EL CORREO 12/05/14
ENTREVISTA MANUEL MONTERO, CATEDRÁTICO DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA
· El historiador bilbaíno analiza en su último libro las distintas jergas de la política vasca, donde desde términos tabú a elipsis evitan nombrar algunas realidades
El historiador Manuel Montero (Bilbao, 1955) lleva décadas escrutando el devenir de la sociedad vasca desde la universidad. Pero en su nuevo libro ‘Voces vascas-Diccionario de uso’ (Editorial Tecnos), el exrector de la UPV y actual catedrático de Historia Contemporánea ha dejado de lado los hechos para centrarse en las palabras y auscultar las expresiones que genera la política de Euskadi.
P– ¿En función de si usa los términos País Vasco, Euskadi o Euskalherria, se puede saber la posición política de un ciudadano vasco?
R– Nada es neutral. Es evidente. Se usa un término no sólo para comunicar una idea, sino también para clarificar la identidad. Nuestro lenguaje en connotativo.
P– Entonces, ¿el que utiliza, por ejemplo, País Vasco, por dónde cojea?
R– En este momento, o es historiador o es abogado, que tienen que utilizar esta formula porque figura en el boletín oficial. Aquí son muy pocos los que la usan.
P– Euskadi o Euskal Herria parecen que han ganado terreno, ¿no?
R– A partir de 1992, aproximadamente, Euskal Herria lo empieza a utilizar la izquierda abertzale. Antes, de 1998 a 2000 el PSOE y el PNV comienzan a nombrar Euskadi. Sin embargo, en los últimos cuatro años ha quedado en manos de los socialistas y los populares. Los nacionalistas se han pasado a Euskal Herria. Pero seguirá cambiando porque es un lenguaje que no se estabiliza.
P– ¿Es Euskadi el término más común o más neutro?
R– En los años ochenta designaba al nacionalista común. Euskal Herria en ese momento prácticamente no se usaba o sólo lo utilizaban algunos pertenecientes a la derecha de origen carlista o tradicionalista.
P– De Vascongadas ni hablamos.
R– Ése es el nombre tradicional que se utilizaba en el siglo XVIII. Pero luego se asoció al franquismo y este término quedó desacreditado y desapareció.
P– Yo me refiero a esta tierra como Euskadi y no me siento identificado por su teoría. ¿Qué me diría? –
R- Hace veinte años serías nacionalista. En este momento, eres un vasco común.
P– Me lo temía. ¿Pero asimismo dice usted que el vasco común tiene unos tabúes?
R– Sí. Hay términos que no se utilizan.
P– ¿Por ejemplo?
R–España. Incluso español requiere unos cuentos matices. Luego están expresiones coloquiales como papá y mamá, que han desaparecido.
P– Ha detectado usted tres jergas políticas: la del nacionalista, la del irónicamente abertzale avanzado y la del vasco común.
R– Podría haber alguna más, pero básicamente ésas son las tres. La izquierda abertzale se va comiendo el espectro nacionalista, por ejemplo con el término Euskal Herria. En los ochenta, el PNV hablaba de contencioso vasco. El conflicto aparece en la jerga del que yo he llamado irónicamente abertzale avanzado y lo acaba invadiendo todo.
P– Y España, ¿un agujero negro?
R– No se utiliza nunca. Y además hay un montón de elipsis o de formas de evitarlo, como el Estado, el país, el territorio peninsular…. Se habla mucho de España, pero nunca se la menciona.
P– ¿Hasta el lenguaje está politizado en Euskadi, Euskal Herria o el País Vasco?
R– Digamos ideologizado. Y hay una razón porque gran parte del lenguaje se ha creado para generar una identidad que se basa en la negación de algunos conceptos. ¿Por qué no se dice España? Porque existe una especie de supuesto que asegura que, si se le nombra, se está reconociendo su existencia legítima. Evidentemente, en el lenguaje hay una carga ideológica.
P– ¿El lenguaje ha quedado contaminado por ETA y su entorno?
R– No sé si por la banda terrorista, pero sí por su entorno. Se fue creando toda una jerga. Desde la expresión ‘alegres y combativos’ hasta todas las perífrasis que hablan de conflicto. Hay cantidad de expresiones en torno al conflicto: consecuencias del conflicto, manifestación del conflicto… que van pasando a la vida común.
Diálogo o monólogo
P– Ahora parece que la izquierda abertzale quiere poner de moda los términos negociación y diálogo.
R– El nacionalismo no las utilizaba hasta el año 2000. Pero siempre ha sido difícil de definir de qué se habla cuando se habla de diálogo. En principio, evoca a dos personas hablando y hablando se entiende la gente. Pero no ha sido eso exactamente: era un diálogo especial en el que una persona hablaba y otra tomaba notas. Era un monólogo en el que también había cuestiones de las que no se hablaba. Ése el concepto de diálogo que todavía se emplea. Primero tú me escuchas y luego negociaremos. Se enmascara la realidad. El diálogo que se evoca no es el que entendemos habitualmente.
P– ¿Por qué no se entienden los vascos?
R– Porque utilizamos conceptos diferentes. Un asesinato es un asesino y no una consecuencia del conflicto. Si no nos ponemos de acuerdo que un asesinato es un asesinato es muy difícil llegar a entenderse. Si un asesinato es una consecuencia del conflicto todo lo demás sobra. Mientras no se llame a las cosas por su nombre es muy difícil entenderse. Es un problema mucho más hondo de lo que se suele sobreentender.
P– ¿Somos esclavos de las metáforas?
R– La palabra paz aquí es una metáfora. ¿De qué se habla cuando se habla de normalización? Cualquier país es normal. Lo normal es ser normal. Se negocia, pero nadie se pone de acuerdo sobre qué es normal. Se ha normalizado. ¿Qué quiere decir eso? No me siento identificado con la normalidad que se evoca con la normalización.
P– ¿Que nos falta para la normalización real, no la metafórica?
R– Primero, saber qué es ser normales. Puede ser que cada uno pueda hacer lo que quiera con todo el respeto a los demás o la desaparición de las obsesiones identitarias.
P– Tanto en la política como en el lenguaje, ¿hemos sentado escuela en Cataluña?
R–El termino del derecho a decidir, el de autodeterminación, empezó a utilizarse aquí. Hemos tenido un cierto éxito a la hora de exportar términos.
«Fuera nos ven como un parque temático en el que pasan cosas raras»
P- Este lenguaje propio de los vascos posibilita, por ejemplo, el éxito de la película ‘Ocho apellidos vascos’.
R– Sí, sí, sí. Tiene la gran ventaja del sentido del humor, que ya nos hacía falta.
P– Pero los vascos tenemos fama de no tener sentido del humor.
R– Desde hace unos años hemos comenzado a reírnos de nosotros mismos con programas como ‘Vaya semanita’. Hemos demostrado que sabemos reírnos de nosotros mismos y sin acritud.
P– Usted vive en Granada. ¿Los vascos estamos bien considerados fuera de aquí?
R– Mejor que hace unos años sí.
P– ¿Hemos vuelto a la imagen de la persona noble y trabajadora?
R– No. Lo del pueblo pacífico y trabajador forma parte de la jerga nacionalista del pasado, de un lenguaje político bastante insensato.
P– ¿Ahora como nos ven?
R– Como un parque temático donde pasan cosas raras. No hay terrorismo, pero sí un montón de expresiones y actuaciones extrañas, como un sitio en el que los comportamientos son distintos.