EL MUNDO 17/05/13
SANTIAGO GONZÁLEZ
El constitucionalismo vasco despidió ayer a Antonio Basagoiti con una victoria léxica: una resolución en la que se declara que los presos de ETA no son presos políticos. Llamar presos políticos a los terroristas encarcelados es construir un sintagma erróneo con dos piezas inobjetables. O con tres, si añadimos a la definición el gentilicio. El sintagma designa a los presos de conciencia en las dictaduras, a aquellos que con traspasar la frontera verían homologados los actos que les llevaron a la cárcel. El penado Javier García Gaztelu, Txapote de nombre artístico, es preso, se convirtió en asesino por motivos políticos y es vasco. Una de sus víctimas, José Luis López de Lacalle, fue un preso político y vasco durante el franquismo. Otra de sus víctimas, que afortunadamente salvó la vida con un tiro en la boca, José Ramón Recalde, también fue un preso y también político y también vasco. Político era también su secuestrado, Miguel Ángel Blanco, a quien asesinó el 12 de julio de 1997 en las afueras de Lasarte.
Los 21 cómplices morales de ETA que conforman el grupo EH Bildu, y que ayer lucieron camisetas blancas en solidaridad con el muro de Ondárroa, consideran que su correligionario Txapote, asesino múltiple y preso, es un preso político. Que es vasco resulta de una obviedad apabullante: mata a fuer de vasco, aunque se parece más a Breivik, el ultraderechista noruego que también por motivos políticos asesinó a 77 jóvenes laboristas en la isla de Utoya en 2011.
Algo ha mejorado el PNV también en estos años. Y hasta la Iglesia vasca. Ningún obispo vasco repetiría hoy la frase de Setién: «No son unos delincuentes que actúen con ánimo de lucro». La clave del asunto es que son unos delincuentes, no el móvil por el que actúan. Xabier Arzalluz dijo por la misma época, refiriéndose a los etarras: «No son unos asesinos sin alma». Es la misma cuestión: sí son unos asesinos. Que tengan alma o no es algo que no pertenece a las cosas de este mundo. «Y el alma sólo es de Dios», que diría el alcalde de Zalamea, pero ese asunto escapa a las competencias del Parlamento vasco.
No hay nada personal, que diría Corleone, pero ni siquiera son negocios, como explicó Setién
Joseba Egibar echaba de menos que los batasunos no hubieran mantenido una resistencia activa o pasiva frente a ETA como la que mostraron en Ondárroa contra la detención de una lugareña condenada por colaborar con un comando de la banda. Por aquel entonces también habría estado bien que él mismo no hubiera lamentado que el entonces ministro del Interior «Mayor Oreja pretende reducir operativamente a ETA a la mínima expresión». Qué descaro.
Son asesinos –ahí está su obra– y son natos, pero no son asesinos natos. Lo hacen fríamente, sin motivos personales. La sangre que vierten es simbólica y no hay en sus crímenes nada personal, ninguna pulsión o pasión profunda capaz de explicar el comportamiento humano. No había nada personal, que diría Don Corleone, pero ni siquiera eran negocios, como explicó Setién. Sólo un odio abstracto en el que se han educado y que descargaron mortalmente contra sus 858 víctimas concretas.