ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • Sánchez recibe con agrado esa pasada por el lomo de las manos que semanas antes habían degollado bebés

Si Pedro Sánchez tuviera dignidad, habría rechazado públicamente los elogios ultrajantes recibidos de Hamás. Los habría repudiado al menos con la misma firmeza que puso en condenar lo que denominó «matanzas indiscriminadas de civiles» cometidas por el ejército hebreo en Gaza. No lo ha hecho porque las declaraciones merecedoras de esas alabanzas no fueron fruto de la imprudencia, sino del sectarismo más descarnado. Nuestro presidente fue a Oriente Próximo con el propósito de erigirse en portavoz occidental de la izquierda populista que enmascara su antisemitismo abrazando la causa de un pueblo palestino presuntamente víctima de Israel, cuyos principales verdugos son, en realidad, los terroristas que lo gobiernan. La misma izquierda hemipléjica que se manifiesta contra la violencia sufrida por la mujeres o el colectivo Lgtbi, olvidando a las judías salvajemente torturadas o a los homosexuales musulmanes linchados por las mismas turbas de fanáticos islamistas. Lejos de sentirse insultado por esos aplausos que salpican sangre, Sánchez ha recibido con extremo agrado esa pasada por el lomo de las manos que semanas antes habían degollado bebés, violado a decenas de muchachas antes de asesinarlas, quemado vivos a niños junto a sus padres o abuelos y secuestrado a más de doscientas personas mantenidas como rehenes. «Apreciamos la postura clara y audaz del español, Pedro Sánchez, que condenó las matanzas indiscriminadas del Estado ocupante contra civiles en la Franja y apuntó la posibilidad de que su país reconozca unilateralmente el Estado palestino», decían los matarifes en su mensaje. ¿Cabe mayor prueba de cargo? El objeto de esos halagos había dicho todo eso desde Rafah, sin contrapesar sus palabras con nada más que una condena genérica de los «atentados» de Hamás. Sin mencionar que fueron los terroristas palestinos quienes iniciaron esta ofensiva brutal, con los ataques de octubre en los que masacraron a más de 1.200 inocentes. Sin denunciar la utilización sistemática de civiles como escudos humanos por parte de la organización firmante del comunicado. Sin intentar siquiera disimular su evidente parcialidad en un conflicto endiablado cuya complejidad deja en ridículo ese lenguaje panfletario de mitin de facultad, absolutamente impropio de un hombre de estado.

En 1991, durante la presidencia de González y con Fernández Ordóñez como ministro de Asuntos Exteriores, España supo aprovechar su legado histórico, su posición estratégica y su buen hacer diplomático para acoger una conferencia de paz que sembró las bases de los acuerdos de Oslo. En 2023, con Sánchez en la Moncloa y Albares en Santa Cruz, nuestro país daña gravemente las relaciones con Israel, se arriesga a perder la valiosa colaboración de sus servicios de inteligencia en materia antiterrorista, hace frente común con el yihadismo contra la única democracia de la región y se distancia de la postura común mantenida por el mundo libre. Otro daño irreparable al buen nombre de nuestra nación.