MAITE PAGAZAURTUNDÚA RUIZ, EL CORREO 25/02/13
· Qué escándalo! He descubierto que en esta casa se juega». Este es el remache a una de las escenas inolvidables de la película ‘Casablanca’. El capitán Renault, agente de la autoridad francés corrupto y caradura, dice sus frases –la cara de cemento– sin mudar el gesto, al tiempo que el crupier le entrega el fajo de billetes habitual con sus ganancias. Encarna en lo personal la más prosaica adaptación al medio, pero no es sino la perspectiva individual de la ‘realpolitik’ que representaban los líderes políticos de la Francia bajo el régimen de Vichy. ¿Para qué sufrir más?, ¿por qué no adaptarse a las circunstancias del momento? «¡Qué escándalo!» es la frase que pronuncia el capitán Renault cuando hace el paripé para cerrar el garito de juego localizado dentro del local de Rick, ya saben, y para obedecer al que de verdad mandaba en la ciudad del Norte de África, que es, como seguramente recordarán, el oficial alemán Strasser.
Las actuaciones durante las últimas sesiones plenarias del Parlamento vasco me van pareciendo más enrevesadas que el argumento de ‘Casablanca’ y hay un algo, un no sé qué, que me recuerda a las vueltas y revueltas del francés en esos aspavientos indignados ante los herederos políticos de ETA por esto o por aquello que les han puesto al alcance. Al no manejar las claves de los secretos tras las bambalinas políticas vasca y española, no hay manera de saber si lo que parece esconder un cierto teatrillo tapa en realidad la heroicidad de un puñado de capitanes que terminarán por ayudar a escapar al jefe de la resistencia, el líder checo Victor Laszlo, y a traer la libertad para todos y todas los ciudadanos y las ciudadanas vascos y vascas. En todo caso, sesión tras sesión, se resiste la verosimilitud de la trama y toma un aspecto de ficción lechosa.
Hannah Arendt dejó escrito que después de los grandes horrores del siglo XX la cuestión fundamental de la vida intelectual europea sería el problema del mal. Pero no lo ha sido. Podría haberlo sido también el de la mentira en la política, pero el concepto del mal y el de la mentira tienen demasiadas connotaciones religiosas y esto desdibuja límites lingüísticos y semánticos cuando se aborda el análisis de cualquier momento político o social. El despiste genera un espacio ideal para la confusión entre fines y medios, por ejemplo, denominando a cualquier cosa como ‘razón de Estado’, como ‘interés general’ simplemente porque lo diga quien ostenta una legitimidad democrática de representación, que no da, sin embargo, una patente de corso para saltarse cualquier límite intelectual o jurídico o incluso, si de teatrillo hablamos, una cierta coherencia en la arquitectura de la trama y en el argumento. Please.
MAITE PAGAZAURTUNDÚA RUIZ, EL CORREO 25/02/13