MANUEL MONTERO, EL CORREO 07/02/14
· La política vasca no tiene como eje la reclamación de que ETA se disuelva, contra lo que cabía esperar ahora que sólo se habla de construir la paz. Tal demanda está adquiriendo un tono rutinario, el latiguillo que se dice para salir del paso. Todo gira en torno a los terroristas presos, llamados ‘presos políticos vascos’ por sí mismos y los próximos. Nuestra agenda la sigue marcando el nacionalismo radical –en esto no hay novedad–, para el que esta es la cuestión principal que tiene planteada la sociedad vasca, junto a la gestión de las basuras guipuzcoanas. El argumento del ‘nuevo escenario vasco’ –así dice la neolengua de la secta– no consiste en cómo la democracia da el visto bueno a los neodemócratas, sino en cómo la aceptan quienes la han combatido a la brava y quieren rediseñarla. El mundo al revés.
En este trance nos salta una nueva costumbre, la de los comunicados de los presos o expresos, que con alguna frecuencia nos dicen lo que hay que hacer, nos ponen nota y hablan de los agentes vascos en los que confían y en la mayoría social que les apoya. No podía terminar enero sin otra homilía y llegó, para guía de acólitos y escarmiento de los no creyentes, que quedan como chupa de dómine.
Ese último comunicado resulta incoherente. En el de diciembre, cuando Santos Inocentes, los presos decían que aceptaban la legalidad para tramitar su cumplimiento de condena –al menos, eso se entendió, aunque lo decían farragoso–. Ahora exigen «un cambio en la política penitenciaria» antes que nada. Donde dije digo, digo Diego. Así no hay forma de aclararse. A fines de diciembre sus apologetas se hicieron lenguas porque los presos cambiaban de rumbo –y afearon al Gobierno que no se pusiera a las órdenes–. Ahora les costará más el entusiasmo, aunque siempre les quedará culpar a la contraparte, no sería la primera vez.
Los juegos verbales de estos comunicados son de ida y vuelta. Nos meten en un magma retórico, en el que las palabras han de reinterpretarse al albur de las circunstancias. Hay que rendirse a la evidencia: hace un mes y ahora los presos dicen cosas contrarias pero significan lo mismo. O sea, el Gobierno y la democracia han de aceptar los planteamientos del terror si queremos la paz definitiva. En este maremágnum somos los demás los responsables de convertir lo definitivo en definitivo: ellos ponen las palabras, a los demás les tocan los hechos. Eso es todo.
Lo corrobora una apreciación de su encíclica del 30 de enero, día de la no-violencia y de la paz para más inri. Sugieren los firmantes que su endurecimiento se debe a la detención de (presuntos) colaboradores de ETA, a los que llama «mediadores del frente de cárceles», una metáfora nueva que a nadie se le había ocurrido. Será sarcasmo o desvarío, pero deja claro que su iniciativa del mes pasado, si lo fue, implicaba condiciones que no dijeron, como la de que no se detuviera a terroristas.
Los convencidos han resumido este comunicado de forma notable: «EPPK reafirma su apuesta», dicen, aunque no especifican qué es lo reafirmado. Lo omiten porque el ‘apuesta’ lo explica todo. Este término juega un papel señero en nuestra vida pública. Cualquier político vasco que se precie asegura que hay que apostar, que él apuesta. La expresión quiere dar contundencia a decisiones o propuestas. Evoca riesgo, toda la carne en el asador y abandono de otras alternativas. Es la imagen del juego de azar llevada hasta sus últimas consecuencias, bien entendido que el apostador se presume ganador. Puede ser apuesta por vías democráticas, por la soberanía, por actuar ‘como pueblo’, por la paz o por lo que sea. En el País Vasco no se propone o elige: se apuesta. Los presos van por el buen camino del habla vasca.
El «apostamos por las vías democráticas» es uno de los sonsonetes preferidos de los demócratas conversos. Quiere ser frase categórica, y lo aparenta, pero en realidad relativiza el compromiso. Por definición una apuesta requiere dos o más eventos alternativos, de los que puede producirse uno u otro, desde el punto de vista del apostante sin más efectos que la ganancia que obtenga. Para él lo importante no es la querencia por el número 23 de la ruleta, sino el premio que le toca. Por eso no se explica qué apuesta esta gente sino que lo hace, a ver si le cae el premio: aquí se apuesta.
Y se exige. En el País Vasco no se suele pedir, proponer, reclamar, solicitar, desear, sugerir, etc. Todo se exige. Exigimos piscinas municipales, la independencia, espacios verdes, la devolución de nuestros derechos históricos irrenunciables, que se disuelva el ejército, que se mantenga el sueldo de los funcionarios, un semáforo en la calle, la territorialidad…
Lo importante es el hecho de exigir, mientras lo exigido es conceptualmente de segundo orden. Con frecuencia gusta más exigir que lo exigido. Resulta una muestra de dominio. Muestra que el exigente no se anda con minucias. Por eso cualquiera que escriba un comunicado ha de ser drástico: exigir, sin graduaciones ni sugerencias de que quepa discusión. A ver si nos enteramos de quién manda.
Y también en eso los presos usan el lenguaje que más gusta al vasco: sin matices. No sólo apuestan por lo suyo. Además, exigen al Gobierno (y al resto) el cambio de la política penitenciaria. Sin paliativos ni mediaciones. Del tenor del comunicado se deduce que aquí el acto de exigir no es rutinario. Que es el verbo adecuado para quienes piensan que va ganando, pues creen que el agua está yendo a su molino. Mientras sigan marcando la política vasca, no es seguro que se pueda sostener lo contrario.
MANUEL MONTERO, EL CORREO 07/02/14