IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La continuidad de Sánchez plantea al pensamiento crítico el desafío de encontrar un método deconstructivo distinto

Entre las esperanzas que ha frustrado la continuidad de Sánchez hay que contar también la de la desaparición del antisanchismo. Los que pensamos que el del presidente es un modelo tóxico para la convivencia confiábamos en que su caída nos librase del cansino esfuerzo intelectual de deconstruirlo. El periodismo vive de novedades y se había ilusionado con un cambio de registro: el debate sobre la presencia o ausencia de Vox en el Ejecutivo, las primeras medidas del nuevo Consejo de Ministros, los cuchillos largos que estaban a punto de brillar blandidos por los socialistas críticos. Al fin algo distinto. Y en vez de eso habrá que seguir martilleando sobre asuntos tan vistos como el precio de las alianzas con las diferentes tribus del separatismo. Además de sus presumibles efectos nocivos, este sanchismo de segunda generación que los españoles han alumbrado va a resultar un período bastante aburrido. Habrá noticias, claro, pero ya conocemos la música y el estilo.

Y tiene pinta de ser más de lo mismo. Ocultaciones, mentiras –¿por qué iba a dejar de mentir si ha salido absuelto?–, propaganda a destajo, subidas de impuestos, paseos en el Falcon, asalto a la independencia de poderes, ninguneo del Parlamento, ocupación desahogada de las instituciones, abuso del decreto, leyes de sesgo, privilegios territoriales en cada negociación de presupuesto, antifranquismo retroactivo y la tradicional cuota de incompetentes en los ministerios. Todo el inventario de estragos que Arrimadas desgranó en su último discurso en el Congreso. Con el añadido de algún posible referéndum y del cortejo a un Puigdemont encantado de manejar la llave del Gobierno y dispuesto a provocar otra humillación al Supremo. Sólo que ese catálogo aciago ha sido ahora convalidado en las urnas y por tanto ya no cabe sorprenderse ni llamarse a engaño. Ni siquiera si las costuras de la Constitución crujen para abrir paso a las reclamaciones autodeterministas que los socios han anunciado.

Habrá que abordar el relato buscando la manera eludir la rutina, soslayar el tedio y resistir el cansancio. Sobreponerse a un desaliento lógico tras el fiasco sin caer en esa hipérbole faltona con que ciertos discursos extremistas tienden a desahogar su fracaso. Pero va a costar trabajo lograr que los mensajes traspasen el eficaz blindaje mediático que el aparato oficialista tiene en sus manos. Casi todo está ya dicho y repetido hasta el hartazgo durante los últimos cinco años. La crítica frontal, el desmontaje de los bulos, la refutación racional de los falsos argumentarios, el riesgo de ruptura cívica en un país escindido en dos bandos. Será preciso probar otro método –tal vez el humor, la ironía, el sarcasmo— porque no es una opción ceder al silencio, y menos al aplauso. Sólo espero que la alternancia no tarde tanto que me pille jubilado. Pero si así sucediera, prometo volver para contarlo.