LUCÍA MÉNDEZ-EL MUNDO

Sánchez quiere «demostrar a Europa que puede haber un Gobierno de izquierdas en un país grande», confiesan desde su entorno más cercano. Ahí, su gran anhelo, pero antes tiene un reto triple: fidelizar a Podemos, reducir la cacofonía de los Ministerios y evitar errores graves, con su correspondiente rectificación, como el de venta de armas a Arabia Saudí

Jueves, 6 de septiembre. Después de un agosto algo accidentado, Pedro Sánchez empieza el curso político con un buen día. Por la mañana, hace piña con el PP en defensa de la Transición. Presenta con Ana Pastor y Pío García Escudero las celebraciones del 40 Aniversario de la Constitución. El Congreso revalida sus reales decretos. Entre otros, el de la recuperación de la Sanidad universal para todos los inmigrantes. Por la tarde, se entrevista con el secretario general de Podemos. Sánchez e Iglesias abren oficialmente la negociación presupuestaria y llegan a una serie de acuerdos. El tono del líder de Podemos es abiertamente conciliador y de colaboración.

Mientras todo esto sucede a la luz del día, en la penumbra del Gobierno y del PSOE andaluz hay un incendio considerable por la decisión de Defensa de suspender la venta de bombas a Arabia Saudí que pueden ser usadas en Yemen. Las autoridades de ese país amenazan con anular la compra de cinco barcos fabricados en los astilleros gaditanos.

7 de septiembre. Después de cuatro días de movimientos internos, la crisis de la venta de armas llega a la mesa del presidente. Sánchez rectifica las intenciones filtradas a la Ser desde el Ministerio de Margarita Robles, y establece una interlocución diplomática con Arabia Saudí para asegurar la venta de las fragatas.

El discurrir de estas dos jornadas puede ilustrar los primeros 100 días del Gobierno. El choque entre el relato de una nueva etapa de reformas ambiciosas desde la izquierda con la dificultad objetiva de los 84 escaños y la gestión diaria de los asuntos públicos en los ministerios.

Mientras que los demás –oposición y medios– ponen la lupa en las rectificaciones y las disfunciones del Gobierno, el presidente de los 100 días lo ve de otra manera. Fuentes próximas a Pedro Sánchez aseguran que el acontecimiento político más relevante de los últimos días es la entrevista que mantuvo con Iglesias en la que se garantizó «un escenario de gobernabilidad con el apoyo del grupo de Podemos», y desmonta el relato de «desgobierno» de los partidos de la oposición. Pero sobre todo, Sánchez considera que el acuerdo con Podemos es un paso importante para uno de los objetivos prioritarios de su mandato: demostrar la viabilidad de un Gobierno de izquierdas. «El mensaje que lanzamos a Europa es que España es el único país grande en el que la izquierda puede gobernar respetando los compromisos con la Unión. Es muy importante para la socialdemocracia europea, en crisis desde hace muchos años, y con inestabilidad en todos los países que nos rodean», aseguran estas fuentes. No menos relevante le parece al líder socialista que los españoles sepan lo mismo, que es posible un Gobierno de izquierdas sin que se hunda el país –como pronostica la oposición–, de cara al próximo ciclo electoral, que empieza con las andaluzas y acaba con las municipales, autonómicas y europeas.

En el balance de los 100 días, el presidente del Gobierno destaca, asimismo, el cambio de la agenda política del país: «Hace 100 días, el debate político se centraba en los juicios y la corrupción que afectaban al anterior Gobierno. Ahora se centra en los proyectos del nuevo», se presume en el entorno del jefe del Ejecutivo. La intención es acelerar su acción política legislativa en los próximos meses y se muestra «razonablemente optimista» en el objetivo de lograr la aprobación del proyecto de Presupuestos que enviará a la Cámara.

El regreso al poder del PSOE ha sido cualquier cosa menos tranquilo. No podía ser de otra forma habida cuenta de que Sánchez se adentró por un territorio inexplorado durante 40 años. Gobernar en el alambre con 84 escaños, sin pacto de legislatura y con la Presidencia de las Cámaras en contra.

El presidente Sánchez gozó de unas semanas de gracia, tras sorprender al resto de los partidos, pero sobre todo al suyo propio, con un Gobierno atractivo, feminista, solvente y a tono con el estilo renovador que exigen los tiempos. Los destellos, modos y gestos del Ejecutivo –sumados al despiste de la oposición y al relevo en el PP por el inesperado triunfo de la censura– insuflaron nueva vida en el PSOE durante las primeras semanas de mandato.

El paso del tiempo ha evidenciado que una cosa es nombrar un buen Gobierno y otra distinta es la gestión diaria, en la que se necesita coordinación, orden y comunicación interna en el Gabinete. En la gestión ha tropezado el Ejecutivo de Sánchez en estos 100 días. Los sobresaltos, disfunciones, globos sonda, rectificaciones, contradicciones, anuncios estelares que después hay que guardar en un cajón, y despistes menores pero aparatosos han estado a la orden del día. El potente relato de La Moncloa –feminista, ecologista, europeísta y social– ha venido a chocar con la gestión cotidiana.

Las fuentes socialistas consultadas reconocen que en estos primeros meses han quedado al descubierto los agujeros y las fallas de un Gabinete de 17 carteras construido a la carrera en un par de días. Aunque existe preocupación e inquietud en el PSOE por las disfunciones y la sensación de lío que se transmite en ocasiones desde Gobierno, Pedro Sánchez atribuye todo ello a «un proceso de maduración de la toma de decisiones» en el equipo gubernamental, que ha debido «encajar las piezas del puzzle» sobre la marcha. Fuentes cercanas al presidente lo resumen así: «Más allá de los tropiezos, lo relevante es que el Gobierno está gobernando, con dificultades sí, porque nos subimos a un coche en marcha y tuvimos que acelerarlo. El escenario y la forma de hacer política han cambiado. Nos hicimos cargo del Gobierno deprisa y corriendo, sin transición, y sin traspaso de poderes del anterior».

Los dirigentes con experiencia de gestión aseguran que la principal grieta del Gobierno es la ausencia de coordinación política dentro del Gabinete. No existe la figura de coordinador. Por decirlo de otra forma, los gobiernos necesitan alguien que ponga orden en el vertiginoso tráfico diario en los ministerios. Generalmente, dicha función –trascendente en tiempos de dificultades– recae en la Vicepresidencia o en el jefe de Gabinete del presidente. En este caso, la vicepresidenta Carmen Calvo tiene la agenda llena de sus propios asuntos, por lo que no ejerce esa labor.

En estos 100 primeros días, ha sido el presidente del Gobierno quien ha solventado las crisis más relevantes provocadas por decisiones de algunos ministros y ministras. Sea la de la venta de armas o la de la defensa jurídica del juez Llarena. La ministra de Justicia anunció que el Estado no le pagaría los abogados en la demanda presentada por Puigdemont y sus ex consellers ante la justicia belga por afectar a una actividad «privada» del magistrado. Días más tarde, después de un considerable escándalo de protesta del estamento judicial y de la oposición, el Gobierno rectificó y contrató un despacho de abogados para la defensa de Llarena.

Como saben todos los que han gobernado, ministros y ministras técnicamente solventes en sus áreas de responsabilidad no siempre garantizan una acción política de Gobierno armónica, coherente y sin sobresaltos. Ahí reside otra de las grietas que han quedado al descubierto en estos 100 días. En el Gobierno hay hombres y mujeres muy expertos sectorialmente, pero poco bregados en las reglas de la política.

Falta política y sobra cacofonía procedente de los ministerios. El ejemplo más claro tiene que ver con el equipo económico, que es clave ante las dificultades que vuelven a aparecer en el horizonte. Desde que tomó posesión como ministra de Economía entre los parabienes nacionales y europeos por su prestigio, Nadia Calviño está inédita ante los ciudadanos. Su voz no se ha escuchado con claridad, a pesar del peso que tienen los asuntos económicos en la acción de Gobierno.

Aún existe una tercera grieta en el funcionamiento del Ejecutivo, tal vez la más relevante. No existe una cabeza de puente adecuada con el Parlamento que mantenga engrasado el diálogo con los grupos parlamentarios que le dieron el Gobierno.