SANTIAGO GONZÁLEZ – EL MUNDO – 01/07/17
· La calle se rebeló contra ETA, pero el nacionalismo, y no sólo el radical, reaccionó para no perder el control.
El primero de julio de hace 20 años se ponía fin a dos largos secuestros: José Antonio Ortega Lara, funcionario de prisiones, y Cosme Delclaux Zubiría, empresario. Ortega pasó en poder de sus secuestradores 532 días; Delclaux, 232. En el ránking de las víctimas de ETA bajo esta modalidad de tortura ocupan el primero y el cuarto lugar. El segundo secuestro más largo había sido el del empresario guipuzcoano José María Aldaya, con 342 y el tercero, el de Emiliano Revilla, 249.
Era poco más de la una de la madrugada cuando abandonaron al joven empresario atado a un árbol en las afueras de Elorrio, después de que su familia pagara un rescate de 1.000 millones de pesetas (6 millones de euros), las dos terceras partes de las exigencias de ETA. Hay que reconocer a favor de los Delclaux que se negaron a pagar los 500 millones que adeudaban a los terroristas.
Una hora más tarde, la Guardia Civil liberaba a un Ortega Lara esquelético, con 23 kilos menos y todo el dolor del mundo en cada rasgo de la cara. Hay que recuperar las fotografías de la liberación de los campos de exterminio para asomarse a aquel horror.
La coincidencia temporal de la libertad de ambos subraya el componente de clase del terrorismo etarra: secuestrar a los ricos para financiar su actividad criminal. Por Ortega Lara pedían una recompensa simbólica: el acercamiento de los presos etarras a las cárceles vascas. Cuando la Guardia Civil lo encontró, sus secuestradores habían decidido dejarle morir por inanición. Los terroristas habían decorado el zulo con un póster de la playa de la Concha cubierta por la nieve y una escena de windsurfing, un correlato cínico de «El trabajo os hace libres» de la puerta de Auschwitz.
Aquel 1 de julio fue un día de alegría para casi todos. No para los cómplices de los terroristas. Martin Garitano, que habría de ser andando el tiempo diputado general de Guipúzcoa, era por aquel entonces redactor jefe del periódico proetarra Egin. Él fue el autor del titular de portada del día siguiente, en la lógica del Arbeit macht frei: la foto descrita del funcionario de prisiones burgalés en contacto con el aire libre, bajo el titular: «Ortega vuelve a la cárcel».
El resentimiento de los terroristas y su brazo político no se haría esperar. En los primeros momentos de la libertad de Ortega Lara lo anunció Floren Aoiz, portavoz de la Mesa Nacional de Herri Batasuna: «Después de la borrachera viene la resaca». Y vino pocos días más tarde. El 10 de julio, un comando formado por Javier García Gaztelu, Txapote, Irantzu Gallastegi y José Luis Geresta, secuestra a Miguel Angel Blanco cuando se dirigía a su trabajo a las tres y veinte de la tarde. Tenían un cómplice que los informó de los movimientos y horarios de Miguel Ángel. Era el concejal de Herri Batasuna en Ermua, compañero de Blanco en el Consistorio.
La mañana del sábado 12, tuvo lugar en Bilbao una de las más grandes manifestaciones que haya conocido nunca. La multitud no observaba el silencio preceptivo en las movilizaciones contra el terrorismo en el País Vasco. Era una multitud cabreada, que gritaba «Libertad» y el nombre del secuestrado. Por la tarde, 50 minutos después de la hora límite, Txapote disparó dos tiros a la cabeza de Miguel Ángel Blanco, que estaba de rodillas, con las manos atadas a la espalda.
El crimen desató el día de la ira en el País Vasco y en España, y movió a la opinión pública internacional. Se amontonaron los testimonios: del Papa, el Gobierno británico, el Parlamento europeo, el presidente italiano y el jefe del Gobierno, el presidente de la República francesa y su primer ministro, los gobiernos de Holanda, de Portugal, de Argentina y Uruguay.
Hubo miedo en el nacionalismo vasco, y no sólo en el radical. Carlos Garaikoetxea, lehendakari en la reserva, valoró el asunto en términos de riesgo: «Si no nos espabilamos, aquí se va a desatar una marea españolista que nos puede barrer a todos». Y se espabilaron y el Espíritu de Ermua se fue diluyendo suavemente, aunque no fuera en vano. Aún tardaría 14 años ETA en dar fin a su «actividad armada». Costó 76 asesinatos más.
SANTIAGO GONZÁLEZ – EL MUNDO – 01/07/17