LIBERTAD DIGITAL 20/06/16
· El expresidente de la Generalidad se resiste a pasar a un segundo plano y protagoniza la campaña de lo que queda de Convergencia.
Sólo ERC resiste, de momento, el contacto letal con Artur Mas. Los demás partidos que tuvieron alguna sintonía, contacto o acuerdo con el expresidente de la Generalidad desde que comenzara el denominado «procés» separatista han desaparecido o están en trance de liquidación.
La primera formación en padecer los efectos del nefasto influjo masiano fue el PSC, atrapado en la tela de araña del «derecho a decidir» y en el tránsito entre otro expresidente autonómico José Montilla -que consolidó el sesgo nacionalista de Maragall- a Pere Navarro, que trató de reconducir el partido hacia la posición natural de sus votantes, ajenos al nacional-catalanismo.
La deriva separatista no tardó en propiciar abandonos y escisiones en el PSC, como la protagonizada por Ernest Maragall y su efímero Moviment d’Esquerras, mientras los socialistas perdían votos a capazos en sus feudos del cinturón metropolitano de Barcelona. Con un partido en ruinas, la ejecutiva se desprendió de Pere Navarro en favor de Miquel Iceta, experto en unos equilibrios programáticos que no han logrado taponar la pérdida de apoyos e influencia en favor de las confluencias podemitas catalanas.
La extinción democristiana
Unió, el histórico partido fundado antes de la Guerra Civil, fue la siguiente víctima de Artur Mas, con la complicidad e indolencia de Duran Lleida, ahora ocupado en el despacho de abogados de su suegro, al margen de las deudas financieras de la formación democristiana y del desmoronamiento de un partido que ni siquiera ha podido presentarse a la repetición del 20-D, cuando en solitario no logró ni un solo diputado.
Mas utilizó a los consejeros de Unió en el gobierno autonómico para montar el referéndum del 9-N de 2014. Joana Ortega, segunda de Duran y vicepresidenta del ejecutivo de Mas, fue imputada, mientras que Ramon Espadaler, entonces consejero de Interior, eludió la acción judicial, al igual que el consejero de Justicia, el convergente «moderado» Germà Gordó, marido de una consejera del CGPJ a propuesta del PSOE.
Espadaler lidera ahora la decapitada Unió, que como CDC y PSC, ha tenido que poner su sede en venta para hacer frente a los múltiples créditos y acreedores (sus exsocios convergentes entre ellos, que reclaman a Unió cuatro millones de euros) de los tiempos de Duran.
Pérdida de votos convergentes
Convergencia también ha sufrido los excesos de Mas. Tres por ciento y caso familia Pujol al margen, la pérdida de votos en los últimos años ha sido una constante sólo camuflada por la alianza terminal con ERC para formar «Junts pel Sí». El grupo parlamentario está fracturado al tiempo que el exalcalde de Gerona, Carles Puigdemont, presidente por accidente gracias a la CUP, trata de insuflar nuevos ánimos en un partido que nada tiene que ver con los propósitos aglutinadores de las clases medias y los círculos catalanistas conservadores de sus orígenes. Todo ello sometido al estrecho marcaje de Artur Mas, que no ha renunciado al protagonismo cotidiano y el liderazgo de un partido que ya ha decidido que cambiará de siglas en un próximo congreso «fundacional». Pero ese plan depende en gran medida de los resultados que consiga el próximo domingo el candidato Francesc Homs, uno de los «talibanes» que bajo el mandato de Oriol Pujol abdujo el natural moderado del primer Mas y le impuso el peaje del «soberanismo» para suceder al patriarca Pujol. Homs, exportavoz de la Generalidad, es una figura en declive, cuestionada dentro del partido tras haber conseguido la hazaña de pasar de 16 diputados con Unió a ocho en las pasadas generales.
Las perspectivas de los sondeos no son precisamente positivas para CDC de la mano de un cabeza de serie que se caracteriza por su agresividad oratoria y una teórica superioridad moral que irrita sobremanera a ERC, objeto de los dardos a la desesperada de Homs en campaña a pesar del pacto en Cataluña. De ahí que Mas participe en todos los actos de electorales de Convergencia y sea el referente informativo de los medios de la órbita nacionalista, tanto público como privados
CUP, la última víctima
La última hombrada de Mas ha sido cobrarse la venganza con la CUP por su veto a que fuera el presidente de la Generalidad después de las elecciones autonómicas del 27 de septiembre del año pasado. Si bien la gota que colmó el vaso fue la negativa de la formación antisistema a aprobar los presupuestos autonómicos de Oriol Junqueras, la CUP vivía una difícil situación interna que de primeras provocó el despido de Antonio Baños, el candidato cupero que pretendía investir a Mas, después del delirante empate en una multitudinaria asamblea general y la decisión final del «secretariado nacional» de imponer la tesis de la patada al candidato de Junts pel Sí, que era el cuarto en la lista tras Raül Romeva -actual «ministro» de Exteriores de la Generalidad-, Carme Forcadell -presidenta del parlamento autonómico- y Muriel Casals, trágicamente fallecida tras ser atropellada por un ciclista.
Las iras convergentes se centraron en Anna Gabriel, la diputada que con más ardor ha combatido a Convergencia y líder de Endavant, el sector preponderante en la CUP. La dimisión el pasado viernes de seis de los quince miembros de la ejecutiva cupera, relacionados con Poble Lliure (refundación del Moviment de Defensa de la Terra, brazo político de Terra Lliure) fue la evidencia de la aguda crisis en el seno de la CUP.
Cabe recordar que Carles Sastre, terrorista asesino del empresario José María Bultó, era el primer firmante de un manifiesto en favor de la designación de Mas como presidente de la Generalidad y fue entrevistado con todos los honores de «gran reserva del independentismo» por TV3 y Catalunya Ràdio cuando se dilucidaba en la CUP sobre el destino de Mas.