JOSÉ MARÍA RUIZ SOROA-EL CORREO

  • Ucrania lucha por su libertad pero eso no la convierte en una democracia liberal. La ejemplaridad en la defensa nacional de Zelenski no borra las carencias

Europa ha adoptado como si fuera suya la guerra de defensa de Ucrania ante la ilegítima invasión rusa. Una toma de postura casi beligerante que se ve reforzada por el brutal comportamiento de los invasores para con la población civil. Bien está, aunque algunos pensamos que está llegando el tiempo de implicarse también por la paz: Rusia está fundamentalmente derrotada y tampoco es conveniente para Europa tener mañana un vecino humillado. Para Estados Unidos es indiferente, para el continente no.

En cualquier caso, lo inaceptable de esta casi beligerancia guerrera es que se nos nuble el juicio. El entusiasmo que provoca la visión de una lucha heroica puede llegar a ocultar la completa realidad, la ‘pasta’ de que están hechos los héroes. Martínez Zarracina lo apuntaba hace días.

Puede señalarse como hito señero de este nublado del juicio la decisión del Parlamento Europeo de pedir el inmediato ingreso de Ucrania en Europa, apoyado por la propia Comisión y retrasado sólo por razones que se dicen burocráticas, pues el proceso de adhesión es inevitablemente largo. Esta decisión desconoce que Ucrania no es un país que -en las condiciones en que se encontraba en 2021 antes de la invasión- cumpliera ni de lejos las condiciones básicas para formar parte de Europa. Dejando de lado su economía intervenida y subsidiada o su institucionalidad muy clientelar, no cumplía, ante todo, la esencia de ser institucionalmente un régimen conceptuable como democrático liberal.

El índice de calidad democrática difundido por ‘The Economist’ niega a Ucrania la calificación de democracia -ni completa ni defectuosa- y la clasifica como un régimen «mixto» entre las categorías de democracia y autoritarismo, en el número 84 de la escala, junto con (por poner un ejemplo que podemos visualizar fácilmente) un país como Marruecos. Y es que la institucionalidad ucraniana incumple principios básicos de una democracia liberal en materia de separación de poderes, y por otro lado los derechos de las minorías étnicas no estaban amparados convenientemente. Por no mencionar que su economía estaba en gran parte en manos de una oligarquía que nada tiene que envidiar a la de su vecino.

No nos engañemos: Ucrania lucha heroicamente por su libertad, pero ello no la convierte en una democracia liberal. Lo suyo es lo que canónicamente definió Benjamin Constant como un esfuerzo denodado por la «libertad de los antiguos», es decir, por conservarse como una comunidad política independiente y libre de dominación extranjera. Algo que puede o no coincidir con el tipo de «libertad de los modernos» que reclama hoy la fórmula liberal democrática efectiva. Y que de momento no coincide, aunque sea difícil predecir el rumbo que tomará el país después de la guerra.

Tenemos el caso del sobreactuado presidente Zelenski, al que los parlamentos europeos escuchan embelesados porque le han otorgado la superioridad moral de entrada, y que se permite criticar a Europa sus relaciones económicas con Rusia, por mínimas que sean, adoptando un papel de héroe exigente para con los europeos a los que acusa de estar algo así como ‘emboscados’ Alguno de esos políticos europeos tendría que recordarle que -aunque no sea en este momento mismo- tiene muchos deberes que cumplir en su propia casa para convertirse en un país democrático. Que su ejemplaridad en la lucha de defensa nacional no borra las carencias de su régimen de gobierno en el plano democrático. Vamos, que se puede apoyar su lucha por la supervivencia nacional, pero de una forma un poco más crítica y sin olvidar nuestros valores.

Algo parecido puede suceder con el presidente de Estados Unidos, quien, entusiasmado por haber encontrado, ¡por fin!, una ‘guerra buena’ en la que la razón y el sentimiento están todos de nuestra parte, aplica a Rusia y a Putin conceptos y calificativos de «crímenes de guerra» y «genocidio» que, con independencia de que sean o no procedentes, deberían ser usados con mucha precaución por el líder de un país que tiene la ejecutoria que tiene, que retiene todavía y desde hace años a presos sin derechos en Guantánamo y que asesina cada pocos meses a algún líder del terrorismo sin proceso ni juicio. Un país que no ha firmado la Convención del Tribunal Penal Internacional, y no piensa hacerlo, está poco legitimado para acusar de ciertos conceptos contenidos en ella a otros, por horribles que sean sus actos.