JORGE BUSTOS-EL MUNDO

ALBERT Rivera es un animal político, pero es un animal acorralado. Una partida ambidiestra de cazadores obsesionados con el pedigrí ideológico asedia su madriguera centrista: le exigen que salga a la luz y entregue sus votos. Que reconozca de una vez que España no es país para centro, ni jardín para anfibios que asuman el aborto, la eutanasia, el matrimonio gay o los permisos de paternidad sin dejar de promover la moderación fiscal y la unidad de España. La política ibérica se organiza en cotos vedados desde tiempo inmemorial pero Rivera es un predador cimarrón, nacido en campo abierto, que invade los terrenos de los demás para llevarse sus votos sin permiso. Hizo el pacto del abrazo con Sánchez y por tanto no es de fiar para la derecha; hizo presidente a Rajoy antes de ir a terceras elecciones y por tanto no es de fiar para la izquierda. Si no pacta, su partido es inútil; si pacta, es volátil. Quizá debería rendirse y acabar de una vez con su forma furtiva de existencia, renunciar a vivir adaptándose al medio como una fiera desesperada a la que le han cambiado de hábitat como mínimo tres veces: el pujolismo, el marianismo, el sanchismo. A todos ha sobrevivido, pero quizá debería dejarse ir resignadamente hacia una madurez confortable de chalé, bando o bisagra. Una vida española, al fin y al cabo.

El animal Rivera, sin embargo, no acepta su destino. Que según los que hacen las encuestas solo puede ser la sala de trofeos de los cazadores convencionales. A la entrada de su madriguera le han pintado esvásticas, signos masónicos y lazos amarillos. Le advierten de que ahí dentro escasea el oxígeno y de que pronto tendrá que salir, y entregarse. Sus 13 años de merodeo por el páramo agreste de Caín tocan a su fin. Esta vez desaparecerá.

Rivera sopesa la información que capta del entorno hostil. Su afilado instinto le comunica que las cosas están a punto de volver a cambiar. Una vez más. Es la ley de la selva y a la selva se viene llorado. Se adaptará. Empezó solo, hoy tiene el mayor grupo parlamentario de Cataluña y medio gobierno en Andalucía. A fuerza de pronósticos fatales se ha convertido en el líder más veterano de cuantos concurren a la presidencia. También es el único de los cinco al que se le conoce vida laboral fuera de la política. Prescinde o ficha colaboradores con idéntico desprendimiento. A sus fieles les suele repetir que en esta montería tan posible es predominar como extinguirse. Él vive en el presente pero duerme con un ojo puesto en el futuro. Cuando le preguntan por qué nadie se fía de él, esboza una sonrisa de triunfo –casi de íntima venganza– y responde: «Porque soy libre». He conocido ya a unos cuantos políticos y no sé qué será de Albert Rivera. Pero estoy completamente seguro de que ningún otro disfruta de esto tanto como él.