Los preparativos sobre la celebración de la cumbre de la OTAN en Madrid, a finales de mes, están avivando el fuego de la confrontación en los dos gobiernos de la Moncloa. Porque ya son dos (¿o tres, si contamos el proyecto unipersonal de Yolanda Díaz?) los que conviven en un Ejecutivo que mantiene actitudes tan opuestas en torno a la Alianza Atlántica. Algo insólito en Europa, que un Gobierno tenga a la mitad de sus ministros favorables a la OTAN y la otra mitad, contraria. Pero no es un fenómeno nuevo. Desde que Putin decidió invadir Ucrania para conquistarla y someter a sus ciudadanos, el papel de los socios de Pedro Sánchez ha sido beligerante con quienes querían ayudar, con armas, al pueblo ucraniano. Y el Gobierno se partió por la mitad. Vox tiene la fama pero en Podemos cardan la lana. Los socios del ala oeste de la Moncloa han mantenido considerables discrepancias con los socialistas (en su conspiración contra la Corona, con el espionaje de Pegasus llegando a pedir la dimisión de la ministra Margarita Robles, con la Ley Audiovisual…) pero con la OTAN han encontrado hueco. Y aprovechando el momento en que España ejercerá de país anfitrión de la cumbre y en el que el presidente del gobierno se ha envuelto en la bandera atlantista, los podemitas quieren visualizar el desencuentro.
No llegará la sangre al río, seguramente, porque a ninguno de los dos les interesa romper. Pero Unidas Podemos quiere exhibir sus diferencias ahora que ya están enfrascados en la campaña electoral andaluza, prolegómeno de las elecciones legislativas. Para marcar la diferencia y dejar grabada la idea de que ellos son la auténtica izquierda, «nosotros no somos como el PSOE».
Sánchez minimiza las discrepancias, que califica de «domésticas». Respeta tanto que sus socios sigan coreando «OTAN no, bases fuera» como el aviso de los nacionalistas catalanes de que volverán a delinquir («ho tornarem a fer»), que eso, lejos de ser una opinión, es una amenaza. En su Gobierno «ejemplar» no hay fisuras, dice. Y Podemos se rebela y quiere que lo sepamos.
La ministra Belarra se descuelga con un discurso pacifista, simple como un corcho y vacío como un depósito de gasolina en crisis, en un momento en el que varios países europeos amenazados por Rusia llaman a las puertas de la OTAN, en defensa propia. No hay alternativa entre totalitarismo y democracia.
Puede ser que estos desplantes se queden a nivel doméstico y que influyan, sobre todo, en los procesos electorales porque la gente va tomando nota. Pero no deja de ofrecer una imagen lamentable, como país anfitrión, que los aliados atlánticos sepan que el Gobierno que les acoge tenga empotrados en la Moncloa a soldaditos nostálgicos del Pacto de Varsovia. En pleno escenario bélico de la invasión rusa en Ucrania. Biden no tiene que conocer la existencia de los ministros de Podemos. Pero si nos preguntamos la causa por la que sigue haciéndole la cobra al presidente del Gobierno de España y, finalmente, evita una reunión bilateral con él, encontraremos la respuesta.