La impostura ética de la izquierda

ABC 29/12/16
EDITORIAL

· El debate político en España estará mutilado mientras estas actitudes sectarias de falsa ética de la izquierda no sean desveladas en su dimensión real

LA izquierda política, social y mediática suele pavonearse de tener una ética pública que siempre considera superior a la de la derecha en rigor y calidad. Esa izquierda clama ante el pueblo por cualquier caso de corrupción que afecte al PP, al margen de lo que digan los jueces; desgarra sus vestiduras si a un alcalde popular se le ocurre talar un árbol y monta autos de fe en calles y plazas por cualquier sospecha de nepotismo o favoritismo en las filas de la derecha. Salvo en ocasiones concretas, esta actitud puritana de la «progresía nacional» es una impostura. No se basa en principios, sino en tácticas; no está construida con valores, sino con oportunismo. Dos ejemplos recientes demuestran la artificiosidad de esa sensible piel moralista. El PSOE calla ante la extensión del caso Acuamed al Gobierno de Zapatero, con la posible «mordida» de 1,7 millones de euros que tuvieron que pagar las constructoras de la planta desalinizadora de Águilas (Murcia) para financiar una campaña de publicidad institucional. Tiempo le faltó al PSOE para exigir explicaciones a la ministra en funciones de Agricultura, Isabel García Tejerina, cuando el caso Acuamed parecía limitarse a la desaladora de Torrevieja (Alicante), que implicaba el mandato del PP. Segundo ejemplo. La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, es responsable de la tala de 7.000 árboles en la capital de España. Lo que con Ana Botella hubiera merecido una condena por «arboricidio», para Carmena es un silencio acomodaticio de las organizaciones ecologistas. El problema de esta doble moral no es sólo de la izquierda política, sino de ese entramado de formaciones que se llaman a sí mismos «sociales» y que actúan como ariete contra los gobiernos del PP y desaparecen cuando gobiernan el PSOE, Podemos y otros partidos de ese sector ideológico. Los ejemplos podrían extenderse a la ausencia de reacción por las entidades feministas ante los alardes machistas de Iglesias. Las manifestaciones antijudías del líder de Podemos, lejos de merecer reproche alguno, a buen seguro habrán sido secundadas por sus conmilitones y seguidores. Ahí está también el alcalde de Cádiz, con su sospechosa gestión en las contratas de limpieza municipal. Y qué decir de las apologías de violentos como el «hooligan» Alfon o el sindicalista Bódalo o de las defensas entusiastas de dictadores y autócratas como Fidel Castro y Nicolás Maduro.

El debate político en España estará mutilado mientras estas actitudes sectarias no sean desveladas en su dimensión real. La derecha democrática no tiene por qué seguir asumiendo el síndrome de Estocolmo ante lo que no es una fortaleza de la izquierda, sino una asimetría critica, una debilidad inherente a su falta de proyecto político para el país, que suple con una continua y antidemocrática agresividad contra el PP.