En días como estos se amontonan los aniversarios: dos siglos de la independencia de México, 90 años de la aprobación del voto femenino por las Cortes republicanas, 85 de la proclamación de Franco como Jefe del Estado y cuatro del golpe de Estado en Cataluña.
El Papa y el presidente AMLO han hablado de México: España ha de pedir perdón por los abusos. Allí ha levantado ampollas la intervención de Aznar en la convención del PP. ¿Abusó Hernán Cortés de los indígenas? Sabemos que de su relación con la nativa y políglota Malinche nació su hijo, Martín, y que ella fue su traductora para entenderse con los autóctonos. No sabemos si siguió la estricta observancia que cinco siglos después iba a imponer una ministra de Igualdad española y si ella dijo “sí, sí, sí” hasta el final a los requerimientos amorosos del conquistador extremeño. En cualquier caso, Cortés contó con el apoyo de la mayoría de los indígenas contra los aztecas. La conquista española fue civilizadora, aunque es verdad que hubo excesos. Uno nada despreciable fue que hoy presida México un descendiente de aquellos conquistadores españoles: Andrés Manuel López Obrador.
Ayer se cumplieron 90 años de la aprobación por las Cortes republicanas del voto femenino por 161 votos a favor, 121 en contra y 188 abstenciones. Irene Montero encabezó la conmemoración, en plan Campoamor y yo, le même combat. Lo poco que sabe esta criatura lo aprendió del dimitido padre de sus hijos, que tampoco era ningún erudito. Tras él ha repetido que Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken fueron las impulsoras del voto de las mujeres. Nada más incierto. Kent y Nelken fueron acérrimas detractoras de la propuesta, siendo la primera de ellas la oradora que defendió el voto negativo.
RNE celebró ayer la efemérides entrevistando a Cristina Almeida para glosar a Campoamor y su gesta. Es notable que hoy se declaren valedoras de esta mujer. Es un misterio que las izquierdas la consideren hoy uno de sus iconos, cuando son partidarias del bando que llevó a Clara Campoamor al exilio por lo que ella proclamaba en el título de uno de sus libros: ‘Mi pecado mortal y yo. El voto femenino’. En otro, ‘La revolución española vista por una republicana’, describía el ambiente de Madrid en julio y agosto de 1936: “De noche, Madrid no dormía, temblaba. Quien más quien menos escuchaba atentamente los ruidos de la calle, acechaba los pasos en la escalera a la espera siempre de un registro de los milicianos”. En los primeros días de septiembre se exilió. Ella fue uno de los personajes a los que se refería Machado: cualquiera de las dos Españas pudo helarle el corazón.
Ayer, 1 de octubre se cumplieron 85 años de la proclamación de Franco, pero no queda rastro de ello en la fachada de la Capitanía General en Burgos. Mi casa estaba a 80 metros y yo recordaba bien la inscripción en piedra que glosaba aquel momento: “En este palacio, el 1º de octubre de 1936, recibió el Excmo. Sr. D. Francisco Franco Bahamonde, nombrado Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos Nacionales los poderes y suprema autoridad de la Nación, etc.” La inscripción fue cambiada en época de Zapatero por una aséptica relación de los usos que tuvo aquel palacio, verbigracia: “1932-1936Cuartel General de la Sexta División Orgánica. 1937-1940 Cuartel General de la Sexta Región Militar”. Esto es lo que llaman memoria las izquierdas.
Sobre el golpe del 1-O del 17 no me extenderé porque está todavía en proceso. Ilya Ehrenburg hizo un retrato más bien amargo ya desde el título de un libro que ironizaba sobre el artículo 1º de la Constitución republicana: ‘España, República de trabajadores’. En él hablaba de un periodista, que habiendo heredado, colgó sobre su cama un cartel con la leyenda: “En la vida de todo hombre hay años perdidos” y comentaba el escritor soviético si no sería más pertinente estampar en todos los muros de España esta sentencia: “en la vida de todo pueblo hay siglos perdidos”. Aún no hemos apurado el primero.