Artur y Oriol en el laberinto

EL CORREO 02/02/15
MANUEL MONTERO

· El independentismo catalán se mitifica a sí mismo sobre la marcha creando sus propias fechas simbólicas y las referencias sobre las que se envuelve

La capacidad del soberanismo catalán para sorprender resulta extraordinaria. Todo indica que la sedicente ‘transición nacional’ acabará como el rosario de la aurora, pero mientras tanto nos está dejando novedades sin parangón. No ya por el entusiasmo de vivir un momento histórico definitivo, pues está muy visto. Tampoco asombra la especie de que el inminente triunfo soberanista solventará de golpe todos los problemas históricos, ni conmueven las apelaciones a la imparable voluntad del pueblo catalán, al que no se puede defraudar. Tales simplezas son muy conocidas. Los vascos hemos pasado por ahí no hace mucho.

Pero en su haber están algunos lances irrepetibles, por pintorescos o desatinados: la idea de una manifestación como la madre de todas las batallas; las poses homéricas del Honorable para escenificar sus indignaciones con la incomprensión española; la convocatoria de un referéndum-consulta con doble pregunta, contra la lógica y el criterio del Consejo Consultivo de la Transición Nacional, pese a que es de la cuerda; una consulta ilegal sin pies ni cabeza; el mantenimiento de la inercia al margen de los resultados… Desde que empezó todo ni les aumentaron los votos ni la consulta fue una avalancha, pero nada hace mella en un movimiento que se ve irreversible.

La última, sin precedentes, se llama ‘adelanto electoral’: nunca se ha visto que un adelanto sitúe las elecciones para nueve meses después. El mecanismo sirve para atajar una legislatura cuando está agotada o imposible, para cortar por lo sano e ir inmediatamente a por un nuevo parlamento. No tiene sentido la anticipación por un tiempo tan dilatado que condena a la legislatura a pudrirse. No es un adelanto, sino un pacto soberanista para tener una legislatura corta en la que preparar las elecciones.

La forma de la convocatoria caracteriza bien todo este proceso. Asombra el tipo de discurso, autorreferencial. Por ejemplo, la explicación de que sea el 27 de septiembre: que es un día «muy simbólico, muy emblemático»… porque hace un año el propio Artur convocó la consulta. Podía no haber dicho nada o haberse referido a que es el 40º aniversario de las últimas ejecuciones franquistas. Pero el proceso nacional crea sus propias fechas simbólicas, las referencias sobre las que se envuelve. La nación es el mito, pero el independentismo catalán los crea sobre la marcha. Se mitifica a sí mismo.

Todos los argumentos sobre el ‘adelanto’ se refieren a sus mentores, sin referencias externas. Han logrado «rehacer la unidad». Han pasado desencuentros, han sido una «pesadilla», recuperamos «una hoja de ruta». «Hasta la victoria, hasta ganar». Eso es todo. Ninguna alusión a las necesidades de los ciudadanos, a la coyuntura económica, a las posibles fisuras sociales. Argumentalmente el proceso se impulsa a sí mismo. En las fotos siempre salen los mismos: los dos libertadores y sus acólitos, nunca hay nuevas caras. Ni grandes debates en sus partidos: casi ninguno entre los que respaldan a Artur; en ERC hablan, pero para enardecerse los unos a los otros.

Otra peculiaridad del proceso consiste en el peso que otorga a organizaciones que presentan como sociedad civil. El concepto describe un espacio al margen de instancias gubernamentales. No es el caso. El protagonismo otorgado a la Asamblea Nacional de Cataluña o a Omnium Cultural, de aliento oficial, resulta más que sorprendente. Firmaban el acuerdo con el Honorable para ‘adelantar’ elecciones, pues lo tenían preso por la amenaza de movilizaciones, cría cuervos. También lo nunca visto: la subvención como motor de la historia. De ahí el aire artificial que transmiten los representantes de la mentada ‘sociedad civil’. Adoptan rictus épicos pero les queda fatal por su faz autosatisfecha, de quien desestabiliza pero está en el presupuesto para desestabilizar.

Nueve meses por delante. Con misiones precisas, va en el pacto: forjar estructuras de Estado para ganar tiempo: hacienda, embajadas, banco nacional, ‘leyes de país’… No se ha conocido la creación de un Estado preparada tan al por menor. Las revoluciones subvencionadas piensan en todo.

La escenificación suena a farsa, un vodevil basado en la intriga y el equívoco, con números de variedades. Lo confirma un deber que se han impuesto para los nueve meses de gestación: convencer a los catalanes para que voten independentista. El propósito señala los límites del ímpetu soberanista. Si para una ruptura del calado de la independencia no hay garantizada una gran mayoría amplia y requieren propaganda para subir unos puntitos, el laberinto en que se han metido no tiene salida.

Así que Oriol pide una «mayoría explícita y clara» soberanista, que no le den un disgusto. Pronostica: de ganar ERC llegará la independencia. No habla de qué mayoría necesita para lanzarse. A lo mejor en esto sigue el espíritu del Consejo Consultivo de la Transición Nacional, para el que sería válido un referéndum independentista si vota la mitad del censo más un voto; y sería suficiente con que la independencia alcanzase la mitad más uno de los votos emitidos. ¡Bastaría el 25 % del censo! A lo mejor ERC cree que, si en las elecciones ‘plebiscitarias’ (¿?) obtiene la mitad más uno de los votos soberanistas y se dan las demás condiciones, tendría legitimidad para proclamar la independencia. Le valdría 12,5 % del censo. ¿Este dislate forma parte del vodevil? Todo es posible en el laberinto. Lo recorrerán Artur y Oriol juntos, pero no revueltos, durante nueve meses que nos saldrán un pastón, vía subvenciones y dispendios para satisfacer fantasías.