JUAN CARLOS VILORIA-EL CORREO

  • La ola ecoanimalista busca un cambio radical de la sociedad y el modelo de vida

Acaban de salir los números de la Semana Grande (taurina) de Bilbao y se confirma que ha sido la peor de toda su historia con menos de 60.000 entradas, pese a que los aficionados llevaban tres años sin festejos y las txosnas de bocata y kalimotxo han estado a reventar. Bilbao es y ha sido una plaza de referencia en España que puede ser el termómetro de cómo está la temperatura de la afición taurina. Y todos los síntomas indican que la demonización de la tauromaquia está calando en la calle, generando una moda de rechazo social y político a un arte secular que como ningún otro se va gestando en la arena a centímetros de la vida y de la muerte. Precisamente, esta Semana Grande, cuando en el ruedo de Vista Alegre se desarrolló una de las faenas que según los cronistas más veteranos ha sido la más emocionante, vibrante, intensa, escalofriante, de los últimos años. La faena de un chaval peruano vestido de azul y oro, Andrés Roca Rey, que convirtió el arte de la tauromaquia en una apuesta heroica, audaz, por la gloria o la muerte.

Hace sesenta y tantos años, como contaron Larry Collins y Dominique Lapierre, otro torero de leyenda, otro estilo, pero de carácter irreductible, le diría a su madre aquello de «o te compro una casa o llevarás luto por mí». Roca Rey, con las zapatillas atornilladas a la arena de Bilbao, teniendo enfrente un torazo de 631 kilos como un mercancías de vapor, le mostró de lejos la muletita y a menos de un metro de los pitones le cambió la trayectoria pasándoselo a milímetros de la carótida. Arte y muerte. Picasso y Lorca.

Pero la tauromaquia se ha convertido en el chivo expiatorio de los pecados del nacionalismo antiespañol cerrando las plazas de Barcelona y Baleares. En cabeza de turco del movimiento animalista iliberal, coercitivo e ignorante. Paradójicamente están en auge otros espectáculos de toros ensogados, toros en la calle, todos embolados, toros de fuego, que han perdido buena parte de su esencia de probar a los más valientes, veloces y livianos mozos del pueblo, cayendo en un atasco de masas sin pericia con el resultado de muertes lamentables, prosaicas, como un accidente en la carretera.

Mientras exista un Roca Rey la tauromaquia estará viva y los aficionados que resistan las presiones de los movimientos negacionistas y los políticos diletantes o sectarios seguirán yendo a las plazas. Pero los indolentes líderes de la política o de la opinión ya se pueden ir dando prisa en desenmascarar la ola presuntamente ecoanimalista que nos invade porque, al final, sus objetivos son un cambio radical de la sociedad y el modelo de vida. Como ha escrito el periodista Marc Lomazzi (‘Ultra-ecologicus’), la marca de fábrica de la ecología radical es un anticapitalismo virulento. Animales.