Isidoro Tapia-El Confidencial
Por muchas dudas que suscite el plan aprobado por el Gobierno (en esta tribuna, he criticado la ausencia de una estrategia de testeo y trazabilidad), un mal plan es mejor que la ausencia de plan
Tiene razón Ignacio Varela al afirmar que el papel de una formación política, especialmente durante una crisis como la actual, debe medirse en su apoyo u oposición a las decisiones prudentes y responsables, no a las que respondan al humor ciudadano (razonablemente crispado tras dos meses de confinamiento). La renovación del estado de alarma, acordada la semana pasada, era una de ellas. Por muchas dudas que suscite el plan de salida aprobado por el Gobierno (en esta tribuna, he criticado la ausencia de una estrategia de testeo y trazabilidad), en este caso, un mal plan es mejor que la ausencia de plan alguno.
Dicho lo cual, cabe hacerse la pregunta maquiavélica por excelencia: ¿qué beneficios y costes electorales tiene para la oposición apoyar al Gobierno en estas circunstancias? ¿Acierta Inés Arrimadas haciéndolo o lo hace Casado poniendo tierra de distancia? ¿Cuál de los dos capitalizará el desgaste del Gobierno?
Las encuestas publicadas en los últimos días parecen favorecer a Casado, mientras Ciudadanos, pese a experimentar un ligero repunte, no consigue remontar por encima del 7%. Aunque conviene tomar los sondeos de opinión con una extrema cautela: en circunstancias como las actuales, el apoyo electoral oscila tanto como los mercados de valores, o como decía al principio, como el ánimo de quienes llevamos casi dos meses encerrados en nuestras casas.
El ‘Wei qi’, un juego muy popular en China, tiene como objetivo ocupar más espacio que el rival en el tablero. Se juega con piedras (también blancas y negras). Los jugadores colocan, por turnos, las piedras en las casillas vacías. Una vez colocadas, las piedras no se pueden mover, aunque pueden ser ‘capturadas’, lo que ocurre cuando hay una piedra del color contario en todas las casillas adyacentes.
Casi siempre pensamos en la política como el ajedrez, como si el objetivo fuera ‘derrocar’ al rey. Pero en realidad, se parece más al ‘Wei qi’
Mientras el ajedrez es un juego vertical, el ‘Wei qi’ es horizontal. El ajedrez tiene un objetivo claro y directo: atrapar al rey. El ‘Wei qi’ es en cambio un juego de rodeos. Como escribe Kissinger, si el ajedrez enseña “el concepto clausewitziano del centro de gravedad” (todas las partidas de ajedrez empiezan por una batalla por conquistar el centro del tablero), el ‘Wei qi’ se basa en el arte del “cerco estratégico”, en la paciente acumulación de pequeñas ventajas.
Casi siempre pensamos en la política como el ajedrez, como si el objetivo fuese ‘derrocar’ al rey. En realidad, se parece mucho más al ‘Wei qi’. Porque casi nunca hay una estrategia ‘ganadora’, ajedrecística, una que permita noquear al rival político. Casi siempre, en política, la victoria consiste en estar en el sitio adecuado en el momento oportuno. Es decir, en desplegar las piezas en el tablero para, si las circunstancias son propicias, aprovecharlas.
El ejemplo más reciente fue la moción de censura de Pedro Sánchez, o mejor dicho, su labor de oposición en los meses previos. Como jugada de ajedrez, aquella estrategia parecía errática y condenada al fracaso. Alejaba a los socialistas del rey, situado en la Moncloa. Como jugada del ‘Wei qi’, en cambio, tenía una virtud: si las circunstancias se alineaban, como ocurrió tras la sentencia de la trama de la Gürtel, los socialistas podían encontrar un atajo en su camino hacia la Moncloa.
Es en este sentido, en mi opinión, como hay que valorar estratégicamente los movimientos de Arrimadas y de Casado. Caemos a menudo en el error de medir los movimientos políticos en términos ajedrecísticos: situándolos más a la izquierda o más en la derecha, como si en algún lugar estuviese escondido el rey, o el santo grial de la política. Más útil resulta analizarlo, en cambio, como un despliegue de las piezas en el tablero, a la espera de por dónde evolucione la realidad en los próximos meses. Por lo que corresponde hacerse esta pregunta: ¿hacia dónde podría evolucionar?
En mi opinión, dos son los escenarios más previsibles de evolución. Una vez pase lo peor de la crisis sanitaria y empiece la crisis económica, vendrá la necesidad de un ajuste fiscal sin precedentes en 2021, como señalaba Javier G. Jorrín el pasado fin de semana. Una secuencia parecida a la crisis de 2008, aunque comprimida ahora en el tiempo, debido a la mayor virulencia de la crisis. Llegado el momento, en la preparación de los Presupuestos de 2021, Podemos presionará al PSOE para que la mayor parte del ajuste recaiga sobre los ingresos, a través de la creación de nuevos tributos o la subida de los existentes. En cualquier caso, será insuficiente. No existe precedente de un ajuste fiscal de esta envergadura (superior a los 10 puntos del PIB) que descanse exclusivamente sobre los hombros de los ingresos fiscales, cuya capacidad se encuentra muy mermada durante una crisis económica. Será necesario aplicar la tijera sobre los gastos para cuadrar las cuentas. Y aquí es donde el camino se bifurca.
En el primer escenario, Sánchez e Iglesias rompen por sus desavenencias sobre la disciplina fiscal. Después de varios meses de oposición dentro del propio Gobierno, los ministros de Podemos dimiten o son cesados, por su oposición a los ajustes fiscales. En mitad de una crisis económica y bajo la presión de nuestros socios europeos y los mercados de deuda, los socialistas, para evitar unos comicios inmediatos bajo la sombra de encuestas desfavorables, deciden cambiar de compañeros de viaje, y aceptan pactar con Ciudadanos unos Presupuestos de emergencia. La fórmula de los 210 diputados que con tanto ahínco defendió Arrimadas. O, en su defecto, la de los 130 diputados de PSOE y Ciudadanos, más la abstención de los populares, suficientes para sacar adelante una Ley de Presupuestos.
El segundo escenario es algo más estremecedor. Ante la necesidad de acometer ajustes, en lugar de enfrentarse a Iglesias, el presidente Sánchez se pone de su lado. En esa encrucijada, Sánchez recupera su versión de Espartaco, la que mostró en la famosa entrevista con Évole poco después de su dimisión como secretario general socialista. Se ‘varoufakiza’, para entendernos. Resiste todo lo posible, y convoca unas elecciones como una especie de plebiscito ‘a la griega’, sobre nuestra disposición a cumplir con los compromisos fiscales derivados de nuestra pertenencia a la UE.
¿Qué tienen en común estos dos escenarios? Basta mirarlos con el prisma del ‘Wei qi’. Tal vez Casado piense que las próximas elecciones las disputará desde la calentura ciudadana, desde el ruido y la furia, pero si efectivamente el destino del Gobierno es romperse antes de un año, o ‘varoufakizarse’, quizá tenga que ir preparando a su electorado ante la eventualidad de apoyar a un Gobierno fracturado, o de presentarse como la oposición responsable a un Gobierno ‘varoufakizado’. Y en ambos casos, Arrimadas le habría ganado la primera mano.