Miquel Escudero-El Correo
Todos entendemos lo que Antonio Machado dijo de sí mismo: «Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno». Y para que la buena gente no pierda la gana de serlo debe estar orgullosa de sí, de su condición, aunque las cosas no le vayan demasiado bien. Debe tener confianza en lo que le constituye: una forma de proceder honrada y consistente. En el libro sagrado hinduista ‘Bhagavad Gita’ se valora la sencillez, la falta de ostentación, la no violencia, el aguante y la rectitud, el mostrarse imperturbable tanto ante el éxito como ante el fracaso; sabiéndolos relativizar. La mejor forma de evitar la fatiga de esta forma de ser y de hacer es su práctica continua y a conciencia, no importa que se fracase cuando se actúa con honradez.
Volvamos en zigzag a las redes sociales de hoy día, donde se expone de forma abierta e inconsciente nuestra intimidad a todo el mundo, y se la somete al juicio de cualquier mindundi (siempre amontonados, uno encima de otro) o de algún malintencionado que aguarda su momento de dañar mejor.
En su último libro, el sociólogo parisino David Muhlmann refiere que el capitalismo ha coloanizado las conciencias y «ha engendrado una auténtica mutación antropológica en la relación que tenemos con nosotros mismos, con los demás y con la autoridad». Leo este párrafo con atención y busco lo acertado que pueda ser. Sintonizo con dos versos de ‘La Internacional’: «atruena la razón en marcha, es el fin de la opresión». Hablar de capitalismo obliga a matizar en función de la voracidad y falta de escrúpulos que despliegue. Se hace imprescindible un esfuerzo redentor para que cada ser humano ansíe soñar y desear por sí mismo.