J.M. RUIZ SOROA, EL CORREO – 20/07/14
· El PSOE comprende la política pasada como un proceso de depauperización de la gente por las élites y la futura como la rebelión de las multitudes.
Resultaba lógico y previsible que el sistema político español entrara en crisis en un cierto momento, dada la acumulación de abusos y desatinos llevada a cabo por sus principales actores durante largos años. En esa crisis es donde estamos ahora entrando, no saliendo como quieren creer algunos. Todos los síntomas dicen que lo que muchos perciben como un «tiempo nuevo» no es en realidad sino la fase agónica o degenerativa del «tiempo viejo».
Aunque la crisis afecta al sistema democrático entero, se manifiesta con especial crueldad en la situación que vive el partido socialdemócrata español desde hace tiempo; por un lado desnortado en su ideario y por otro sometido a la tensión competitiva de movimientos populistas radicales por su izquierda, que manifiestan con toda claridad su intención de devorar su espacio político y convertirlo en un actor secundario.
La socialdemocracia europea lleva decenios sin entender lo que le pasa, sin comprender las razones por las que la realidad se le ha torcido y ha dejado de funcionar como funcionó en la posguerra. La última crisis económica no ha hecho sino acentuar ese sentimiento de asombro de los socialistas ante el mundo globalizado: cuando Tony Judt resumía el pensamiento socialdemócrata sobre la sociedad actual diciendo que «algo va mal» mostraba precisamente las limitaciones de su capacidad de análisis: ¿Qué es exactamente lo que va mal y por qué va mal y cómo se puede enderezar?
A la desorientación cognoscitiva se le añade, en el caso del socialismo español, una sensación muy acusada de haber sido ‘timados’ por el sistema democrático cuando, después de haber sacrificado sus viejos ideales para la construcción y conservación del bienestar, adoptando políticas que no eran las de su propio corazón, se les ha pagado con sucesivos desastres electorales en el ámbito español que llegan a cuestionar incluso su misma supervivencia en el caso de Cataluña y País Vasco (precisamente donde también habían sacrificado otras de sus ideas por mor de adaptación sumisa a un nacionalismo rampante). Y del sentimiento de ‘nos han timado’ a la rebelión del ‘pues ahora se van a enterar’ no hay sino un pasito.
La situación del Partido Socialista de hoy trae a las mientes, por la fuerte analogía histórica implicada, a la del Partido Socialista de 1933, el año de las segundas elecciones republicanas en las que la derecha barrió a socialistas y republicanos de izquierda y los desplazó de la dirección de la República. También entonces, los socialistas se sintieron engañados y maltratados por la vida: habían colaborado entusiasta y fielmente con la República en un programa reformista pero no revolucionario, y ahora la sociedad les pagaba quitándoles el gobierno y entregándolo a partidos centristas y de derechas. De ese sentimiento de desengaño salió la decisión de Largo y Prieto de radicalizar al socialismo y coquetear infantilmente con un revolucionarismo poco meditado, abjurando del reformismo azañista. Esa radicalización, según todos los historiadores, fue uno de los factores más relevantes para el fracaso final de la experiencia republicana, precisamente porque dejó casi sin defensores al propio régimen.
Esa tendencia a la radicalidad, o esa vuelta al izquierdismo básico como lo llaman otros, viene hoy apoyada por el hecho de que al PSOE se le ha abierto un frente político e ideológico por su izquierda, un frente que amenaza comerle a sus electores más tradicionales. Ante esta nueva realidad, la tentación de unos dirigentes socialistas tan nuevos como noveles es la de adoptar las palancas ideológicas que tan bien utilizan los movimientos competidores: lo que legitima las decisiones es la gente. Cuando a Pedro Sánchez (un político al que le faltan por lo menos cinco hervores para dar la talla) le reprochan haber incumplido el acuerdo general de los socialistas europeos en la votación del presidente de la Comisión, su única respuesta es la de recurrir al argumento que, precisamente, utilizaría Podemos: «que vayan a las casas del pueblo y vean lo que dicen los militantes».
Igual que cuando describe su orientación futura: «estaré tan a la izquierda como lo quieran las bases». Al apelar a estas explicaciones el nuevo secretario general está implícitamente aceptando los marcos ideológicos de sus competidores, está pensando en sus términos y, en definitiva, está desplazándose hacia su terreno. Está ingresando en un cierto ‘sentido común’, emergente en la opinión, que comprende la política pasada como un proceso de depauperización de la gente por las élites y la futura como la rebelión de las multitudes. Simple, eficaz, equivocado y desestabilizador.
La firmeza del sistema democrático español ha estado garantizada hasta ahora por dos patas, las de un conservadurismo y una socialdemocracia que eran ambos sólidos en su respectivo campo y establemente fieles a ese sistema. Las dudas y tambaleos que muestra ahora la pata socialista presagian un futuro de inestabilidad generalizada. Y es curioso señalar que de esa inestabilidad pueden escapar, precisamente, los subsistemas políticos construidos sobre otras bases diversas y con estabilizadores distintos: el caso del ‘oasis vasco’ puede también volver a tener vigencia, como la tuvo en ciertos momentos de la historia española de los siglos XIX y XX. Tiempos inciertos y curiosos éstos.
J.M. RUIZ SOROA, EL CORREO – 20/07/14