JAVIER TAJADURA TEJADA-EL CORREO

El PSOE ha optado por un Gobierno foral inestable que no habría nacido sin el aval de EH Bildu y que excluye a la primera fuerza de la comunidad, lo que resulta más que cuestionable

La socialista María Chivite ha sido elegida presidenta del Gobierno de Navarra en un contexto de polarización política y crispación social sin precedentes. El líder del principal partido de la comunidad (Unión del Pueblo Navarro) y ganador de las últimas elecciones al haber logrado la coalición Navarra Suma (UPN, PP y Ciudadanos) 20 de los 50 escaños del Parlamento foral ni siquiera la felicitó. Hace ocho días, Chivite fue abucheada en el acto de homenaje a un militar asesinado por ETA. Se la ha acusado de pactar con los herederos de la banda terrorista y sobre ella se han vertido numerosas descalificaciones de trazo grueso.

El sorprendente y convulso proceso político que ha conducido a la investidura de la dirigente del PSN contiene algunas claves que explican el peligroso nivel de crispación que ha alcanzado la política navarra. Aunque en ningún caso justifican la descalificación, el insulto o la mentira. Estas claves son las siguientes.

En primer lugar, el resultado de las elecciones del 26 de mayo supuso una derrota sin paliativos para las fuerzas políticas que respaldaron al anterior Gobierno de Navarra durante los últimos cuatro años (Geroa Bai, Bildu, Podemos e IU). Pasaron de contar con 26 escaños (la mayoría absoluta) a 19. En ese contexto, existía una expectativa razonable y legítima de que el resultado electoral se tradujese en la conformación de un Ejecutivo muy diferente del anterior.

De la misma forma que ha ocurrido en Andalucía, Murcia, Madrid y otras comunidades, el partido que ha ganado las elecciones no solo no ha podido formar Gobierno, sino que ha sido excluido de cualquier negociación. Y no cabe objetar que eso responde a la lógica del régimen parlamentario. Esta implica que, aunque una formación gane las elecciones en votos y escaños, si no tiene la mayoría -como es el caso del PSOE en Andalucía, Madrid o Murcia, y de Navarra Suma en Navarra- y hay dos o más grupos que son capaces de alcanzar un acuerdo de Gobierno que sí cuente con el respaldo de la mayoría del Parlamento respectivo, son estos partidos los que legítimamente deben conformar el Ejecutivo. Pero ocurre que en Pamplona se ha relegado a la primera fuerza no mediante un acuerdo que cuente con el respaldo efectivo de la mayoría de la Cámara, sino gracias a la controvertidísima abstención de EH Bildu. El nuevo Gabinete foral sólo cuenta con el apoyo de 23 de los 50 diputados. Sin la abstención de la izquierda abertzale, Chivite nunca habría podido ser investida.

Abundando en lo anterior, si formar Gobierno merced a un partido como Vox que pone en cuestión principios y valores fundamentales de la Constitución del 78 ha sido considerado con razón una forma de ‘blanquear’ el extremismo político de derechas, hacerlo gracias a EH Bildu es aún más inquietante y reprobable porque se trata de una fuerza política heredera de ETA y que, como hemos visto estos días, se dedica a homenajear a los terroristas cuando salen de prisión. Aunque sea cierto que el Partido Socialista no ha llegado a ningún pacto con EH Bildu, es evidente que la izquierda abertzale le ha dado la llave de la gobernabilidad de Navarra. Y esto para muchos es inaceptable.

Durante los dos últimos meses el Partido Socialista se ha negado a negociar con Navarra Suma un posible acuerdo de Gobierno. Y ello a pesar de que tanto la aritmética parlamentaria como las coincidencias programáticas hubieran permitido alumbrar un Ejecutivo que contase con el respaldo de la mayoría del Parlamento navarro (31 de los 50 escaños). Es decir, en el proceso de conformación de una eventual mayoría se ha excluido incomprensiblemente a la primera fuerza política de la comunidad. Esta exclusión reviste un carácter antidemocrático que es preciso denunciar.

En definitiva, el Partido Socialista ha extrapolado a Navarra el ‘experimento andaluz’ y lo ha hecho con una fórmula aún más explosiva (al incluir en ella a EH Bildu en el lugar de Vox). Este experimento consiste en excluir al principal partido de toda negociación. De esta forma se renuncia a conformar un Ejecutivo que cuente con el respaldo efectivo de la mayoría de la Cámara y se opta por alumbrar uno en minoría cuyas posibilidades reales de gobernar, desarrollar un programa legislativo y aprobar los Presupuestos son muy reducidas.

Por todo ello, la convulsa investidura navarra ni puede ni debe configurarse como un modelo a seguir en el plano nacional. Lo ocurrido en el Viejo Reino es por el contrario el antimodelo, tanto por el procedimiento seguido -basado en el rechazo a la búsqueda de cualquier tipo de acu erdo con el principal partido de la comunidad- como por el resultado alcanzado: un Gobierno inestable y que en buena lógica democrático-parlamentaria debería dimitir el próximo otoño en el previsible caso de que su proyecto presupuestario fuera rechazado por el Parlamento.

Con todo, lo más preocupante de la situación es el elevado grado de enfrentamiento, crispación y polarización de la sociedad que contrasta con los excelentes indicadores económicos y de bienestar social de los que disfruta Navarra.