EL MUNDO – 17/05/15
· La organización Al Shabab recluta a jóvenes en sus mezquitas de Kenia gracias a un sueldo atractivo y una promesa de éxito.
· Primero destruyeron la fábrica de Coca-Cola y censuraron las bebidas americanas. Luego derrumbaron las mezquitas sufíes, arrasaron la catedral, profanaron el cadáver del obispo y le sacaron los dientes de oro, prohibieron el deporte, asesinaron a los periodistas y silenciaron la radio.
Era Mogadiscio en 2007, el año cero de Al Shabab. Y a pesar de todo eso muchos jóvenes en Somalia se unieron a ellos. «Esta es una ciudad sin ley. Preferimos la sharia de Al Shabab a la ausencia de autoridad», decían. Aún entonces se podía entrevistar a sus líderes, que odiaban ya todo lo occidental aunque ellos mismos calzaran unas Nike.
Después llegaron las lapidaciones en el estadio nacional a mujeres por mirar a otros hombres, las grandes ejecuciones sumarias a hombres por ver el fútbol o escuchar música, los nanoburkas de colores como condena de por vida para las niñas, la prohibición total de que la piel de un hombre pudiera rozar la de una mujer, a no ser que fuera su marido. Pero el veneno ya estaba sembrado y Al Shabab reclutaba en sus mezquitas cada vez más adolescentes para hacer su yihad.
Hoy, esa recluta se hace también en Kenia, donde la organización, con más de 5.000 miembros, ya está muy enraizada.
Puede que hayan perdido sus grandes ingresos por secuestros, por el final de la piratería o por la pérdida del mercado de Bakara en Mogadiscio, donde cobraban impuestos a los vendedores, pero siguen llegando fondos. ¿De dónde? Según una investigación realizada por el foro Elephant Action League (EAL) bajo el título El oro blanco de la yihad, el 40% de los fondos de Al Shabab provienen de la caza furtiva y el tráfico de marfil desde Kenia hasta los puertos que aún controla en la costa del Índico. Desde allí, los cuernos de elefante viajan hacia China y Japón.
Después de la masacre de la Universidad de Garissa, el pasado mes de abril, sus habitantes observaban los cuerpos de los terroristas que yacían desnudos y ensangrentados, unos encima de otros, en la parte trasera de una pickup que avanzó por la calle principal. La exhibición de los cuerpos se convirtió en una advertencia que venía a decir: «Mirad lo que les sucede a los terroristas».
Uno de esos cuerpos pertenecía a Abdirahman Mohamed Abdullahi, un chaval que había estudiado derecho en la Universidad de Nairobi. «Era una buena persona», asegura Hassan, un amigo del yihadista fallecido. Abdirahman tuvo la sangre fría de torturar a sus víctimas antes de asesinarlas en el ataque en el que murieron 148 estudiantes. Hassan no se explica cómo su amigo pudo cometer esa barbaridad. «Es inexplicable», repite una y otra vez.
El caso de Hassan no es el único. Jóvenes sociables y con futuro que acaban seducidos por Al Shabab y su versión retorcida del islam. ¿Cómo es posible? «Abdirahman aspiraba a la excelencia», dice Hassan. «Los líderes de Al Shabab le prometieron que la alcanzaría luchando por su pueblo, por su religión, por sus raíces. En Al Shabab saben bien quién es vulnerable y se fijan en personas como Abdirahman, gente que sigue las reglas, que acude a la mezquita, que está preocupada por las injusticias del mundo», explica Hassan. «Muchos de nosotros hemos pasado por momentos de debilidad donde sólo encuentras apoyo en la religión. Si ellos te ofrecen la oportunidad de luchar por una causa que consideras justa, entonces estás dentro. Es así de fácil».
Una de las fórmulas más utilizadas para manipular a los jóvenes es crear un enemigo, el otro contra el que luchar, la amenaza de su identidad. «A los somalíes nos suelen decir que se nos trata de forma injusta, que la policía viola a nuestras mujeres, que tenemos la obligación de defender a Alá», dice Hassan.
Abdirahman desapareció en Somalia hace 11 meses, y no se supo nada de él hasta que volvió convertido en un terrorista. Esos meses de aislamiento son imprescindibles para entender el lavado de cerebro en compañía de imames radicales.
Más allá de la ideología yihadista, también existen las razones económicas. Con atentados como el de Westgate (Nairobi), Mandera o el de Garissa, Al Shabab crea un círculo vicioso que les beneficia: cuantos más ataques, menos turistas. Cuantos menos turistas, más paro y desesperación en los jóvenes. Cuanta más desesperación, más gente dispuesta a hacerse terrorista. «Hay un fuerte rechazo hacia nosotros», cuenta Maimunia, keniana de origen somalí, en Garissa. Es este sentimiento de injusticia contra los musulmanes es lo que Al Shabab usará para conseguir carne para la picadora.
Llegados a este punto, sólo hace falta mejorar el sueldo: un miembro de Al Shabab cobra 300 dólares al mes más manutención y una ración diaria de khat, la droga somalí. Un soldado de Kenia no cobra más de 200 dólares.
EL MUNDO – 17/05/15