Desde hace casi un siglo los venimos mirando con ese rictus suspicaz que solemos poner antes de decir en voz baja, o en alta, aquello de que “estos no tienen remedio”. Durante mucho tiempo hemos contrabalanceado la irritante fascinación que nos produce su, por lo general, manifiesta superioridad retórica, con el socorrido recurso a la desastrosa clase política que padecen y su calamitosa situación económica. Siguen igual: brillantes en lo accesorio y perpetrando boludez tras boludez cuando se trata de las cosas de comer. O de robar. No han cambiado. Nosotros sí, pero no precisamente para bien.
Populismo, incompetencia, nepotismo, pobreza, clientelismo… “España se argentiniza”, le he oído decir esta semana a un periodista criollo. No del todo. Nos falta brillantez hasta para transitar con alguna dignidad por los territorios de la decadencia. Lo acabamos de comprobar. El espectáculo que montaron Pedro y Yolanda en el Museo Reina Sofía fue de una simpleza tan vacua y acartonada que, por momentos, la sensación era de menosprecio, de insulto a la inteligencia. A nuestra inteligencia. En la forma y en el fondo. Presidente y vicepresidenta nos prometieron hacer lo que no han sabido hacer. Con dos pelotas. Hace cinco años ya éramos campeones en desempleo. Hoy añadimos a ese dudoso privilegio el suspenso en transparencia, en PIB per cápita, en modernización de la economía, en calidad educativa, en influencia internacional y en independencia judicial (sin ánimo de exhaustividad).
Si finalmente tenemos gobierno de coalición, los cincuenta folios extraídos del Manual del Buen Progresista serán exhumados por Puigdemont, Junqueras y Otegi en la más estricta intimidad
Nuestra economía aguanta gracias a los préstamos y al turismo, y la salud de la democracia se resiente como consecuencia del allanamiento institucional protagonizado por el Poder Ejecutivo. Pero ese maestro de la prestidigitación llamado Pedro Sánchez y la oquedad intelectual que responde al nombre de Yolanda Díaz se subieron al estrado de su mundo paralelo como si fueran niños (y niñas) de San Ildefonso, con sus bolitas y su soniquete navideño, para prometernos salud, dinero y amor; la pedrea de Pedro y Yolanda, un interminable catálogo de promesas sin presupuesto cuyo coste habrán de devolver hijos, nietos y bisnietos. Los intereses de la deuda ya alcanzan la mitad del gasto en Educación y un tercio del destinado a Sanidad; superan en 10.000 millones las prestaciones en desempleo y triplican las inversión en Industria o Defensa. En 2026 alcanzarán la cifra de 40.000 millones de euros. Pero no problem.
La performance del Reina Sofía no fue más que un premeditado número de ilusionismo, sabedores, él y ella, de su inconsistencia; de que, si finalmente tenemos gobierno de coalición, los cincuenta folios extraídos del Manual del Buen Progresista serán exhumados por Puigdemont, Junqueras y Otegi en la más estricta intimidad. Argentina, entregando muy probablemente de nuevo el poder a los más oscuros herederos de aquel peronismo que prestó su apoyo a la dictadura franquista, vuelve a cometer el error de siempre. España no. A España no le gusta repetirse. Quizá por eso hayamos decidido desmontar lo mejor de nuestra historia reciente, lo edificado en la Transición. Y quizá por eso estemos (estén) a punto de cometer la boludez más grande desde la muerte de Franco.
Argentina está a punto de renovar su confianza en quienes han llevado al país a cotas de pobreza escalofriantes (el 40 por ciento de la población), o peor aún (Milei); España, a un paso de aceptar el chantaje de quienes quieren destruirla. La España del desistimiento dejando el futuro de la nación en manos de incompetentes (ver el reciente informe de la OCDE) y de las minorías más destructivas.
Desde que conocimos los resultados de la primera vuelta no dejo de pensar en la suerte de los argentinos, pero por alguna razón, quizá por una lógica asociación de ideas, lo que no me quito de la cabeza es esta frase de uno de los personajes de la última novela de Antonio Muñoz Molina (‘No te veré morir’. Seix Barral): “Era su padre quien desde niño lo había orientado en la vida; quien había querido sobre todas las cosas salvarlo o protegerlo de España”.