Isabel San Sebastián-ABC

  • Beatriz Gimeno cobra por sus peligrosos delirios unos noventa mil euros anuales que no han sufrido recorte alguno

La directora de la Mujer ha escrito una carta apremiante a una empresa madrileña «culpable» de comercializar unas placas decorativas para puertas de cuartos infantiles en las que se lee: «Aquí duerme un pequeño héroe» o «Aquí duerme una pequeña princesa». A juicio de Beatriz Gimeno, alertada de tan grave «delito» por una denuncia anónima, «este tipo de diseños contribuye a fortalecer los estereotipos de género», motivo por el cual conmina a la compañía a tener en cuenta sus observaciones en el diseño de futuros productos. No especifica qué ocurrirá si no lo hace, aunque dado el grado de arbitrariedad que está desplegando el Gobierno en sus actuaciones cabe imaginar lo peor. Ese escrito no es una anécdota. Constituye una

amenaza en toda regla a la libertad de empresa, la libertad de expresión, la libertad de consumo, la libertad a secas. Una manifestación palmaria del espíritu totalitario que impregna a nuestros mandatarios, empeñados en imponernos lo que debemos pensar, lo que debemos sentir, lo que debemos hacer en la intimidad de nuestros hogares y por supuesto cómo debemos educar a nuestros hijos, que, tal como nos recordó no hace mucho la ministra Isabel Celaá, no son nuestros sino del Estado llamado a incrustar en sus mentes los dogmas del «progresismo» de izquierdas.

La directora de la Mujer nombrada por Irene Montero, amiga y correligionaria en Podemos, preferiría que la entrada de las habitaciones de las niñas estuviese presidida por un cartel donde figurara en letras de colores la consigna «feminista» que nos regaló su departamento con motivo de la aprobación de la ley de Libertad Sexual: «Sola y borracha quiero llegar a casa». Esa sí sería una decoración agradable a los ojos del Observatorio de la Imagen de las Mujeres, cuya utilidad salta a la vista. O mejor: «Aquí duerme una borracha que hoy ha llegado a casa». O, simplificando: «Aquí duerme una borracha». Nada de princesas, héroes o heroínas, propagadores de valores como la belleza, la elegancia, el coraje o la ternura y asociados a la institución monárquica, que los seguidores de Pablo Iglesias están empeñados en derribar como sea. Adoctrinémoslas desde pequeñas en lo que de verdad importa, que es, a decir de Gimeno, emborracharse a placer o sodomizar a los hombres, empezando por los más cercanos, como requisito indispensable para alcanzar la verdadera igualdad.

La directora de la Mujer mantuvo durante años una relación con la actual directora general de Diversidad Sexual y LGTBI, Boti García, quien, en una entrevista concedida precisamente a Iglesias en su canal financiado con dinero iraní, se jactaba de haber seducido en el pasado a una alumna suya menor de edad y haber mantenido con ella una apasionada aventura. Esa confesión no provocó reacción alguna por parte de la actual guardiana de las esencias femeninas, a quien no pareció incomodar lo más mínimo semejante abuso de poder por parte de una profesora. ¿Sería porque la autora del mismo llegó a ser más tarde su pareja o porque se trataba de una mujer? ¿Habría mostrado la misma complacencia si el protagonista de dicha tórrida historia con una adolescente hubiese sido un hombre?

Mientras más de media España pugna por sobrevivir al Covid en la cola del paro o con el sueldo demediado, en el Ejecutivo se han cuidado muy bien de no recortarse los suyos. La señora Gimeno, sin ir más lejos, percibe unos noventa mil euros anuales de nuestros impuestos por redactar cartas como la citada e incitar a nuestras chicas a regresar solas y borrachas a casa. Eso nos cuestan sus peligrosos delirios.