Tonia Etrxarri-El Correo
El Gobierno vasco ha tenido que aparcar sus reparos con la ayuda del Ejército
Desde la noche del sábado, Pedro Sánchez está intentando coger el timón del liderazgo. Sin conseguirlo. Porque sus intervenciones ante la televisión, en horario de máxima audiencia, ha suscitado tres reacciones contrapuestas. Por mucho que se empeñe en aparecer a la hora de la cena, la comida y la siesta. La reacción de sus seguidores -que no están dispuestos a admitir una sola crítica- es entusiasta. La de los observadores que se preguntan si el Sánchez omnipresente acabará dando lástima a ciudadanos dispuestos a creerse que si el Gobierno cometió errores de gestión en las primeras tres semanas, fue por simple desconocimiento. Y la de los críticos que no ven justificación alguna en tanta exposición permanente y vacía. Para comunicar la ampliación de 15 días más de confinamiento no es preciso abusar de la facundia exponencial. Trudeau, Merkel o Macron han comparecido sin fatigar a la población. Que lo poco gusta pero lo mucho cansa. En sus dos apariciones televisivas, Sánchez ha dado las gracias y ha querido transmitir ánimo. Pero la población asustada con la desprotección de equipos sanitarios necesita oír medidas convincentes. Sin hablar en tiempo futuro (la precariedad «se paliará») porque el problema se extiende en tiempo presente. Con más de 1.326 muertos en la noche del sábado, sus referencias al descenso del consumo de queroseno y los casos de delincuencia fueron desafortunadas. No se trataba de hacer un balance de su gestión sino de contar cómo salimos de ésta.
La unidad política contra el virus es una aspiración a la que no se debe renunciar. Sin obviar las críticas cuando se cometan fallos y sin confundir tampoco la libertad de expresión con los intentos de boicotear la unidad tan reclamada. El ministro Ábalos ha lanzado una advertencia. No perdonará «a quienes traten de sacar rédito político de una tragedia nacional». Dado que la oposición se ha puesto del lado del Gobierno, cabe pensar que se refiere al vicepresidente Pablo Iglesias. La ansiedad desmesurada por ocupar su minuto de gloria televisiva en vez de estar cumpliendo su cuarentena demuestra su incapacidad para gobernar. Y su utilización del dolor para convertir los aplausos desde los balcones a los sanitarios en caceroladas contra el Rey revela su labor entorpecedora. Una actitud que nada tiene que ver con la libertad de expresión sino con el fomento de la división manipulando sentimientos. Los demás, salvo Torra que hace su guerra, han ido rectificando. La creación del ‘mando único’ ha sido una medida tardía pero necesaria. Y el Gobierno vasco ha tenido que aparcar sus reparos por los recortes competenciales aceptando, incluso, la ayuda de la UME del ejército en casos puntuales.
Afortunadamente, los ciudadanos están por encima de los intereses partidarios. El homenaje que los ertzainas brindaron en Vitoria a la Guardia Civil acercándose a su cuartel para aplaudirles y estrecharles la mano por sus dos compañeros fallecidos, son gestos que reconfortan. Entramos en una quincena difícil. Con las calles vacías y los hospitales llenos. Los que van muriendo en soledad sin el beso de los suyos. Sin duelo. No es la peste del siglo XIV. Pero los historiadores la recuerdan. Hay que hacer caso al Gobierno mientras actúe con equidad en beneficio de todos. Ya se pasará factura cuando hayamos superado la pesadilla.