KEPA AULESTIA-EL CORREO

La apertura navideña y la restricción posterior no solo revelan el sometimiento de los criterios científicos y sanitarios a conveniencias de orden político y hasta partidario. No solo revela un punto preocupante de indolencia, cuando era evidente que la activación de la movilidad y de los encuentros sociales -puente tras puente, tras el fiasco de la desescalada veraniega- conducía a una tercera ola a cuenta de la Navidad. Es que la política ‘realmente existente’, la política partidaria, no se lleva bien con la anticipación requerida por los problemas globales. O se aplica de mala manera; como en Irlanda del Norte, anunciando ayer confinamientos para después de Reyes.

No es cierto que las administraciones concernidas transfieran la responsabilidad a las personas individuales. No es cierto que traten de hacer honor a la mayoría de edad de toda sociedad democrática. En realidad las instituciones se echan atrás en sus decisiones para que sean las familias, los grupos de amigos y hasta los vecinos de escalera -léase las comidas de San Esteban en Cataluña- quienes deliberen sobre las medidas a adoptar. Lo que transfieren es el desgaste político y partidario, que se convierte en desgaste en el entendimiento entre generaciones, entre hermanos, y entre allegados sobre cómo celebrar o no las fiestas. Todo lo contrario a la anticipación en la gestión de lo público.

La ahora nominalmente en boga «gobernanza anticipatoria» requeriría que los poderes públicos, todos ellos, se hiciesen a un lado ante las evidencias y los pronósticos de base científica. Pero la democracia partidaria no está en condiciones de ceder terreno. Pedro Sánchez espetó esta semana a Inés Arrimadas que los socialistas cuentan con 120 escaños en el Congreso, mientras que Ciudadanos tiene solo diez. Con lo que toda razón ajena al reparto de votos queda en inferioridad. Es difícil idear políticas anticipatorias donde predomina el partidismo, aunque los responsables públicos se ufanen de anticiparse al futuro.

Es difícil que la anticipación cobre peso en la transitoriedad inherente a la sucesión de legislaturas y mandatos. Cuando la inmediatez se impone sobre la prospectiva, y cada mayoría de gobierno trata de sortear las dificultades del presente a costa de hipotecar la suerte de los que vengan. Anticiparse es arriesgar hoy para que los frutos se recojan si acaso a años vista. Y la política partidaria no es altruista ni para esperar la cosecha unos meses. Las instituciones no están preparadas, por ejemplo, para gestionar el Fondo Next Generation europeo cuando los partidos que las conforman han renunciado a la anticipación. Aunque, como el presidente Sánchez declaró hace un mes, digan buscar instrumentos para ello.