Ignacio Camacho-ABC
- Las enmiendas de ERC señalan como blanco estratégico a las instituciones que impidieron su golpe insurrecto
El Estatuto de Cataluña promovido por Zapatero no rompió España, pero diez años después se produjo un levantamiento secesionista multitudinario. Los procesos históricos son fenómenos paulatinos o graduales que rara vez provocan desenlaces inmediatos; no obstante, cuando a una mesa se le aflojan los tornillos o se le sierran las patas suele acabar viniéndose abajo. Las alianzas de Sánchez con el «bloque plurinacional» que defiende Iglesias tampoco van a demoler de un día para otro el Estado, que tiene mayor resistencia estructural de la que contemplan en sus cálculos algunos aspirantes a revolucionarios. Tendrán consecuencias, sin embargo, y a la velocidad con que la política posmoderna quema los plazos no es imposible que alcancemos a verlas sin esperar demasiado.
Lo que nadie podrá reprochar a los rupturistas es que oculten sus objetivos ni que practiquen respecto a sus declaraciones de principios esa incoherencia de la que el presidente ha hecho un estilo. No pasa semana sin que verbalicen en alto su designio, que en el caso de los separatistas catalanes -«ho tornarem a fer»- figura incluso por escrito. Cuando los herederos del proyecto de ETA proclaman que se proponen tumbar el régimen hay sobradas razones para tomar la frase al pie de la letra, igual que conviene tomar en serio las intenciones expresas por el vicepresidente Iglesias. Los socios de investidura, ahora de legislatura, no tienen otra meta que la liquidación del orden constitucional, sea por vía subrepticia o abierta. Y quizá hasta ellos mismos se sorprendan de las inéditas facilidades que encuentran.
En esa línea de clarificación se sitúan las enmiendas de Esquerra Republicana a los Presupuestos. Peticiones simbólicas que no llegarán a término pero constituyen una síntesis didáctica de su proyecto: reducir las partidas de los Ministerios de Interior y Defensa y dejar al Tribunal Constitucional, al de Cuentas y a la Casa Real sin dinero. Por más que se trate de un brindis hueco a su electorado más irredento en compensación del apoyo esencial pactado con el Gobierno, el independentismo ha apuntado con criterio certero a los organismos e instituciones que estorban su programa estratégico. Los contrafuertes del modelo, los que en octubre del 17 sirvieron de dique contra el alzamiento insurrecto. El mensaje es diáfano para quien no esté ciego. Los blancos quedan señalados para cuando llegue el momento.
En una política normal, el asunto no pasaría de una típica fantasmagoría separatista. El problema consiste en que el sanchismo ha abolido cualquier garantía; después del acuerdo con Bildu no existen certezas fijas ni responsabilidades de Estado a salvo de piruetas tornadizas. Cómo confiar en un gobernante cuyo compromiso más sólido no dura un día. Un dirigente sin reparos en dirigir una nación aliado con todas las fuerzas subversivas que se han propuesto destruirla.