Ante la barbarie

ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC – 18/12/14

· Es urgente rearmar nuestro arsenal ético, desterrar este relativismo aniquilador, vencer la cobardía, defender nuestros principios.

La barbarie, en nuestros días, muestra el rostro barbudo de un guerrero de Alá. No tiene nombre ni identidad. Es una apátrida aferrada a un credo perverso, diga lo que diga el pasaporte británico, australiano, afgano, yemení o español con el que cruza fronteras. Ha cultivado a conciencia el odio irracional que envenena su corazón, abonándolo con fanatismo y enseñanzas despiadadas. A sus ojos, el Mal a destruir somos nosotros.

La barbarie aborrece a la mujer y renuncia a sus talentos. La desprecia, la sojuzga, la reduce a la condición de sierva u objeto sexual, la considera un ser inferior necesitado de palo y sumisión a la tutela del varón. No es casualidad. El progreso de Occidente corre parejo al protagonismo creciente de las mujeres, a su contribución al desarrollo de la cultura y los valores imperantes, al paso gigantesco dado por nuestras sociedades desde el mismo momento en que decidieron liberarse de la hemiplejia autoinfligida que les había impedido evolucionar. Pero ellos no creen en el progreso. Tampoco en la libertad. Su universo, congelado en lo más tenebroso de la Alta Edad Media, es cerrado y oscuro, está regido por el miedo y obedece a los designios de un dios terrible, ajeno a la misericordia, cruel, feroz, sanguinario, vengador. Un dios a imagen y semejanza de sus combatientes, orgullosos de asesinar en su nombre a niños de corta edad, degollar a periodistas maniatados como corderos, sembrar el terror entre la población civil de cualquier nación o decorar las ciudades conquistadas por sus hordas con las cabezas cortadas de sus enemigos. Un dios siniestro.

La barbarie se ceba en los escolares. Ametralla a sangre fría a 132 criaturas en un colegio paquistaní a fin de regocijarse con el dolor de sus padres. Pone en su punto de mira a Malala, valerosa premio Nobel de la Paz, pretendiendo matar con ella su irrenunciabe determinación de acceder a la educación y así ganarse un lugar al sol del mundo desarrollado. Una oportunidad de escapar al destino aterrador que le reservan los bárbaros. Un salvavidas.

La barbarie, hoy y siempre, aguarda el momento de asaltar las murallas de nuestra civilización. No se conforma con imponer su yugo inicuo allá donde la Historia ha querido que triunfaran antaño los estandartes de ese dios atroz. La barbarie acecha, amenaza, golpea y se esconde, mientras muchos de los llamados a resistir la embestida evitan darse por aludidos y prefieren mirar hacia otro lado, cuando no mostrar su servil «respeto» por la aberración religioso-cultural que sustenta algunas de esas conductas. ¿Dónde están las mujeres de Occidente que hacen bandera del feminismo para reivindicar un presunto derecho al aborto? ¿A qué obedece el silencio atronador de buena parte de esa izquierda autoproclamada «progresista», a la que no se le caen de la boca las proclamas anticlericales cuando del catolicismo se trata? Es evidente que no todos los musulmanes son extremistas ni mucho menos violentos, pero no lo es menos que todos los que hoy día matan invocando un mandato divino rezan al dios musulmán. Y no porque resulte obvio o pueda entrañar represalias hay que dejar de decirlo. Nos va mucho en el envite.

La barbarie, su descaro, nos obliga a reaccionar. Ante el avance arrollador del salvajismo yihadista, la única postura sensata, la única actitud prudente, es plantar cara a la ofensiva con todo el armamento a nuestro alcance. El militar, por supuesto, allá donde proceda usarlo, el que tienen a su disposición los servicios de inteligencia, y también el ideológico. Es urgente proceder al rearme inmediato de nuestro arsenal ético, desterrar este relativismo aniquilador, vencer la cobardía, enarbolar la defensa de los principios que nos han hecho grandes, afirmar sin complejos que somos más fuertes y somos mejores porque somos libres, iguales en derechos así como en obligaciones, dueños de nuestro destino y capaces de regirnos por nuestra propia voluntad.

ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC – 18/12/14