Juan José Fernández-El Periódico

La polémica de los ‘ongietorris’

Flores, niños, paseíllo, versos e ikurriñas «sirven al intento de tapar una historia de terror», dice el intelectual Joseba Arregi

Los festejos «tienen una inspiración gregaria, católica y carlista, y después de la fiesta hay mucho abandono», explica el exetarra Eduardo Uriarte

Cuando Eduardo Uriarte Romero, ‘Teo’ para sus compañeros de la primera ETA, escuchaba las instrucciones del organizador sobre cómo salir, dónde colocarse, qué no decir… empezó a notarle a su recibimiento «un aire gregario y religioso». Su sensación se reafirmó después, al ver el lugar elegido para el acto: el patio del colegio de los jesuitas de Durango (Vizcaya).

«Cómo no va estar esto impregnado de catolicismo, si al fin y al cabo viene del carlismo», sentencia 43 años después este dirigente de Euskadiko Eskerra y ex concejal socialista en Bilbao, cuando se le pregunta por los ‘ongi etorri (bienvenidas) a etarras, las ceremonias denunciadas por las víctimas y para las que Arnaldo Otegi, el líder de Bildu, ha pedido legalización.

Con Teo Uriarte, en grupo, salieron a aquel patio escolar Mario Onaindía, Izko de la Iglesia, Jokin Gorostidi, Xabier Larena, Unai Dorronsoro… El 22 de julio de 1977, aquel recibimiento a una docena de extrañados que volvían al País Vasco, cinco de ellos con condenas a muerte conmutadas tras el proceso de Burgos, fue uno de los primeros actos mediáticos de homenaje que celebró el entonces incipiente entramado orbital de ETA.

Estética

Y ya entonces ofició como maestro de ceremonias Telesforo Monzón, histórico de la izquierda abertzale, «el pontífice» –ironiza Uriarte- que daría un patrón a los ‘ongietorris’ que se han ido sucediendo hasta hoy, convertidos en rito.

«Monzón, el gran esteta, incluyó su canción Itziarren Semea (El hijo de Itziar) en los festejos. Canto al héroe que sale de la cárcel y no ha delatado a nadie», recuerda el intelectual guipuzcoano Joseba Arregi, teólogo, sociólogo, ex consejero vasco de Cultura y ex dirigente del PNV.

En la coreografía de los recibimientos a etarras, el estribillo «Itziarren semeak / ez du laguna salatzen. / Eta txakurren aurrean / tinko ta ixilik egoiten…»  (El hijo de Itziar / no delata al compañero / y ante los perros / permanece callado) se entona con frecuencia equiparable al canto del Eusko Gudariak (Soldado Vasco) o el baile del insustituible aurresku.

Camino de la taberna

Hay otros elementos fijos en el ritual. Uno es un acto, el paseillo de agasajo; el otro es un punto de inicio, de final o de tránsito de ese paseillo: la herriko taberna (bar popular), o arrano taberna (bar del águila, animal que adorna viejas banderas del reino de Navarra).

«La herriko taberna es el templo, la estación del Via Crucis», interpreta Uriarte en clave católica. El excarcelado pasará por allí para arrancar su foto del panel que exhibe los retratos de los presos del pueblo. «La taberna es el lugar donde se ha atesorado la memoria del presidiario», explica Teo Uriarte. También será ese foro de la cuadrilla abertzale, el que, en la mayoría de los casos, organice el banquete o sirva las bebidas para la fiesta.

Hasta allí llega el excarcelado tras dejarse aclamar entre dos filas de paisanos, que siempre enarbolan ikurriñas y, en numerosos casos, bengalas. A Uriarte le recuerda  «ceremonias católicas como la procesión, la coronación de la Virgen o el saluda al señor obispo… Solo que aquí se hace salutación a los que han sobrevivido y lo han dado todo por la patria, sustituta de la vieja religión de los carlistas. Y al rito no puede faltar, el euskaldun federun, el ‘vasco de fe’, transformado ahora en el abertzale de izquierda».

Dos carteles de la plataforma Kalera de apoyo a presos etarras. El de la izquierda es de bienvenida, y el de la derecha de convocatoria a un acto de recibimiento. Ambos repiten el eslogan «bat gutxiago» (una menos) y muestran como símbolo la flor (coloreada) que Picasso pintó en el centro de su cuadro ‘Gernika’. Las imágenes muestran a las protagonistas sonrientes. / KALERA

El homenajeado aterriza en la vida civil entre vítores, aplausos, besos, abrazos. En su comunidad política no sería bien entendido faltar al acto. «Aunque solo sea por agradecer al recien llegado que no se fuera de la boca respecto a algunos de los que le aplauden. Entre el público suele haber gente con las manos manchadas de sangre», indica la coordinadora de la asociación vasca de víctimas COVITE, Consuelo Ordóñez, recordando que aún quedan 358 asesinatos sin resolver.

Honor y flor

Tanto Uriarte como Arregi destacan la profusión en el uso de la palabra «Ohore» (honor) en la cartelería y pintadas de estos actos, por cuanto las celebraciones, «honran a quien creen que se ha sacrificado por Euskadi –explica Arregi– El ‘pueblo’ rehabilita a quien ha sido denigrado por su ‘sacrificio’». Más ácido, Uriarte dice que «la palabra es típicamente carlista. Te la ofrecen si te has muerto o si te has pasado 30 estúpidos años de tu vida entre rejas».

Con más frecuencia repiten los carteles de los actos un símbolo para aludir a la represión. Es ‘la flor del Gernika’, convertida en logo previo tintado de sus pétalos. Esa flor se ve en el cuadro de Picasso, en el centro, entre las patas del caballo y la espada rota.

«Se han apropiado de ella para su iconografía, igual que se apropiaron del Eusko Gudariak, el himno de los soldados vascos que pelearon por la República», lamenta Uriarte.

Inocencia y pureza

La exhibición del rostro del etarra en pancartas, y más modernamente, su proyección con luz en una fachada, forma parte de la escenografía del ongietorri abertzale, de la que el teólogo Arregi hace una interpretación: «El rostro es representación de humanidad. Es la faz. En la tradición europea, expresión del alma».

Tanto, como la presencia de flores y niños, «simbolos de pureza las primeras y de inocencia los segundos», dice Arregi. Para Uriarte, los niños encarnan en la fiesta el lema nacionalista «katea eten gabe» (que no se rompa la cadena).

Algunos actos, además del aurresku y de los himnos, pueden contar con un bertsolari (poeta oral) que improvisará estribillos en el escenario. A quien no sea vasco se le puede escapar el significado profundo de su presencia. «En la tradición rural vasca, el bertsolari pone voz al pueblo. Es aquel que dice la verdad», explica Arregi.

Liturgia

Todos estos son los elementos del rito, para Arregi «una liturgia» con la que el etarra ya expresidiario renace para el mundo. «Es un bautizo laico, con el que se trata de humanizar a los terroristas –explica–. No se habla nada de los actos que le llevaron a la cárcel, y sí se proyectan fotos de su vida familiar, de si ha trabajado para una ONG, de sus sonrisas, de sus mascotas, sus viajes…»

Uriarte añade un detalle poco conocido: qué es del retornado cuando pasa la fiesta. «Hay mucho abandono. Muchos salen enajenados de la celda y de tanto pensar a solas. Como decía Pikabea (Kepa Pikabea, ex dirigente de la banda condenado por 20 asesinatos que abjuró de la violencia): ‘La responsabilidad y la culpa me la llevo yo a la tumba’».

Los excarcelados llegan a una comunidad modernizada, «pero ellos vienen con planteamientos radicales, obtusos –explica Uriarte– Se han pasado noches duras de soledad, repitiéndose «segi aurrera» (seguir adelante), cada vez que se cerraba la puerta de la celda, y al llegar ven que molestan para ganar elecciones».

Pero los retornados siguen teniendo una utilidad política. Sus homenajes juegan un papel en la pelea por el relato que, en la etapa postETA, libran víctimas y victimarios: «Son actos que tienen como objetivo el blanqueamiento de retornado, en la negativa de ETA a considerar su historia de terror como Historia. Sirven para  intentar borrar lo anterior. Estos actos no son contrarrelato, son puro borrado».