FERNANDO SAVATER-EL PAÍS

  • Los inefables dialogantes se felicitan de que la tribu etarra haya renunciado (sin condenarla) a la violencia y ahora esté en la vía política. ¿No era eso lo que queríamos?

Este año la familia y amigos de Joseba Pagaza no nos reuniremos en Andoain, donde fue asesinado en 2003, como hemos hecho hasta ahora. Por las actuales restricciones de movilidad el acto será mañana en Logroño junto a otra escultura de Agustín Ibarrola dedicada a las víctimas. Las circunstancias no son propicias a las asambleas pero aún menos sería de recibo renunciar a reflexionar juntos, siquiera semi-presencialmente, sobre esta era posterrorista heredera del ventajismo violento, tan deplorado por los hipócritas como rentabilizado por los cínicos. En efecto, se reconoce el daño causado: claro, para eso se hizo. Nadie pone un coche bomba o pega un tiro en la nuca para felicitar las Pascuas. Si ese daño fue justo o injusto será, como bien admitió Maddalen Iriarte, según la postura de cada cual: a los beneficiarios de la socialización del dolor, gracias a la cual han reforzado su ocupación del espacio político vasco e incluso estatal, les parece bien o muy bien; a las víctimas y a quienes se avergüenzan de ver la gobernabilidad democrática de España en manos de los saboteadores del bien común por medios criminales, nos parece no mal sino lo siguiente.

Los inefables dialogantes se felicitan de que la tribu etarra haya renunciado (sin condenarla) a la violencia y ahora esté en la vía política. ¿No era eso lo que queríamos? Sin duda, pero aceptando explícitamente la legitimidad constitucional, que puede modificarse, y no homenajeando a los asesinos. Desde luego lo que nunca quisimos es a Bildu tratada como compinche gubernamental imprescindible. ¿Entonces…? Pues lo que recomienda el editorial de este periódico: “A nivel político debe forjarse un cordón sanitario implacable ante todo dirigente o formación que abona malignamente estados de ánimo que luego se tornan en actos inaceptables”.