Isabel San Sebastián-ABC

  • La maniobra de Ciudadanos arroja cierto tufo a despacho y «poderes fácticos»

Aunque trate de refugiarse en el «ya veremos caso a caso», la nueva lideresa de Ciudadanos imprimió la semana pasada un giro radical a su formación para acudir al rescate del Gobierno que presiden Sánchez e Iglesias. Está por ver todavía el alcance de ese auxilio y si repercute o no en la Comunidad de Madrid, pero todo apunta a que va mucho más allá de lo coyuntural y tiene vocación estratégica. O sea, que la actual dirigente ciudadana reivindica como antaño el papel de bisagra (habrá quien, a estas alturas, prefiera llamarlo veleta) y aspira a conseguir una cierta moderación de las políticas gubernamentales a cambio de convertirse en la muleta del Ejecutivo.

La maniobra es tremendamente arriesgada. Por una parte otorga visibilidad a un partido que había quedado reducido a la irrelevancia tras su descalabro electoral, pero por otra supone una traición considerable a los escasos votantes que aún conserva. Porque lo que se les prometió a esos ingenuos durante aquella campaña es que Cs podría llegar a trenzar algún acuerdo con los socialistas, aunque jamás traspasaría la línea roja de podemitas o separatistas. Y lo cierto es que el Gobierno al que está insuflando oxígeno cuando más desesperadamente lo necesita cuenta entre sus filas con un vicepresidente y varios ministros de Podemos, además de existir gracias al respaldo parlamentario de PNV, ERC y Bildu.

La maniobra no solo es arriesgada, considerando además la bien acreditada fama de embaucador mentiroso que acompaña al presidente, sino también sospechosa. Arroja un cierto tufo a despacho, como si hubiera sido diseñada con escuadra y cartabón por esos «poderes fácticos» de los que hablaba a menudo Albert Rivera para asegurar que jamás cedería a sus presiones. Unos «poderes fácticos» interesados en brindar a Sánchez un aliado alternativo en el que apoyarse a fin de evitar que se materialicen las pretensiones de Iglesias respecto de, por ejemplo, la política fiscal destinada a gravar el patrimonio de «los ricos». Claro que, dada la aritmética parlamentaria, para que el plan funcionase Arrimadas debería avenirse a entenderse con Iglesias y Urkullu en alguna clase de componenda o bien conseguir que Sánchez abandonase a sus actuales socios y volviese la vista a la derecha en busca de una «gran coalición». Dada la altísima improbabilidad de ver prosperar la segunda vía, solo cabe suponer que está en marcha la primera. ¿De qué habría servido si no el respaldo ciudadano a un estado de alarma basado en la arbitrariedad, la ocultación y las mentiras, más allá de brindar a Arrimadas un minuto de gloria en los telediarios de RTVE y la Sexta? ¿De qué valdría un nuevo «sí» a la prorroga hasta finales de junio que ya urde en la sombra el Gobierno? ¿Qué utilidad tendría una negociación presupuestaria abocada a requerir, en última instancia, el plácet de la extrema izquierda?

Mientras la sucesora de Rivera deshoja la margarita del enfrentamiento o la complicidad, atraída por los encantos de un Sánchez que ha prometido llamarla todas las semanas, éste usa y abusa de la «geometría variable». Él no tiene principios, ni ética, ni coherencia. Lo suyo es sencillamente la conservación del poder. Hoy se apoya en Podemos y el independentismo republicano, siempre del brazo de los herederos de ETA, para sacar adelante su decreto de Justicia, y mañana le salvarán la poltrona quienes hicieron bandera de la igualdad entre ciudadanos en una España leal a la Constitución del 78. ¿Qué le importa a él quién le vote si así alcanza la victoria? Allá los necios incautos dispuestos a dejarse engañar.