Año Cervantes sin Cervantes

TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 04/02/17

· Esta semana se ha dado carpetazo al Año Cervantes con cierta vergüenza colectiva: no es que se le haya silenciado bajo siete llaves como si fuese un lastre para el progreso al modo del sepulcro del Cid, sino algo peor: se le ha despachado sin pena ni gloria, a beneficio de inventario. Los Reyes han prestado el Palacio Real para la clausura y unas palabras nobles, como cuando entregan diplomas benéficos o inauguran una central lechera en el norte; y el acto, con varios ministros según las crónicas, fue presentado por Concha Velasco. Del Año Cervantes apenas ha quedado sólo algún momento capaz de trascender a los titulares, aunque no como unos cuartos de final de la Copa del Rey o un rifirrafe de petardas en Sálvame.

He preguntado a unos adolescentes sobre los ecos escolares del año cervantino:

–¿Cervantino qué es?

Escribía Harold Bloom en su celebrado y polémico catálogo de la gran literatura occidental que «Cervantes posiblemente sea el único par de Shakespeare y Dante en el canon». Asociado a Shakespeare y Montaigne como constructor de grandes obras que dan sentido al mundo, Bloom acaba concluyendo que «en cierto sentido, sólo Cervantes y Shakespeare ocupan la más alta eminencia». Pero ni siquiera la coincidencia inexacta de la muerte de ambos un 23 de abril de 1616 ha servido, más allá de alguna infografía digital, para mirarse en el espejo británico de los festivales Shakespeare400 llevando su obra a nuevos públicos. Aquí el balance es burocráticamente gris.

No ha existido celebración de Estado; de eso se trata. Y esto seguramente viene a evidenciar la dificultad que hay en la España actual para dar sentido de Estado a algo. ¡Ni siquiera Cervantes! Como muestra, el botón del director de la Academia al lamentarse del balance decepcionante: «Al estar involucradas diferentes autonomías…». Al final se conmemora el Cervantes de La Mancha, el Cervantes de Andalucía, el Cervantes de Castilla… y no el Cervantes cuya «universalidad de genio» sólo es comparable a Shakespeare, como añade Bloom en El canon occidental. Hacer una lectura de campanario de Cervantes, con la boina hasta el entrecejo, retrata bien la dificultad para aceptar lo español bajo la deriva localista.

El inveterado problema de España con su Historia no remite. Meses atrás se retrataba en la polémica del 12 de Octubre, avivada por la miopía cerril de podemitas o cuperos que sólo alcanzaban a ver un «genocidio»; y el patrón se repite, ya sea con la España musulmana o Los últimos de Filipinas. La izquierda se solaza en la leyenda negra –hasta Lledó peca de maximalismos simples– y la derecha se ha quedado sin relato tras abusar de las ínfulas imperiales. Parece absurdamente que haya que elegir, sin permitir que la historiografía te joda los prejuicios. Si Savater reflexiona con Manuel Hidalgo que «España es uno de los grandes países europeos», en minutos se llena Twitter de tipos que le llaman facha. Tampoco escapa Cervantes, que fue capaz de mirar con distancia esa España que Taine define como «momento superior de la humanidad».

La veneración del 98 hacia Cervantes tal vez incurrió en excesos castizos, incluso Unamuno, gran lector de la obra en la que vio el alma española, hasta creer que eran nuestras Sagradas Escrituras. Pero sus grandes apologistas –de Fielding, Goethe, Sterne o Melville a Stendhal, Twain, Dostoievski, Flaubert o Mann– no parecen sospechosos de provincianismo al elevarlo a modelo universal en la modernidad. Claro que en esta España cerril del siglo XXI, lo universal vende poco. Se ve que Cervantes molestaba para el Año Cervantes.

TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 04/02/17