Ángeles custodios

ABC 29/12/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Nuestros Cuerpos y Fuerzas de Seguridad son ejemplares. Probablemente por eso los haya vetado Ada Colau

Ayer detuvieron en Madrid a dos propagandistas de la barbarie armados con fusiles de guerra. Desde el establecimiento del nivel de alerta cuatro, penúltimo de los cinco posibles, son cerca de doscientos los presuntos yihadistas arrestados por los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado en España, antes de darles tiempo a matar. Y al otro lado del Mediterráneo, en el norte de África, nuestros soldados cumplen brillantemente la misión de contribuir a contener el avance del islamismo en el Sahel, frontera meridional de esta Europa acosada por esos fanáticos de la media luna simultáneamente desde dentro y desde fuera.

Mientras algunos, acomodados en sus mullidas poltronas, se llenan la boca de expresiones como «paz», «diálogo», «solidaridad» o «alianza de civilizaciones», más propias de concurso de mises que de políticos serios cuando hablamos de luchar contra la peor amenaza que ha soportado el mundo occidental en siglos, otros trabajan en silencio para protegernos. Sin alharaca, con humildad, dando muestras cada día de haber alcanzado un nivel de pericia sobresaliente.

Ninguna nación está libre de sufrir el zarpazo de esas bestias, por supuesto. Puede suceder en cualquier momento y en cualquier lugar. Pero la Guardia Civil, la Policía y los servicios de Inteligencia españoles aprendieron bien la lección de su largo combate contra ETA y están rentabilizando ese conocimiento al enfrentarse al islamismo del único modo realmente eficiente: Mediante la infiltración de sus redes de captación, la información puntual de sus pasos, el seguimiento estrecho de sus canales de comunicación y la neutralización de los criminales antes de darles oportunidad para llevar a cabo sus masacres. Por eso resultan creíbles estos «ángeles custodios» cuando desmienten ciertos bulos circulantes cuyo efecto es, precisamente, ayudar a los terroristas a alcanzar su propósito de aterrorizarnos, y por eso les debemos, cuando menos, la confianza que se han ganado a pulso. Lo cual no quiere decir que mañana no podamos ser víctimas de un atentado como los perpetrados en París, Berlín o Bruselas. Podemos. Y lo seremos, seguramente, si cometemos el error de bajar a guardia, como se hizo en Alemania, ceder al buenismo demagógico imperante en el discurso políticamente correcto y abrir las puertas indiscriminadamente a millares de refugiados, sin un proceso previo de filtración, comprobación y análisis meticuloso de antecedentes. ¡Claro que la inmensa mayoría de esos refugiados son completamente inocentes y necesitan nuestra ayuda! ¡Claro que estamos en la obligación de honrar nuestros principios y valores humanistas brindando auxilio a esos prófugos de la devastación! Es más; la próspera Unión Europea dispone de medios sobrados para llevar a cabo esa tarea de cribado y debería haberla completado ya, dando entrada a las personas en situación de mayor vulnerabilidad, que no representan peligro alguno. Pero con cuidado. Con sumo cuidado y bajo la mirada atenta de quienes saben diferenciar el grano de la paja, librándonos de los que no vienen en busca de ayuda sino con la intención de hacer daño. Mucho daño, directa e indirectamente, alimentando el auge de movimientos xenófobos impulsados por el miedo y por la rabia, hábilmente manipulados.

No es frecuente que en estos tiempos España pueda presumir de algo, especialmente si hablamos del sector público. La Guardia Civil, la Policía, las Fuerzas Armadas y el CNI, garantes de nuestra seguridad, son la excepción a esta regla y la envidia de nuestros vecinos. Probablemente por eso los haya vetado Ada Colau en el Salón de la Infancia de Barcelona. Ella siempre ha sido más de okupas; su «gente» y la de Pablo Iglesias, que se emociona viendo apalear por la turba a un agente uniformado.