José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Relativizar la trascendencia de lo que ocurre de nuevo este septiembre en Cataluña constituye una práctica descomprometida de los pensadores débiles, sin importar su ámbito
Lean este párrafo:
«Si bien los acontecimientos de cualquier carácter nunca se repiten de manera mimética a lo largo de la historia, sí podemos encontrar en el análisis histórico ideas útiles para ejercer esta ‘violencia’ necesaria con el fin de conseguir nuestros objetivos nacionales. En cualquier caso, aquellas acciones de masas realizadas hasta hoy, siendo necesarias y modélicas, han demostrado ser poco útiles. Han sido más un ejercicio de dignidad colectiva que un instrumento para conseguir la libertad del país. No digo a unos y otros qué tienen que hacer, ni cómo tienen que activar la nueva ‘violencia’ que provoque un giro de 180 grados a la colosal energía que ha quemado —no digo que haya sido en vano— el pueblo catalán durante los últimos años. Han llegado los tiempos de la nueva ‘violencia'».
Las reflexiones anteriores no están redactadas por un indocumentado; tampoco por un miembro de los CDR, ni siquiera por Quim Torra. Están escritas por el catedrático de historia catalana, Jaume Sobrequés, y concluyen un texto periodístico titulado ‘¿Qué violencia?’ publicado en el diario ‘Punt Avui’ el pasado día 22 de septiembre. Merece la pena leerlo en su integridad. Constituye un despropósito cívico y un estímulo a perpetrar acciones de violencia —se cuida de eludir aquella que pueda denominarse «lucha armada, con muertos y heridos, con destrucciones materiales irreparables y también con atentados, ejecuciones, destierros, terrorismo…»— que propicien la independencia de Cataluña. Que sin esa «violencia», no se producirá.
Sobrequés se escurre de cualquier posibilidad de ser formalmente acusado de apología de la violencia, pero no se priva de afirmar que el Estado español es violento y que «populares, socialistas y Ciudadanos son partidos violentos». Ni la de estas formaciones políticas ni la del Estado sería para el autor una «violencia pacífica», de lo que se deduce que resultaría agresiva y material. De ahí que sostenga sin reserva alguna que «sin una determinada acción violenta, en la versión a que me he referido, Cataluña nunca logrará su liberación».
El artículo de Sobrequés es particularmente repugnante desde el punto de vista moral porque incita a una forma de violencia, palabra que entrecomilla, que ha de ser «pacífica». Se trata de un juego peligrosísimo en el que utiliza un oxímoron* completo, radical y definitivo: no hay violencia pacífica. La que reclama este personaje es violencia menor a la terrorista y superior a la mera intimidación. Busca una imposible violencia intermedia que resulte eficaz como la que se ha utilizado en la historia —refiere los casos de Estados Unidos y la India— para lograr segregaciones de Estados preexistentes o de territorios colonizados.
Si esto lo escribe un académico (la verdad es que la historiografía catalana independentista quedó lesionada de forma irreversible con aquel simposio de 2014 consumado bajo el epígrafe de ‘España contra Catalunya’) y lo publica un periódico editado en idioma catalán de ya largo recorrido, parece por completo lógico y consecuente que en Cataluña estén sucediendo acontecimientos en los que el desafío a la ley y a los tribunales, el amparo institucional a presuntos delincuentes y la conversión del Parlamento de la comunidad en una caja de resonancia de una insurrección absoluta, sean la tónica constante. Expresiones todas ellas intimidantes para los ciudadanos catalanes —la mayoría— que no comulgan ni poco ni mucho con el independentismo y que observan, consternados y en silencio, como todo el sistema público autonómico se pone al servicio de la agitación y la propaganda del separatismo.
El artículo de Sobrequés es un texto nada anecdótico. Transmite un criterio canónico a la clase política que lo sigue al pie de la letra. El grave problema es que se está pasando de las palabras a los hechos, de la expresión a la acción, de la intención a la ejecución. Relativizar la trascendencia de lo que ocurre de nuevo este septiembre en Cataluña constituye una práctica descomprometida de los pensadores débiles, sean del ámbito que sean.
Además de esta incitación intelectualizada a la «nueva» violencia, se está inoculando socialmente la coartada de que los hechos del otoño de 2017 fueron un simulacro, un «ensayo» de un mero intento (‘Ensayo general de una revuelta’ es el libro de referencia para este momento político previo a la sentencia del Supremo con el propósito de deslegitimarla) que le quite hierro penal a la agresión que se perpetró a la legalidad constitucional y estatutaria hace apenas dos años.
Sin embargo, la violencia no puede ser pacífica, ni una posible sedición o rebelión son la consecuencia de un ensayo. Tratar de engañar con eufemismos y digresiones ensayísticas al Estado español es una tarea tan vana ahora como lo fue en 2017. Dicen los dirigentes independentistas que «lo volveremos a hacer». Habrá que contestarles con las contundentes opiniones del gran Chaves Nogales escritas en 1936 en el diario ‘Ahora’. La primera: «Para saber más, para anticipar algo de lo que puede pasar en Cataluña, habrá que buscar, no a las masas que gritan entusiasmadas en un momento dado y vuelven luego a sus tareas de siempre, sino a los hombres representativos del pensamiento de Cataluña…». La segunda: «En Cataluña hay, por encima de todo, un hondo sentido conservador que se impondrá fatalmente».
*Significado oxímoron: «Figura retórica de pensamiento que consiste en complementar una palabra con otra que tiene un significado contrario u opuesto».