – ARCADI ESPADA
· Artur Mas quiso que la independencia fuera el nuevo proyecto de la burguesía catalana. Como ya había sucedido con el catalanismo, al proyecto podían (y debían) incorporarse otros sectores sociales. Los comunistas, por ejemplo, siempre fueron catalanistas. Aunque, obviamente, era esencial que la dirección del proyecto estuviera en manos burguesas. No fue suficiente con el conde de Godó y su mísera genuflexión periódica: el proyecto fracasó el pasado 27 de septiembre cuando la mayoría burguesa a favor de la independencia se mostró insuficiente para asumir las tareas de gobierno.
Ciudadanos, el Partido Socialista, el Partido Popular y Unió Democràtica recibieron gran número de votos de la burguesía estupefacta. Y así el proyecto independentista quedó en manos de una fracción burguesa y de una asambleísmo transversal y en buena parte anticapitalista.
Las negociaciones han sido largas y a punto estuvieron de dar un resultado favorable a la investidura de un presidente burgués y líder de un partido acosado por una corrupción fundacional. Cualquier observador extraño ha podido preguntarse estos días cómo es que un partido de un bagaje ideológico tan delirante como la CUP ha podido dudar siquiera un momento sobre la decupitación de Mas. Hay dos respuestas: la primera, y fundamental, es que el delirio, como la peste, es contagioso; y hace mucho tiempo que la Cataluña política ha entrado en una dimensión donde no rige la base 10. Luego hay que atender a otra característica: los alegres escuadrones independentistas siempre han mantenido buenas relaciones con el régimen nacionalista. Uno de los rasgos más preocupantes de la vida pública catalana en estos años ha sido comprobar cómo los gobiernos y la violencia callejera (la que asaltaba sedes de partidos, amenazaba a dirigentes políticos o boicoteaba actos públicos antinacionalistas) defendían lo mismo.
El acuerdo básico ha tenido, incluso, instantes plásticos. Uno de los matones principales del antisistema, David Fernández, amenazaba con su maloliente sandalia a Rodrigo Rato en sede parlamentaria, pero luego se abrazaba con Artur Mas, hijo de Liechtenstein y sus paraísos, y trataba con guante de seda, en la comisión que le mandaron dirigir, al corrupto confeso Jordi Pujol. Hay otros hechos curiosos. Como que durante los años del Proceso la chusma anarcoide recibiera la instrucción de no enturbiar las calles con la violencia recurrente a la que se dedicaron durante sus años protozoarios, porque podía perjudicar al proceso de liberación. Y así se acabaron los fuegos artificiales que acompañaban las celebraciones de los éxitos futbolísticos, los incidentes del anochecer en las diadas y las formas de repentina violencia callejera que habían hecho de Barcelona una bella referencia del antisistema europeo.
Al final, sin embargo, y urgidos por el interés de no perder ante el auge del partido Podemos, parte de la representación del sistema antisistémico catalán, parece que los militantes de la CUP no permitirán la investidura de Artur Mas como nuevo presidente de la Generalidad. Y que en las primeras semanas de marzo los ciudadanos de Cataluña volverán a votar. Los resultados de entonces pueden ser similares a los de septiembre o no. Pero las circunstancias en que se emitirá el voto ya no serán las mismas. La variación fundamental tendrá que ver con el carácter del movimiento independentista. La fracción burguesa que apoyó la alianza entre Mas y el clérigo Junqueras irá a votar sabiendo que ya no puede controlar la dirección del mecanismo. Y que dependiendo del candidato que presente la facción catalana del partido Podemos, puede que ocupe en ese mecanismo un lugar subordinado.
El antisistema catalán, una indigencia populista que va de Ada Colau a Antonio Baños, puede proclamar hoy con ufanía y verdad, un poco a la manera del célebre obispo Torras i Bages, que la independencia de Cataluña será revolucionaria o no será.
Revolucionaria… Entiéndaseme.
EL MUNDO – 04/01/16 – ARCADI ESPADA