Tanto éxito tuvo la columna del miércoles que hoy no me queda otra que decepcionarles. Podría disimular diciendo que es por su bien, para que no les dé un payoyo como al jorobado de la película de Woody Allen Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo pero nunca se atrevió a preguntar. Ese que se quedó torcido para el resto de su vida cuando su amo, el doctor Bernardo, le utilizó como cobaya de una máquina experimental que proporcionaba orgasmos de cuatro horas. Pero estaría mintiendo: uno da para lo que da y no hay más cera que la que arde.
Por suerte, Miguel Ángel Quintana Paz, profesor de Ética y Filosofía en la Universidad Europea Miguel de Cervantes, me ha ahorrado la tarea de profundizar en el asunto escribiendo un artículo de esos que tienen la virtud de unir en el aire puntos aparentemente inconexos para acabar revelando un dibujo que siempre había estado ahí, frente a nuestros ojos. Se titula Nos adentramos en un nuevo tipo de capitalismo: el capitalismo moralista y pueden leerla aquí.
Me gustaría saber la opinión de Quintana Paz al respecto, pero intuyo que nuestra visión sobre las ideologías está profundamente equivocada. Karl Marx no creó el comunismo. El comunismo ya moraba en la mente de miles de personas, aunque estas no fueran conscientes de ello, cuando el haragán prusiano sistematizó y canalizó esa intuición moral dándole nombre y forma de ideología política. Y lo mismo puede decirse de John Locke y el liberalismo clásico, o de Benito Mussolini y el fascismo, o de Greta Thunberg y esa nueva forma de ecologismo místico que va camino de convertirse en la ideología por defecto de decenas de millones de acólitos de sus paranoias.
Dicho de otra manera. Todas las ideologías morales y políticas posibles están escritas ya en la naturaleza humana. Algunas de ellas han germinado y adoptado las formas que todos conocemos –cristianismo, islam, comunismo, nazismo, socialismo, liberalismo, socialdemocracia, conservadurismo, fascismo– porque las circunstancias políticas y sociales han favorecido su florecimiento. Otras permanecen ocultas, apenas intuidas, a la espera del momento adecuado en el que se manifestarán con la fuerza de un tsunami.
Mi sospecha es que artículos como el de Quintana Paz.
O libros como Contra la democracia, de Jason Brennan.
O tesis como las del filósofo de cabecera de Vladimir Putin, Alexsandr Dugin.
O el éxito espontáneo, nada marketiniano, de figuras como Jordan B. Peterson.
O la decadencia del socialismo a nivel mundial y de su sustitución por ese neocristianismo rigorista, inquisitorial y beato que son las políticas de la identidad, el feminismo y el ecologismo.
O el éxito electoral de esa derecha proteccionista en lo económico y conservadora en lo moral representada, con diferentes matices, por personajes como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Matteo Salvini o Viktor Orbán.
Mi sospecha, digo, es que todos esos fenómenos políticos, editoriales y filosóficos tienen mucho más que ver entre sí de lo que parece a primera vista. O mucho me equivoco, o son diferentes caras de un mismo prisma. Y eso por no mencionar el percutor que lo precipitará todo. Esa China que si algo ha demostrado es que el viejo axioma que sostenía que el progreso económico, tecnológico y cultural es imposible sin democracia es, lisa y llanamente, falso.
Mi sospecha es que está naciendo algo y que apenas hemos empezado a rascar en su superficie, aunque podemos entrever algunas características de ese ‘algo’ a través de las rendijas que nos abre gente como la mencionada en los párrafos anteriores. Y que Quintana Paz me perdone por meterlo en este follón. ¿Una nueva ideología que sustituya a las ideologías clásicas y que supere las viejas dialécticas derecha-izquierda y democracia-autoritarismo? Es probable.
Y entiendo la tentación de ventilarlo con la etiqueta de populismo de derechas, o con la de neofascismo, o con cualquiera de esas que remiten a los años veinte y treinta del siglo pasado a falta de mejores referentes. ¿Qué van a decir los sacerdotes de las viejas –y de las viejas que se pretenden nuevas– ideologías? Pero hace falta estar ciego para no ver que estamos frente a un fenómeno distinto.
En algún lugar hay un Benito Mussolini, un Karl Marx o un John Locke a punto de cuajar. Quizá no ha nacido todavía. Pero no tardará en hacerlo.
Aquí se está cociendo algo. Apuesten conmigo. Sólo hace falta una crisis económica. Una guerra entre potencias regionales. El desplome de los Estados del bienestar. Una guerra de civilizaciones en el seno de Europa. El fin de la economía del petróleo. Un golpe de China en la mesa de Taiwán o de Hong Kong. ¿No lo huelen en el ambiente?