Luis Ventoso-ABC

  • Reconocen que no pueden hacer nada para mejorar la vacunación

A finales de los cincuenta y arranque de los sesenta, la poliomielitis provocaba en España numerosos casos de parálisis infantil en niños de entre cinco y diez años. Entre 1958 y 1963 morían unos doscientos cada año por «la polio». Desde finales de los cincuenta existían dos vacunas, la Salk y la Sabin, pero llegaron a España tarde y mal. Por fin, en 1963, el Gobierno espabila, decide afrontar en serio el problema y lanza un ambicioso plan nacional de vacunación contra la poliomielitis, aplicando la vacuna oral Sabin. Al frente del proyecto sitúan al secretario general de Sanidad, un joven y brillante jurista, letrado del Consejo de Estado por oposición: José Manuel Romay Beccaría (futuro ministro del ramo con Aznar). En la primavera del 63 se inicia una prueba piloto en León y Lugo, y en noviembre arranca una extensa campaña nacional, que logra vacunar contra la polio al 98% de la población diana. Los resultados son inmediatos: de 1.770 casos anuales entre 1960 y 1963 se baja a solo 18 en 1965.

Ese hito se logró en una España con malas carreteras, sin internet ni móviles y con unas posibilidades logísticas de chufla frente a las actuales. Pero había tres cosas que hoy faltan: firme voluntad política de llevar a cabo el plan, un mando único para todo el Estado y un funcionario muy capacitado al frente (y dado que ocurrió en el franquismo, cruzo los dedos para que Carmen Calvo no me enchirone con su Ley de Memoria Democrática por recordarlo).

Hoy no existe tarea más prioritaria para el Gobierno de España que vacunar cuanto antes al mayor número de españoles, a fin de salvar vidas y la economía. Pero vamos rezagados y con cada comunidad por libre (Asturias ha aplicado el 75% de sus dosis; Andalucía, el 50%, pero Cataluña está en el 35% y Madrid en el 14%). Israel, el líder, ya ha vacunado a 20 de cada cien ciudadanos. Estados Unidos y Dinamarca, a dos de cien; Italia, a uno de cien… España está en 0,6. Preguntada Carmen Calvo, se escaquea alegando que «ha sido insólito tener la vacuna en tan poco tiempo» y que «nos ha coincidido con fechas muy complicadas». Paparruchas. El 7 de septiembre, tres meses antes del primer pinchazo, Sánchez ya anunció en TVE que se empezaría a vacunar a finales de diciembre. El Gobierno tuvo tiempo sobrado para organizar un plan ejemplar. Calvo añade una segunda excusa: explica que el Ejecutivo compra las vacunas -lo cual tampoco es cierto, porque las ha adquirido la UE-, pero pretexta que en el proceso de vacunación no pueden hacer más, por ser competencia de las comunidades. Finalmente, promete en nombre del Gobierno que en verano estará vacunada el 70% de la población, lo cual resulta contradictorio con su reconocimiento de que el Ejecutivo no pinta nada.

¿Para qué sirve un Gobierno que está de observador ante el mayor reto hoy del país, que es inmunizar rápidamente a la población? Pues sirve para la ingeniería social, adular a los separatistas, molestar al Rey y a los jueces y salir en la tele.