JORGE DEL PALACIO-EL MUNDO
Los autores asumen el poder de la televisión para modificar la capacidad cognitiva del público. De aquí concluyen que la exposición continuada a programación de baja calidad debilita la inteligencia, compromete el compromiso cívico y abona el camino al éxito del populismo. Aterrizando la tesis en Italia, hasta los años 80 la hegemonía de la RAI garantizaba una televisión de calidad marcada por un tono cultural elevado. Sin embargo, la irrupción de Mediaset en los 80, con su batería de programas de entretenimiento, se convirtió en la correa de transmisión de valores que prepararon la llegada del berlusconismo. Mediaset como fábrica de estúpidos.
La tesis cala porque viste con ropaje científico un prejuicio muy arraigado en el mundo cultural occidental, desde el cristianismo hasta la Ilustración: el mal es fruto de la ignorancia. Un camino trillado y demasiado sinuoso para la política. Umberto Eco, que inventó un bibliotecario fascinante que ocultaba libros para salvar el mundo de ideas perturbadoras, ya había categorizado a los votantes de Berlusconi apoyándose en la misma idea: los «motivados», los inteligentes pero carentes de moralidad; y los «fascinados», las personas de escasa inteligencia y éticamente perezosas. De lo cual se deduce que mientras la mitad del país estropeaba la sesera con los bailes de las bellinas de Mediaset, la otra releía a Moravia, Calvino o Sciascia antes de acostarse. Y de aquellos polvos estos lodos.
El problema de la tesis, uno al menos, es que no atiende a la tradición de comportamiento político en Italia. Como ha mostrado Ilvo Diamanti, el voto a las coaliciones guiadas por Berlusconi reproduce la fractura comunismo-anticomunismo que condicionó la vida política de la Primera República, desde 1948 a 1994. Berlusconi no encuentra un electorado virgen al que moldea a través de su televisión. Al contrario, trabaja sobre una larga tradición de voto anticomunista que consigue recoger y mantener con vida proyectándolo sobre los herederos del PCI. Luego, Mediaset no constituye un antes y un después en ese sentido.
Pero usted, por si acaso, apague la televisión. No vaya a distraer a la verdad, con mayúscula, y convertirse en un populista.