Ignacio Camacho-ABC
- Las convocatorias de Nochevieja son una declaración de principios sobre la vigencia del legado etarra en el posterrorismo
Las decenas de homenajes a asesinos y demás reclusos de ETA celebrados en Navarra y el País Vasco durante la última noche del año es una declaración de principios sobre el modo en que el mundo proetarra ha decidido afrontar el posterrorismo. Ya no se trata de ‘ongi etorris’ o bienvenidas a convictos que han cumplido condena -y que por cierto prometieron suprimir para no poner al Gobierno en aprietos mientras negociaba con Bildu los presupuestos- sino de una reivindicación en toda regla de la épica de la violencia. Y plantea un problema más profundo y más grave que el de la aparente imposibilidad judicial de prohibir esa clase de actos: el de la decisión de los dirigentes batasunos de reafirmarse en el relato de justificación retroactiva de los atentados como parte inevitable de un ‘conflicto armado’ que los volvía, si no deseables, sí necesarios. Es decir, la renuncia completa al arrepentimiento y la voluntad de participar en política sin admitir ningún lastre moral ni mostrar por las víctimas el más mínimo gesto de respeto.
Dicho de otro modo: se han venido arriba interpretando, no sin razón, que el blanqueamiento sanchista les otorga credenciales limpias para incorporarse a la escena institucional y social con la conciencia tranquila. La normalización parlamentaria los ha integrado sin reparos en la masa crítica de la mayoría, les ha retirado el veto ético y los ha investido con la túnica patricia del bloque ‘progresista’. Ahora pueden soñar incluso con disputarle al PNV la hegemonía y aspirar con Podemos y el PSOE vasco a una alianza tripartita. Han pasado a ser una fuerza más de la izquierda, legitimada para medir su implantación y su destreza estratégica a través de la movilización callejera. Y lejos de sentirse conminados a pedir perdón por nada se disponen a elegir como nuevo hombre fuerte de Sortu -y probable sucesor de Otegui, cuya autoridad empieza a quedar amortizada- a David Pla, uno de los últimos jefes de la banda. Otro ‘hombre de paz’ para la nueva etapa.
Es en ese contexto en el que hay que valorar la relevancia de las concentraciones de Año Viejo, donde criminales como Parot y Peixoto han sido objeto de diversas muestras de enaltecimiento entre brindis por la pronta libertad de los presos (que se acabará produciendo, tiempo al tiempo). Se trata de impugnar el concepto de derrota para convertirlo en una especie de empate provisional que pueda dar paso a la victoria. De dar valor al legado de ETA mediante su inserción en un discurso de revisión histórica que rodea a los terroristas de una aureola heroica. Las asociaciones de víctimas han inventariado más de 280 convocatorias de este tipo a lo largo de 2021. Eso no es un fenómeno aleatorio sino una demostración de músculo, un proyecto de ocupación del espacio público. Y ha sucedido, sigue sucediendo, sin que el galán de La Moncloa lo considere asunto suyo.