José Luis Zubizarreta-El Correo
Toca felicitar al presidente por el acuerdo logrado en lacumbre y no dejar que aplausos, abucheos y trifulcas de los forofos nos arruinen un merecido descanso
Como al entrenador sus jugadores después de haber ganado la Champions, así al presidente del Gobierno le ovacionaron sus ministros, en La Moncloa, y sus diputados, en el Congreso, a su vuelta de la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno que aprobó el plan de reconstrucción europea tras noventa «extenuantes» horas de reuniones. ¡Poco faltó para que lo mantearan! Aun así, el sentimiento que me causó el infantil recibimiento monclovita me hizo sacar del baúl del diccionario, para explicarlo, el polvoriento término de alipori, es decir, bochorno o vergüenza ajena, además de confirmarme que la política se desliza del espectáculo hacia el forofismo, que es la versión más cutre del fanatismo.
Por si fuera poco, la actitud de la oposición vino a reforzar de modo definitivo mi convicción. Lejos de hacerle el pasillo en el Congreso, como suelen hacer, según el fair play deportivo, los rivales con el vencedor -por no decir la ola, como se la hiciera en Italia la Cámara en pleno al presidente del Consejo de Ministros, Giuseppe Conte-, en España, el jefe del principal partido opositor dio las mismas muestras de incomodidad que los malos perdedores exhiben cuando tienen que reconocer los méritos del ganador y se esforzó en quitárselos al presidente del Gobierno para otorgárselos a los líderes de sus partidos hermanos europeos. ¡Es la ruindad que gustan de exhibir los forofos!
Digamos, pues, huyendo tanto del aplauso servil como del abucheo resentido, y ateniéndonos a los hechos reconocidos por los que saben del tema, que, en lo que a la Unión Europea toca, resulta obligado congratularnos con el presidente, aunque sólo sea por la «escucha empática y constructiva» con que él mismo confesó haber contribuido a un acuerdo que nos reconcilia con esa indeterminada organización de países que casi siempre acaba sorprendiéndonos para bien. No nos pongamos, pues, críticos señalando que, también esta vez, sobrevoló la cumbre la amenaza de esa maldita unanimidad que, al consagrar la intergubernamentalidad, arrastra consigo el lastre del veto que frena su deseable avance hacia una cada vez mayor integración. Dejémoslo para otro momento, si alguna vez llega, en que la turbulencia ambiental haya amainado y permita abordarlo.
Aquí, en casa, seguimos, por contraste, en las mismas, incapaces de superar los desencuentros ni en los momentos en que la necesidad más acucia. Triste ha sido, en efecto, el final de esa Comisión para la Reconstrucción que ha culminado su trabajo en el Senado sin que quepa asegurar con rigor si se trata de un éxito o de un fracaso. Y es que, aunque los haya, y los hay en excesiva abundancia, los acuerdos, por su vaguedad, en algunos casos, y su falta de fuerza vinculante, en todos, acabarán sepultados por los desacuerdos, que, además de ser igualmente numerosos, serán los que reaparezcan con fuerza a la hora decisiva de elaborar y presentar a la Cámara los Presupuestos más determinantes de nuestra reciente historia. Será ése el momento de constatar si a la recalcitrante oposición, con la que, de antemano, cuentan, no se le sumarán eventuales defecciones que, desde hace tiempo, amenazan con debilitar la endeble conjunción de partidos que, más mal que bien, se aglutinaron para asegurar la investidura del hoy presidente del Gobierno. Curiosamente, el eslabón perdido que pudo un día formar parte de una resistente cadena, Ciudadanos, vuelve a surgir hoy de la niebla, para erigirse en apoyo constructivo, pero insuficiente, de un lado, y en factor de tensiones y potenciales defecciones, de otro. Es el problema que causa tener razón a destiempo.
Más cerca aún, aquí, en Euskadi, la continuidad de alianzas que prometía otorgar la ansiada estabilidad del Ejecutivo han venido a ponerla en duda las insinuaciones de la secretaria general de los socialistas vascos, Idoia Mendia, que ahora nos sale con su indecisión entre coalición de Gobierno y pacto parlamentario. Tras lo dicho en campaña, resulta increíble. Formará parte, digo yo, del viejo juego del cortejo, aunque no parecía tener ya demasiado sentido en las actuales circunstancias. A no ser que se quiera emitir un mensaje de fortaleza a la militancia o ejercer presión sobre un socio que presiona a su vez con su duda sobre el apoyo a las Cuentas del Estado. En fin, que la indecisión no perturbe el descanso, de por sí precario, que creíamos habernos merecido tras tantos sinsabores e incertidumbres como hemos pasado. Lo diremos a la vuelta.