Isabel San Sebastián-ABC

  • Sirvan estas líneas de homenaje a los militares y guardias civiles cuya encomiable labor admiro tanto como agradezco

Desde que cayó la primera nevada causada por Filomena, el viernes, miles de militares y agentes de la Guardia Civil emprendieron una carrera contrarreloj para tratar de impedir el bloqueo de media España. Se armaron de palas y vocación de servicio, se calzaron las botas, subieron a sus vehículos o bien echaron a andar, dispuestos a brindar auxilio a cuantos ciudadanos necesitaran ser rescatados del temporal. Hoy siguen haciendo ese durísimo trabajo, a pesar del cansancio acumulado, porque calles y carreteras han de ser abiertas al tráfico y los servicios municipales o autonómicos no dan abasto. Como siempre que se produce una catástrofe natural, los primeros en remangarse son nuestros «ángeles uniformados», cuya disponibilidad permanente se sobreentiende, sin necesidad de figurar en contrato alguno. Para ellos no hay festivos o vacaciones que valgan. Cuando se les necesita, ahí están, garantizando con su sacrificio la seguridad de los españoles. Se me dirá que, además del Ejército y la Guardia Civil, estos días se están dejando la piel igualmente efectivos de Protección Civil, bomberos, policías, conductores de quitanieves y demás trabajadores afectados por la borrasca. Es verdad. Pero mientras estos últimos gozan de general consideración y cobran sueldos más dignos, en el último escalón salarial de la función pública están los guardias civiles y los militares, quienes, por añadidura, sufren ataques constantes por parte de la misma izquierda que luego recurre a ellos en cuanto vienen mal dadas.

Un agente del benemérito Cuerpo, de los que hemos visto bajo la ventisca retirando nieve con una pala, cobra entre 1.500 y 1.700 euros al mes, a menudo con una carrera universitaria y tras superar las pruebas de una academia exigente. Un soldado, sea cual sea su formación académica, debe conformarse con unos trescientos euros menos. Y, sin embargo, ¿quiénes fueron movilizados para llevar a cabo la Operación Balmis en plena pandemia? Ellos. ¿Quiénes están abriendo paso en el hielo a la vacuna contra el Covid? Ellos. ¿Quiénes han sido enviados a los lugares más peligrosos en medio de la borrasca? Ellos. Y, mientras tanto, ¿qué estaban haciendo nuestros gobernantes patrios, generosamente retribuidos y rodeados de una legión de asesores igualmente bien pagados? El presidente Sánchez debía de estar librando batallas de bolas con sus hijas en La Moncloa, porque no se le ha visto el pelo durante todo este fin de semana dantesco. Y en cuanto al vicepresidente, Iglesias, él mismo nos ha informado de que escuchaba embelesado en su casa canciones de Barricada, mientras los agentes de la Benemérita destinados a custodiar su chalé se congelaban a la intemperie.

Sirvan estas líneas de homenaje a esos hombres y mujeres cuya encomiable labor admiro tanto como agradezco. Ellos y ellas sí merecen con creces la condición de referentes («influencers»), y no esa «celebridad» que se ha retratado desnuda en su lujoso jardín en busca de «likes» susceptibles de incrementar su caché.