IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO
El ministro de la Seguridad Social tiene una tendencia irresistible a meterse en jardines, chapoteando en el barro. Si lo miramos por el lado bueno, podemos decir que es una persona inteligente, con conocimientos técnicos en la materia que administra, lo cual es una gozosa excepción en este Gobierno y, colmo de la felicidad, dice lo que piensa sin calcular los efectos de lo que dice cuando piensa. Lo malo es que todas esas características le convierten, por ejemplo, en un gran consultor o en un profesor de mérito. Pero el señor Escrivá es ahora un ministro de un Gobierno que cose sus costuras con leves hilvanes, con dos partes bien diferenciadas que se escudriñan con detalle y con una sensibilidad social que no está para bromas.
En ese entorno, con los pensionistas en la calle proclamando consignas que van en la dirección contraria a sus postulados, es obvio que su entrevista en un periódico catalán no iba a pasar desapercibida. Sin embargo creo que hay dos matices. Al menos, dos. Uno es que, en realidad, él solo trata de emular a su jefe, que acostumbra a decir, o a hacer, un día justo lo contrario a lo que había dicho que no iba a decir ni hacer la víspera.
El segundo matiz es que él no dijo exactamente que hubiera que subir la edad de jubilación a los 75 -una propuesta que, por cierto, a mí me parece obvia si consideramos la evolución de la esperanza de vida y el estado de las cuentas de la Seguridad Social -, sino que era necesario un cambio de mentalidad social que llevara a más personas a seguir trabajando hasta los 75 años. Se parecen, pero no es lo mismo. Pero, claro, ha sido suficiente para que la oposición, los sindicatos y los pensionistas le hayan saltado al pecho, mordido en la garganta y llamado de todo menos genio.
Con independencia de su oportunidad política y de las grietas que reabra en el Gobierno, lo cierto es que la idea tiene todo el sentido del mundo. Si la esperanza de vida ha crecido en unidades de décadas de años, no puede ser que la jubilación se retrase en unidades de meses. Tenemos la mayor esperanza de vida de toda Europa -dicen que la segunda del mundo tras Japón- y disponemos de un sistema sanitario del que estamos orgullosos, no sé si es con exceso de autocomplacencia. Pero nadie quiere dedicar los ‘nuevos años’ a trabajar, de la misma manera que nadie quiere renunciar a unos niveles de absentismo laboral que sonrojan a cualquiera que los vea. Mala cosa.
Por eso, en medio del tupido concierto de pitos y silbidos que ha cosechado con su última entrevista, yo le aplaudo. De nada.